Pedro volvió más tarde, duchado, cambiado de ropa y listo para irse a cenar con Gabriela. No tuvo tiempo de hablar con los niños, y le dijo que lo haría por la mañana. Paula no confió mucho en su palabra.
Los niños y ella cenaron tranquilamente en la cocina. Cuando terminaron, Paula les propuso ir al salón a ver la televisión. Pero no ponían nada que les llamara la atención.
—Podemos ver las fotos —sugirió Benjamín.
—¿Fotos?
—De mami. Papá no nos deja verlas, porque dice que nos ponemos tristes. Pero nosotros creemos que es él el que se pone triste. ¿Quieres que las veamos?
—Claro.
El niño se subió a una silla y sacó de la estantería dos libros de fotos. El primero era del día de la boda, con los nombres de los novios grabados en oro y plata. Paula lo abrió y vió a una mujer muy guapa, riéndose, con los ojos brillantes, pelo negro. A su lado estaba Pedro, con el brazo sobre sus hombros, la mirada llena de amor y felicidad.
—Era muy guapa —le dijo Paula a los niños.
Ellos asintieron y pasaron la página, informándola de todos y cada uno de los componentes de la familia, pero Paula sólo tenía ojos para Pedro y Silvana, tan guapa y tan rebosante de felicidad. Se preguntó cómo alguien tan lleno de vida había muerto tan joven. A lo mejor en el siguiente libro de fotos había alguna pista. Pero no la hubo. Más fotos, del viaje de luna de miel y después de los niños, recién nacidos. Y después páginas en blanco.
—Es que murió ese verano —le dijo Felipe—. Desde entonces, no hemos ido a la casa de campo.
—¿Casa de campo?
—Al norte de Norfolk. Está en un acantilado. Nosotros no nos acordamos, pero hay muchas fotos del sitio.
—¿Es de su padre? —les preguntó Paula.
Benjamín asintió.
—Muchas veces le decimos que por qué no vamos más, pero él nos responde que es que tiene mucho trabajo.
—La Frisbee va y mucha gente del trabajo también. Sólo nosotros no vamos.
—¿La Frisbee?
Benjamín torció la nariz.
—Gabriela Fosby-Lee. La llamamos la Frisbee. Es una cursi — dijo el niño—. Si tienes muchas ganas, tienes que hacer algo, pero eso...
Paula trató de no echarse a reír. ¿Dónde demonios habrían oído aquello? Porque sin duda lo tendrían que haber oído de alguien. Los reprendió por repetir cosas que no entendían y después los ordenó ir a la cama, sin hacer caso de sus protestas. Así que Pedro estaba satisfaciendo sus necesidades con Gabriela. Lo cual era normal, porque un hombre fuerte y sano, no podía vivir como un monje. Sin embargo, le molestó el que en vez de hablar con sus hijos, se hubiera ido a cenar con ella.
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