lunes, 11 de agosto de 2025

La Niñera: Capítulo 33

 —¿Al zoo? —le preguntó, poniendo cara de extrañeza—. ¿Sabes cuánto tiempo ha pasado desde la última vez que fui al zoo?


Paula se echó a reír.


—¿Veinticinco años, quizá?


—Fácilmente. De todas maneras, este fin de semana es imposible. Tengo que ir a Birmingham a dar una conferencia.


Paula dejó la cucharilla en la mesa y se recostó en el respaldo de la silla.


—Pedro, no quiero ponerte las cosas difíciles, pero no he tenido un fin de semana libre en dos semanas y los niños están a medio curso. La semana que viene estaré hecha un guiñapo. No te puedes ir este fin de semana, a menos que se quede alguien con los niños.


La miró con cara de asombro.


—Alguien más... No. Oh, lo siento, Paula. No se me había ocurrido. Se lo pediré a la señora Cripps.


—Te dirá que no.


—No si le ofrezco bastante dinero.


—Los niños la odian.


Se pasó las manos por el pelo, alborotándose los rizos y dejándolos revueltos. Paula sintió unos deseos inmensos de alisárselos.


—¿A quién sugieres entonces?


—¿De verdad no te puedes quedar tú?


—No puedo. Lo siento, pero es imposible. No puedo cambiar la reunión.


—Pues, entonces, me los puedo llevar a mi casa, para que pasen allí el fin de semana. De esa forma, también ellos tendrán unas vacaciones.


La miró como si le hubiera ofrecido el cielo en bandeja de plata.


—¿Qué pega hay?


—Ninguna. Pero tendrán que hacer la vida que hacen los demás. Tendrán que levantarse temprano, ayudar con los animales y a mis hermanos. Quedarán agotados, pero estarán seguros. Mi madre los alimentará hasta que tengan la barriga llena y dormirán como troncos, después de haber respirado aire puro.


—Suena maravilloso. ¿Puedo ir yo también? — bromeó, pero en sus palabras Paula percibió un cierto deseo. 


Se preguntó cuánto tiempo habría pasado desde que no había salido a divertirse. Se sintió atrapada por sus ojos de color castaño y, sin pensar lo que estaba haciendo, estiró la mano y le acarició la mandíbula. Tenía la piel tersa, un poco rasposa por la barba. Dejó caer la mano, antes de cometer alguna tontería, como por ejemplo ponerle la mano en la nuca y besarle en la boca...


—Siempre serías bien recibido —le respondió.


—Gracias, Paula. Ojalá el día tuviera más horas...

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