Aquello era una bendición, en comparación. Aparte de otras cosas, se podía apoyar en Pedro. Cuando Copito terminó de mamar, se acurrucó al lado de su pierna. Paula levantó la cabeza y miró a Pedro.
—¿Qué tal? —le preguntó.
—¿Ya ha terminado?
—Sí.
—Muy bien —a continuación le puso la mano en la barbilla y le dió un beso muy suave en los labios.
De pronto, sintió fuego en las venas. Se echó en sus brazos y se dejó llevar por la magia de sus besos. Le agarró del cuello y le metió los dedos en el pelo, masajeándole los suaves rizos, probando su textura. Se preguntó si tendría vello en el pecho y, si lo tenía, cómo sería. Pero tenía demasiada ropa, además de que tampoco era conveniente llegar más lejos. Como si le hubiera leído la mente, Pedro levantó la cabeza y le dió un beso en la frente.
—Deberíamos volver a la casa —le murmuró, con voz ronca.
—Mmm —sin embargo, ella siguió acariciándole su pelo sedoso.
Al cabo de un rato se levantó. De pronto sintió como si le faltara algo en los dedos. Dando un suspiro, puso al corderillo bajo la lámpara, le puso un poco de paja alrededor y se levantó, sacudiéndose el abrigo. Después dió un silbido a Ringo y lo metió en su caseta. Cuando llegaron a la cocina, después de haber luchado contra los elementos, se quitaron las botas, colgaron los abrigos y Paula le dijo:
—Divertido ¿Eh? Seguro que ni te habías imaginado que ibas a hacer esto cuando saliste esta mañana del trabajo.
—Pues no —le contestó—. Y tienes razón, es divertido, especialmente algunas partes.
Paula se sonrojó, al recordar el beso que le había dado. Se dió la vuelta y levantó la tetera.
—¿Te apetece una taza de té o café, antes de ir a la cama?
—¿Cacao?
—Claro —puso leche a calentar y echó el cacao en las tazas, con un poco de azúcar. Cuando la leche estuvo caliente, la echó y la removió hasta que se hizo crema arriba.
—¿Con crema?
—Hay que hacer las cosas bien.
Paula se dejó caer en la silla, puso los pies en otra y suspiró. Iba a tener que sobornar a Gonzalo para que no sacara el tractor al día siguiente. Estar sentada como estaba con Pedro se estaba convirtiendo en algo adictivo.
—Cuéntame algo de la granja —le dijo Pedro.
Paula le contó las hectáreas que poseían y lo que plantaban en ellas, haciendo un recuento del ganado. Al cabo de un rato, no pudo reprimir los bostezos. Estaba agotada, y a pesar de que lo único que le apetecía era quedarse con Pedro toda la noche, sabía que era una estupidez prolongar aquello. Los gemelos se levantarían temprano y había que atenderlos. Además de que sus padres no podían dormirse hasta que la casa no estaba en silencio. Acompañó a Pedro a su habitación y estuvo a punto de darle un beso, pero se lo pensó mejor. Porque era posible que si empezaba no pudiera parar, y sus padres seguro que los estaban oyendo.
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