—Casi me he gastado de lo que había presupuestado para el estudio —le dijo.
—¿Es una buena inversión?
Paula se echó a reír.
—Eso espero, porque de lo contrario tendré que trabajar para tí sin sueldo.
—No creo que sea necesario. Si a tí te gusta, seguro que mí también. Ya te lo dije.
Aquella confianza, ¿Sería infundada? Confiaba que no. Metió la mesa en la furgoneta y se la llevó a casa. ¿Le gustaría a Pedro? La señora Cripps la ayudó a descargarla.
—Tiene asas de metal —comentó—. Supongo que tendré que limpiarlas.
—Muy de vez en cuando —le aseguró Paula.
—Me alegro, porque con un perro tan tonto por aquí, a una no le da tiempo de hacer casi nada. No sé para qué tienes a un perro tan tonto. Es un inútil.
Paula no le quiso contestar. Ringo no parecía estar causando una impresión muy positiva. No sabía ni siquiera para qué le había traído su cama, porque todas las noches se subía a la habitación de Benjamín y dormía con él. Habían formado una pareja inseparable. Ringo se podía quedar parada esperando en la puerta del colegio, cuando Paula los dejaba allí todas las mañanas. Sólo la lograba sacar de allí si se le ofrecía comida. Pero en el momento que los niños volvían, no se separaba un minuto de ellos. En aquel momento estaba en la puerta, esperando, mientras ella colocaba la mesa entre las ventanas. Ajustaba a la perfección, combinando perfectamente con el color de las paredes y de las cortinas. Las había cambiado ya y había puesto unas con motivos florales, al estilo de las casas de campo. Tan sólo le quedaba colocar las cortinas de la ventana de la izquierda. Nada más poner la mesa y detenerse a admirarla, se subió a la escalera y las colgó, cosiendo a mano el bajo. Estaba acabando de marcar la distancia con los alfileres, cuando se tuvo que ir a recoger a los niños. Cuando los llevó a casa les dió un vaso de leche, un trozo de pastel y los mandó al jardín con Ringo.
—¿Nos podemos ir al bosque? —preguntó Felipe.
Paula negó con la cabeza.
—Se quedan en el jardín, por favor. Y vigilen a Ringo. No quiero que se escape.
Después volvió al estudio, se sentó y continuó con el trabajo de las cortinas. No era mucho trabajo y, con un poco de suerte, las terminaría antes de que volviera Pedro. Y no iba a volver temprano. Tenía otra reunión. Miró por la ventana y vió a los niños correr, con Ringo a sus talones. Sonrió y siguió con la costura, pensando de forma inevitable en James. Lo cerca que habían estado durante el mes de febrero, pareció desvanecerse en el aire. Estaban en abril, pronto los niños comenzarían las vacaciones y la relación no había avanzado mucho. O por lo menos, ella no lo había notado. Todavía se daba cuenta de que Pedro la observaba a veces con gesto pensativo. Sabía más o menos lo que se le estaba pasando por la cabeza, pero nunca daba ningún paso. Se pinchó en el dedo y se lo metió en la boca. Sería mejor ir a ver lo que estaban haciendo los niños. No quería manchar las cortinas con sangre. De eso ya se encargaría Ringo, sin que nadie la ayudara.
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