viernes, 15 de agosto de 2025

La Niñera: Capítulo 41

 —Le prometí a tu madre que te cuidaría, que estarías segura conmigo.


—¿Y por eso no podemos hablar? —le preguntó Paula, asombrada. 


Pedro suspiró.


—No, por supuesto que no. Lo que pasa es que no me fío de mí mismo cuando estoy cerca de tí. Eres una chica encantadora, Paula. Tendría que estar muerto, para no notar nada en tu presencia.


Ella se sonrojó.


—¿Es por eso?


—Sí. No puedo mirarte a la cara sin sentir vergüenza —le dijo, con tono candido.


—Pues no pareces muy recatado.


Pedro juró entre dientes y la miró a los ojos.


—Está bien, los dos somos conscientes de lo que sentimos, pero no puede haber nada entre nosotros, Paula. Quiero que tengas eso en cuenta. Yo no puedo prometerte nada.


Paula se echó a reír.


—¿Te he pedido yo algo, Pedro? A mí no se me ocurriría nunca comprometerme contigo. Podría terminar el resto de mi vida separándoos a los niños y a tí. Me parece mejor seguir con la idea de mi granjero.


Confió en que se lo hubiera creído. Porque no se podía engañar a sí misma. Porque la imagen de bucólico granjero estaba a años luz y había sido suplantada por la del hombre que estaba en aquel momento con ella en la cocina. Se metió las manos en los bolsillos, para no correr a darle un abrazo. Se apoyo en el fregadero.


—Se te va a enfriar el filete.


Parpadeó y pareció recomponerse un poco. Apretó los labios, como si fuera a responderle algo. Encontró la mostaza en el armario y la dejó sola. Paula se pasó las manos por el pelo. La verdad, sería una locura tener una aventura con él. Sería mejor quitárselo de la cabeza.


—¡Papá mira! ¡Podemos comprar comida para los animales!


Pedro se buscó unas monedas en los bolsillos y se las dió a los niños.


—¿A mí no me das? —le dijo Paula en broma.


Felipe y Benjamín volvieron de inmediato la cabeza.


—¡Eso, cómprale también a ella!


Paula sonrió y movió en sentido negativo la cabeza.


—Compartiré la de ustedes.


Los niños se echaron a correr, parándose de vez en cuando para ver algunos animales. Pedro y Paula los seguían. Iban de un sitio a otro del zoo, volviendo una y otra vez a ver a los pingüinos, en especial a los pingüinos sudafricanos, que fueron los que más les gustaron. En un momento determinado, justo cuando Paula empezó a sentir que le dolían las piernas, los pies fríos y la nariz roja, los niños empezaron a perder interés por el zoo.

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