—¿Qué tal está? —le preguntó ella.
—Bien, durmiendo plácidamente. Voy para allá en un minuto. ¿Qué tal Benjamín?
—No podía dormir.
—Ni yo.
Paula sonrió.
—Yo tampoco. Pedro, siento de veras...
Pedro le agarró la mano y se la apretó.
—No le des más vueltas, Paula. Felipe me contó que les habías dicho que se quedaran en el jardín y que no salieran al bosque. Me dijo que fue culpa suya...
—Pero sólo tiene ocho años —le respondió, con voz angustiada—. ¿Cómo va a obedecer cuando tiene enfrente semejante tentación? A los niños les encanta el bosque. Tendría que haber pensado en ello antes...
—Paula, déjalo. Ya ha pasado todo.
—¿Cómo puedes decirme eso? —se quejó ella, mirándolo a los ojos. Tenía unos ojos muy grandes, arrasados de lágrimas.
Pedro no pudo resistir la tentación y la abrazó.
—Tranquila —murmuró a su oído.
De pronto, Paula rompió a llorar, dando rienda suelta a toda la tensión acumulada durante horas. Al cabo de los segundos, se apartó y se restregó los ojos con las manos.
—Lo siento —volvió a repetirle—. ¿Quieres entonces que me vaya?
—No. No, porque todo ha sido un accidente, del que tú no tuviste la culpa. Me podría haber pasado también a mí.
—Pero me ha pasado a mí y no a tí. Esa es la diferencia.
—De todas maneras, no creo que vuelva a ocurrir de nuevo y los niños te necesitan —estuvo a punto de añadir que él también la necesitaba, pero se lo pensó mejor. No quería liar más la situación. —Sin embargo —continuó, al cabo de los pocos segundos—. Creo que será mejor que te vayas a casa un par de días. Dentro de unos días tengo que irme a Birmingham de nuevo y necesito que te quedes con los niños. Estos días me quedaré yo con ellos...
—Claro. Me iré cuando vuelvas a casa con Felipe.
Tenía tal aspecto de estar perdida que en esos momentos estuvo a punto de estrecharla entre sus brazos. Pero su libido, a pesar de la falta de sueño, surgió de su interior con inusitada fuerza. Sería mejor salir cuanto antes de allí, antes de cometer alguna estupidez, como por ejemplo echarla en la cama y hacer el amor con ella hasta la saciedad.
—Si quieres, vete hoy —le dijo—. Puedo llevarme a Benjamín. Felipe lo echa de menos. Despiértale y vete cuando quieras.
Paula asintió con la cabeza y salió de la habitación, dejándolo con un cierto remordimiento de conciencia...
No hay comentarios:
Publicar un comentario