Paula la observó irse al cuarto de baño, al tiempo que trataba de decidir si poner sirope de higos en el vino. Si se lo echaba, se iba a dar cuenta. Era una pena que no se tomara un vaso de oporto. Allí ni se notaría. Dejó el maletín en la biblioteca y abrió una botella de Cablis. Después, fue a la cocina y levantó la tapa del pollo guisado. Había más que suficiente para dos personas, que era para el número que había guisado. Ella se comería un sandwich de queso y un café, en sus aposentos. Dando un suspiro, midió el arroz y lo echó en la cacerola. Maldita Gabriela, aquella era su comida favorita. Cuando Pedro bajó, se la encontró gruñendole a la cacerola.
—¿Todo bien?
—No mucho —le respondió, dando un suspiro—. Tengo que hablar contigo más tarde. Se les ha metido en la cabeza que Silvana murió porque ellos hicieron algo mal. He intentado razonar con ellos. ¿Dónde está Gabriela?
—Refrescándose un poco. No te preocupes, James.
Lo miró a los ojos y se sintió culpable por dudar de sus sentimientos con respecto a los niños. Intentó sonreír, pero le costó mucho esfuerzo. Él cerró los ojos y se pasó una mano por la cara, en gesto de cansancio.
—Oh Paula, ojalá tuviera tu fé.
Paula le puso una mano en el brazo y trató de consolarlo.
—No te preocupes —le dijo—. Ya verás como todo se arregla.
—Eso espero, eso espero —le dijo.
Le miró los labios y Paula se quedó como hipnotizada, atraída como una polilla por la luz. Él entreabrió los ojos, para pronunciar su nombre y ella se acercó.
—¡Eso es lo único que quieren todas!
Los dos retrocedieron unos pasos al mismo tiempo.
—¡Gabriela! Siento no haber estado para recibirte. ¿Quieres algo de beber?
—Ya se lo he pedido a Paula...
—Está en la biblioteca. He abierto una botella de Chablis. ¿Quieres tú también un vaso, Pedro? He metido la botella en el frigorífico.
—Sí, me apetece. Ya me sirvo yo —abrió la puerta del frigorífico y sacó la botella—. ¿Quieres tú también, Paula?
—No, gracias. Es muy temprano para mí.
—Entonces, me llevaré la botella. ¿A qué hora estará la cena?
—En cualquier momento. ¿Dónde quieres que la sirva?
—¿Has cenado?
—Sí —mintió—. Cené con los niños.
Por nada del mundo iba a dar a aquella mujer la satisfacción de que supiera que se iba a quedar sin cenar por ella.
—Pues en ese caso, será mejor que nos lo lleves a la biblioteca. Llámame cuando esté listo y vendré a buscar los platos.
Se fue con Gabriela y dejó a Paula con un silencio fulminante en la cocina. Al cabo de un rato, puso los platos en una bandeja y se los llevó a la biblioteca.
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