—Creo que sí. Iré a ver si los encuentro.
Cinco minutos más tarde volvió, y Paula se arrepintió de haberle sugerido que se cambiara. Llevaba unos vaqueros viejos, ya pasados y se ajustaban a su cuerpo con una familiaridad que quitaba la respiración. Se había cambiado de camisa y se había puesto un polo de cuello alto, que se ajustaba a su cuerpo a la perfección, colocándose un jersey de color crema a los hombros. Parecía diez años más joven. Se sintió muy femenina y sin defensas al darse cuenta de que estaban solos en aquella casa.
—¿Así mejor? —le preguntó él.
¿Mejor? Mucho mejor. Pero no podía decírselo. Le respondió algo incoherente y se dio la vuelta. Él la siguió, la agarró del brazo y la obligó a darse la vuelta.
—Y ahora, ¿Qué he hecho? —le preguntó con amabilidad.
Ella lo miró a los ojos, sintiendo el fuego que estaba surgiendo entre ellos. Abrió la boca para decir algo, pero los niños entraron en la habitación dando gritos y agarrándose a su padre de la mano.
—¡Vamonos, papá!
Paula apartó la mirada y suspiró hondo.
—Buena idea —murmuró ella, poniéndose el abrigo.
Los niños salieron corriendo hacia la verja de entrada, por la que se salía al bosque. Pedro y Paula los siguieron un poco más despacio, manteniendo una distancia prudencial. Le había dicho que con él estaría segura. Muy bien. Sabía que no le iba a atacar. Pero por otra parte, aquel hombre no era un santo y no iba a rechazar algo que se lo ofrecían en plato. Se metió las manos en los bolsillos del abrigo e intentó olvidarse de que él estaba a su lado. Los niños iban por delante, corriendo y saltando.
—¿Estás todavía enfadada conmigo?
—No, no lo estoy. Estás aquí, que es lo que te pedí.
—Sí es lo que me pediste. Y me pregunto si sólo estabas pensando en los niños —se detuvo y la miró.
El mensaje era alto y claro. Paula confió en que los suyos fueran menos expresivos. Él levantó las manos y se las puso en los hombros, acercándose a ella poco a poco. Estaban tan cerca que sus alientos se mezclaban, formando una nube de vaho muy suave. La iba a besar, lo presentía.
—Paula...
—¡Papá! Papá, ven a ver esto. Aquí hay una madriguera.
—Voy —respondió gruñendo.
Paula vió un árbol que había caído en el camino y se sentó. ¿Qué le estaba pasando? Ya la habían besado en otras ocasiones. Pero tenía que evitar que él la besara, porque en el momento que lo hiciera, perdería sus defensas, y los niños la necesitaban. Se dió cuenta de que Pedro la estaba observando, siguiendo cada uno de los movimientos. Pero ella no le hizo caso y se dirigió solo a los niños, jugando y saltando con ellos.
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