miércoles, 6 de agosto de 2025

La Niñera: Capítulo 25

 —Si es lo que yo estoy oliendo, será fantástico. Muchas gracias, Paula. ¿Dónde están los niños?


—En la cama, leyendo, señor Alfonso.


Él enarcó las cejas.


—No seas muy duro con ellos. Sólo intentan llamar la atención. Dales un abrazo y diles que no lo vuelvan a hacer.


—No iba a pegarles, Paula.


—No tienes que pegarles para que les duela. Lo único que buscan es tu aprobación. Diles que los quieres mucho. Sólo quieren oír eso.


—Eso se llama chantaje emocional.


—Lo siento, pero alguien se tiene que poner de su lado —le contestó.


—No te preocupes, Paula, lo entiendo. Esta vez no los mataré. Yo estoy a su lado, ¿Sabes? Lo único es que me cuesta demostrarlo.


Paula lo observó marcharse. Por primera vez albergó cierta esperanza de alguna relación con los niños. Se oyó ruido fuera y Pedro se apoyó en la balaustrada.


—Esa debe ser Gabriela. Dile que pase y que se tome algo. Bajaré enseguida.


Por fin iba a conocer a la famosa Frisbee en persona. Paula se levantó, tomó aliento y se fue a abrir la puerta. Era una mujer muy guapa, de casi la misma edad de Pedro, alta, delgada, muy bien vestida, con zapatos de tacón alto y el pelo recogido. Se sintió una pordiosera a su lado, con sus vaqueros y camiseta que iba. Pero le gustaría ver a Helen dar un baño a los niños, según iba. La señora en cuestión, porque no había duda de que de una señora se trataba, desde la cabeza a los pies, cerró la puerta de su BMW y se dirigió hacia donde estaba ella, estudiándola desde lejos. Cuando llegó a las escaleras que subían hasta la puerta principal, se detuvo, sin importarle que ella estuviera más alta y sonriéndola le dijo:


—Tú debes ser Paula.


—Sí, y usted debe ser la señora Fosby—Lee. Ya hemos hablado por teléfono. Entre. El señor Alfonso está dando un beso a los niños. Bajará en un minuto. ¿Quiere que le sirva algo de beber?


Gabriela subió los escalones y le dió el maletín a Paula.


—Gracias. Pon eso en la biblioteca, por favor. Tengo que ir a refrescarme un poco. Sírveme un vaso de vino.


Paula apretó los dientes.


—¿Sabe ya dónde está el cuarto de baño?


Gabriela se echó a reír.


—Mucho mejor que tú, imagino. Conozco muy bien esta casa —miró a Paula de arriba abajo—. Parece que le caes muy bien a Pedro. Debo decir que es muy afortunado, porque no es fácil encontrar buenos empleados.


—¿De verdad? Pues a nosotros no nos pasó lo mismo. Aunque lo cierto es que los que teníamos contratados estuvieron mucho tiempo.


Se lo dijo con una sonrisa. Gabriela sonrió también, sin saber si la estaba tomando el pelo o insultando.

La Niñera: Capítulo 24

 —La verdad, no puedo arriesgarme a perder este trabajo...


—Le aseguro que si no le dice que se ponga, eso es lo que le va a ocurrir. Dígale que los niños están en el hospital.


—¿Paula? ¿Qué ha pasado? —le preguntó él, a los pocos segundos.


—Nada, los niños están bien. Tenía que hablar contigo urgentemente, pero tu perro de presa no quería pasar la llamada.


—¡Pues no vuelvas a hacer eso nunca más! —le gritó—. Casi me da un ataque al corazón.


—Lo siento, pero es que tenía que hablar contigo. Me han llamado del colegio. El director quiere tener una entrevista contigo hoy mismo.


—No puedo...


—Pues no creo que tengas otra elección. O vas a verlo, o los niños van a suspender. Puedes ir a las dos y media, o a las cuatro.


Se le oyó suspirar, al otro lado de la línea.


—Está bien, iré a las cuatro. Tendré que seguir después con esto. Sabe Dios a qué hora voy a llegar a casa.


Cuando colgó, Paula llamó al colegio. Cuando llegó la hora, se fue a recogerlos. Los observó a través del espejo retrovisor y pensó que esperaría a llegar a casa, para que se tranquilizaran, antes de llegar al fondo del asunto. Benjamín fue el primero en hablar de ello, mientras se estaba bebiendo el zumo de manzana en la cocina.


—¿Ha llamado a mi padre?


—¿El señor Jones? Sí. Creo que habéis escrito algo de algún niño en la pizarra.


Felipe se encogió de hombros.


—Fiorella tuvo la culpa. Nos dijo que no se creía que mi madre hubiera muerto. Que seguro que se había ido y nos había dejado por lo malos que éramos.


—¿Y por qué piensa que son malos?


Benjamín, de repente, sintió un inusitado interés por las migas de bizcocho en la mesa.


—¿Benjamín?


—Porque le puse una araña en la leche —confesó—. Pero ella antes ya me había dicho lo del examen de matemáticas...


—¿El examen de matemáticas? —Paula se sintió perdida.


—Yo no sabía las respuestas y Felipe me ayudó. No fue culpa mía. Yo me puse enfermo. Y ella gritó.


—¿Quién gritó? —aquello era un lío.


—Fiorella, cuando vió la araña. Ya se había bebido medio vaso.


—Bueno, vale ya de historias. Lo primero que tienen que hacer son los deberes, después se dan un baño y, en cuanto cenen, a la cama.


—¿No nos vas a castigar?


Paula tuvo que reprimir las ganas de darles un abrazo.


—Creo que vuestro padre quiere hablar con ustedes, en cuanto tenga ocasión. Mientras tanto, nosotros seguiremos a lo nuestro, ¿Vale?


Por lo visto, Pedro se enfadó muchísimo cuando oyó lo que el director tenía que contarle. Cuando llegó a casa, parecía un poco más calmado, pero era incapaz de ver el lado divertido.


—No sé de qué te ríes —comentó él—. No es para tomárselo a broma.


—Lo único que necesitan es un poco de tiempo.


—Todos lo necesitamos. Y hablando de tiempo. Gabriela va a venir esta tarde a trabajar aquí. ¿Podrías por favor prepararnos algo de comer?


—He hecho pollo guisado. ¿Le gustará?

La Niñera: Capítulo 23

Cuando bajó a preparar el desayuno, a eso de las siete, Pedro ya se había marchado. Era lo mejor. Después de la tensión del día anterior, no quería quedarse sola con él. Llevó a los niños al colegio y, cuando volvió, la señora Cripps estaba pasando la aspiradora por el salón. Esa era la primera vez que Paula la veía. Se acercó a ella con aire de humildad, porque no quería empezar con mal pie una relación.


—¡Hola! —la saludó—. Me llamo Pala y soy la niñera. Usted debe ser la señora Cripps.


La señora Cripps apagó la aspiradora.


—Ya he supuesto que había contratado a una nueva — comentó ella—. Porque todo estaba un poco más limpio de lo normal —era una mujer gorda y baja—. Espero que le vaya mejor que a la última que estuvo. Se fue embarazada. Aunque, la verdad, se lo estaba buscando.


Miró a Paula de arriba abajo y continuó diciéndole:


—Aunque es fácil imaginarse por qué la ha elegido. Espero que no cometa la misma equivocación. Aunque seguro que tiene más cabeza. No la envidio, sin embargo, porque los niños son muy malos. No les permita que la vuelvan loca, porque no soportaría otras vacaciones teniéndolos que cuidar por la mañana.


Paula sonrió.


—Puedo manejar a los niños, señora Cripps.


—Ya veremos —volvió a encender la aspiradora. 


Paula se fue sonriendo a la cocina, cerró la puerta y empezó a preparar la comida. Así que la última niñera se había quedado embarazada. ¿Qué querría decir la señora Cripps con eso de que Pedro la había elegido? Seguro que no habría querido decir que él... Se sentó en una silla y cerró los ojos. Tampoco era nada extraño. Había muchos hombres que se divertían con las niñeras. Además, él no se había casado otra vez. A lo mejor esa Gabriela era sólo una colega y no estaba saliendo con ella y se concentraba sólo en las niñeras. Empezó a sentirse enferma. No deseaba ser el objeto de una burla. Enfadada consigo misma por dejarse llevar por la fantasía, empezó a cortar las verduras como si se estuviera peleando con ellas. Tenía suerte de no estar allí, porque si hubiera estado, habría sido capaz de hacerle cualquier cosa. Pocos segundos más tarde, sonó el teléfono. Era el director del colegio de los niños, que solicitaba una entrevista con el padre.


—Escuche —dijo Paula, en tono tranquilizador—. ¿Por qué no me da una lista de horas a las que puede visitarlo?


—A las dos y media y a las cuatro.


—Hoy ¿Y mañana?


— ¡No! O viene hoy, o los niños suspenderán.


—Está bien, señor Jones, veré lo que puedo hacer.


Llamó a Pedro al trabajo y solicitó hablar con él.


—Está en una reunión —le dijeron.


—Pues dígale que se ponga, porque es importante.


—Pues me ha dicho que no le interrumpiera, señorita...


—Chaves. Dígale que se ponga.

La Niñera: Capítulo 22

 —¿Es que me estás evitando, Paula? —le preguntó él, cuando volvieron a la casa y se quedaron solos en la cocina.


—No —le respondió ella—. ¿Cuáles son tus planes para lo que queda de día?


—¿Qué quieres deshacerte de mí? Creía que querías que me quedara.


Paula suspiró y se dio la vuelta, para mirarlo.


—No juegues conmigo. Estoy aquí por los niños, no para entretenerle a usted, señor Alfonso.


Los labios de él se endurecieron y retrocedió unos pasos.


—Lo siento, señorita Chaves —le respondió él—. Me quedaré a comer, y después me iré a la oficina.


—Muy bien, voy a cambiarme y después prepararé la comida.


Echó la cabeza para atrás y se marchó a su habitación. ¿Por qué quería que la besara? Seguro que después le propondría una aventura. El corazón le dió un vuelco. De ninguna forma. Tenía a esa tal Gabriela. Lo único que estaba haciendo era jugar con ella, como un gato con un ratón.


Paula estaba en la cama, intentando analizar sus sentimientos por Pedro Alfonso. Deseo físico, era lo que sentía. Era un hombre muy atractivo, muy carismático. Sintió que las venas le ardían. ¿Cómo podía sentir esas cosas por un hombre que abandonaba a sus hijos? Aunque había que ser justo con él, porque la verdad, no abandonaba a sus hijos. Actuaba así por las circunstancias. Sonrió.  Pobre hombre, lo que tenía que hacer era dejar de aleccionarle y chantajearle emocionalmente, para conseguir su cooperación. Lo que necesitaba era apoyo, no que alguien le condenara. Tenía que reconocer que a pesar de sus fallos, era un hombre que le atraía. Sin embargo, ella no podía amar a ningún hombre que permitiera que su trabajo interfiriera en su vida familiar. Pero aquí nadie estaba hablando de amor. Ella era simplemente una diversión temporal, un descanso en su ajetreado mundo, que no le daba ningún respiro. A excepción, por supuesto, de Gabriela. Se quedó sorprendida al comprobar los celos que sentía por aquella mujer, a la que no conocía. Se preguntó qué tipo de relación mantendrían, porque si estaba pensando en casarse con ella, los niños se iban a poner bastante tristes.


—No seas ridícula —se reprendió a sí misma—. Seguro que no les gusta porque no es su madre. A lo mejor hasta es una mujer muy agradable.


Aquello la hizo sentirse peor. Pegó un puñetazo en la almohada, se dió la vuelta y empezó a contar ovejitas, después cabras y después patos. Como no se podía dormir, se puso a leer hasta las cuatro. A las seis de la mañana se despertó con dolor de cuello.

La Niñera: Capítulo 21

 —Creo que sí. Iré a ver si los encuentro.


Cinco minutos más tarde volvió, y Paula se arrepintió de haberle sugerido que se cambiara. Llevaba unos vaqueros viejos, ya pasados y se ajustaban a su cuerpo con una familiaridad que quitaba la respiración. Se había cambiado de camisa y se había puesto un polo de cuello alto, que se ajustaba a su cuerpo a la perfección, colocándose un jersey de color crema a los hombros. Parecía diez años más joven. Se sintió muy femenina y sin defensas al darse cuenta de que estaban solos en aquella casa.


—¿Así mejor? —le preguntó él.


¿Mejor? Mucho mejor. Pero no podía decírselo. Le respondió algo incoherente y se dio la vuelta. Él la siguió, la agarró del brazo y la obligó a darse la vuelta.


—Y ahora, ¿Qué he hecho? —le preguntó con amabilidad.


Ella lo miró a los ojos, sintiendo el fuego que estaba surgiendo entre ellos. Abrió la boca para decir algo, pero los niños entraron en la habitación dando gritos y agarrándose a su padre de la mano.


—¡Vamonos, papá!


Paula apartó la mirada y suspiró hondo.


—Buena idea —murmuró ella, poniéndose el abrigo.


Los niños salieron corriendo hacia la verja de entrada, por la que se salía al bosque. Pedro y Paula los siguieron un poco más despacio, manteniendo una distancia prudencial. Le había dicho que con él estaría segura. Muy bien. Sabía que no le iba a atacar. Pero por otra parte, aquel hombre no era un santo y no iba a rechazar algo que se lo ofrecían en plato. Se metió las manos en los bolsillos del abrigo e intentó olvidarse de que él estaba a su lado. Los niños iban por delante, corriendo y saltando.


—¿Estás todavía enfadada conmigo?


—No, no lo estoy. Estás aquí, que es lo que te pedí.


—Sí es lo que me pediste. Y me pregunto si sólo estabas pensando en los niños —se detuvo y la miró. 


El mensaje era alto y claro. Paula confió en que los suyos fueran menos expresivos. Él levantó las manos y se las puso en los hombros, acercándose a ella poco a poco. Estaban tan cerca que sus alientos se mezclaban, formando una nube de vaho muy suave. La iba a besar, lo presentía.


—Paula...


—¡Papá! Papá, ven a ver esto. Aquí hay una madriguera.


—Voy —respondió gruñendo.


Paula vió un árbol que había caído en el camino y se sentó. ¿Qué le estaba pasando? Ya la habían besado en otras ocasiones. Pero tenía que evitar que él la besara, porque en el momento que lo hiciera, perdería sus defensas, y los niños la necesitaban. Se dió cuenta de que Pedro la estaba observando, siguiendo cada uno de los movimientos. Pero ella no le hizo caso y se dirigió solo a los niños, jugando y saltando con ellos.


lunes, 4 de agosto de 2025

La Niñera: Capítulo 20

 —Tenemos que hacerlo cuanto antes. Habrá un montón de familias afectadas, si no ponemos en marcha otra vez la empresa.


Se aflojó la corbata y echó la cabeza para atrás.


—Concédeme un poco de tiempo, Paula. Cuida de los niños, mientras tanto. Sólo van a ser dos o tres semanas, después procuraré pasar tiempo con ellos.


—Si no se te cruza algo más en el camino.


—Que no se cruzará.


Lo dijo con tono sincero, con la mirada de preocupación, su voz cargada de convicción. Parecía un político el día antes de las elecciones. Ojalá lo pudiera creer.



Los niños se levantaron pronto el domingo por la mañana, se sentaron en la cocina con Paula, pensando en lo que iban a hacer ese día.


—Podemos ir a dar una vuelta por el bosque. ¿Les apetece? —les propuso.


—¿Con papá?


Paula dudó unos segundos. ¿Sería mejor no contestarles nada?


—Me dijo que intentaría estar un rato con ustedes hoy.


—Seguro que estará ocupado en otra cosa —comentó Felipe.


En ese momento, el padre salió de la biblioteca y los saludó.


—Buenos días, niños. Buenos días, Paula.


Ella levantó la mirada, con el corazón en un puño. Pedro llevaba los pantalones del traje, la camisa y la corbata. Ya se lo había imaginado. Levantó una silla y se sentó con ellos.


—Bueno, ¿Qué vamos a hacer hoy?


Paula lo miró con gesto escéptico.


—¿Vamos? —le dijo, dando a la palabra un ligero énfasis—. Estábamos pensando en dar una vuelta por el bosque. ¿Y tú qué vas a hacer?


—Pues creo que me voy a ir con ustedes.


—¡Bien! —gritaron los niños y se fueron corriendo a vestirse.


—Dime una cosa —comentó Paula, de pasada—. ¿Duermes con el traje?


Él la miró, como sorprendido.


—Tengo que pasarme por la oficina un poco más tarde. Así no tendré que cambiarme.


Paula reprimió una sonrisa.


—Lo dudo. Hay mucho barro por donde vamos a ir. ¿No tienes unos vaqueros?


La miró con cara de sorpresa, como si no se le hubiera pasado por la imaginación que en febrero hubiera barro.

La Niñera: Capítulo 19

Decidió esperarle para hablar con él. Así que agarró el mando a distancia y eligió un canal en la televisión. Llegó casi a media noche, justo cuando el reloj del pasillo estaba dando las doce.


—Hola, Cenicienta —le dijo ella, sonriendo.


—Hola, Mary Poppins. ¿Cómo es que estás levantada?


—Estaba esperando para hablar contigo.


—¿Me puedo servir una copa antes? Estoy totalmente sobrio, agotado y supongo que no vas a descansar hasta no haberme dicho lo que me tengas que decir.


Se fue al armario donde se guardaban las bebidas y se sirvió un whisky.


—Dispara.


Paula se encogió de hombros.


—Es sobre los niños —empezó.


—¿Qué otra cosa podría ser? —se sentó en el sofá y se quedó mirándola, mientras ella intentaba encontrar una forma de empezar—. Vamos Paula, dímelo ya.


—¿No les hablas nunca a los niños de su madre?


—¿De Silvana? —lo dijo como si le hubiera sorprendido—. Casi nunca.


—Los niños me han dicho que no les dejas ver las fotos de su madre y que no los llevas a la casa de campo, y que... —no se atrevió a terminar la frase.


—¿Y qué?


—Posiblemente lo dijo porque estaba enfadado. Seguro que no hablaba en serio.


—¿De qué no hablaba en serio?


—Benjamín dijo que habría preferido tu muerte, en vez de la de su madre.


El dolor se reflejó en su mirada. Cerró los ojos. Cuando los abrió de nuevo, tenía la mirada como perdida.


—Por lo menos en eso estamos todos de acuerdo. Pero eso es algo sobre lo que nosotros no tenemos control —terminó la copa y se echó otra—. ¿Quieres?


Paula movió en sentido negativo la cabeza.


—¿Era tan necesario salir esta noche?


—Sí. Era una cena de negocios, que había programado hace semanas. Estábamos cenando con un comprador extranjero. Por suerte, se ha ido pronto a la cama.


—¿Estábamos?


—Gabriela, es mi directora de asuntos corporativos.


Asuntos corporativos.


—Pues a los niños no les gusta mucho.


—El sentimiento es mutuo. La última vez que vino, le desinflaron las ruedas.


Paula se puso la mano en la boca, para no reírse.


—Se puso furiosa.


—¿Quién las hinchó?


—Los niños. Tardaron horas. Ella se fue en mi coche.


Paula se echó a reír.


—Por lo que respecta a mañana —le dijo él.


—¿Mmm?


—Intentaré quedarme todo el día en casa. El problema es que hemos comprado otra empresa y estamos intentando racionalizar las cosas. Todo está hecho un lío, pero lo estamos consiguiendo. Es cuestión de tiempo.


—¿En domingo?

La Niñera: Capítulo 18

Pedro volvió más tarde, duchado, cambiado de ropa y listo para irse a cenar con Gabriela. No tuvo tiempo de hablar con los niños, y le dijo que lo haría por la mañana. Paula no confió mucho en su palabra.


Los niños y ella cenaron tranquilamente en la cocina. Cuando terminaron, Paula les propuso ir al salón a ver la televisión. Pero no ponían nada que les llamara la atención.


—Podemos ver las fotos —sugirió Benjamín.


—¿Fotos?


—De mami. Papá no nos deja verlas, porque dice que nos ponemos tristes. Pero nosotros creemos que es él el que se pone triste. ¿Quieres que las veamos?


—Claro.


El niño se subió a una silla y sacó de la estantería dos libros de fotos. El primero era del día de la boda, con los nombres de los novios grabados en oro y plata. Paula lo abrió y vió a una mujer muy guapa, riéndose, con los ojos brillantes, pelo negro. A su lado estaba Pedro, con el brazo sobre sus hombros, la mirada llena de amor y felicidad.


—Era muy guapa —le dijo Paula a los niños. 


Ellos asintieron y pasaron la página, informándola de todos y cada uno de los componentes de la familia, pero Paula sólo tenía ojos para Pedro y Silvana, tan guapa y tan rebosante de felicidad. Se preguntó cómo alguien tan lleno de vida había muerto tan joven. A lo mejor en el siguiente libro de fotos había alguna pista. Pero no la hubo. Más fotos, del viaje de luna de miel y después de los niños, recién nacidos. Y después páginas en blanco.


—Es que murió ese verano —le dijo Felipe—. Desde entonces, no hemos ido a la casa de campo.


—¿Casa de campo?


—Al norte de Norfolk. Está en un acantilado. Nosotros no nos acordamos, pero hay muchas fotos del sitio.


—¿Es de su padre? —les preguntó Paula.


Benjamín asintió.


—Muchas veces le decimos que por qué no vamos más, pero él nos responde que es que tiene mucho trabajo.


—La Frisbee va y mucha gente del trabajo también. Sólo nosotros no vamos.


—¿La Frisbee?


Benjamín torció la nariz.


—Gabriela Fosby-Lee. La llamamos la Frisbee. Es una cursi — dijo el niño—. Si tienes muchas ganas, tienes que hacer algo, pero eso...


Paula trató de no echarse a reír. ¿Dónde demonios habrían oído aquello? Porque sin duda lo tendrían que haber oído de alguien. Los reprendió por repetir cosas que no entendían y después los ordenó ir a la cama, sin hacer caso de sus protestas. Así que Pedro estaba satisfaciendo sus necesidades con Gabriela. Lo cual era normal, porque un hombre fuerte y sano, no podía vivir como un monje. Sin embargo, le molestó el que en vez de hablar con sus hijos, se hubiera ido a cenar con ella.

La Niñera: Capítulo 17

 —¡Yo le voy a enseñar lo que es un enfado! ¡Felipe, ven aquí ahora mismo y discúlpate! —le gritó Pedro—. ¡Felipe!


El niño se detuvo y se dió la vuelta, para mirar a su padre.


—Yo no soy Felipe —le respondió—. Soy Benjamín. Si hubieras pasado más tiempo con nosotros, ya lo sabrías.


Pedro se quedó mirándolo, horrorizado.


—Dios mío —murmuró, mientras veía cómo su hijo subía las escaleras y desaparecía. 


Al cabo de los pocos segundos, se oyó un portazo. Se miró el reloj.


—Paula, mira a ver si lo logras calmar un poco. Tengo que irme, porque ya llego tarde.


—¡No puedes irte sin hablar primero con él!


Se dió la vuelta y vio el tono de reprobación en su mirada.


—Lo siento —le respondió.


—Conmigo no tienes que disculparte, porque no es a mí a la que has hecho daño. Es a tu hijo, al que ni siquiera has sabido reconocer.


—De espaldas, y a todo correr...


—¿Es la primera vez que te ha pasado?


Permaneció en silencio, muy serio.


—Pedro, por favor...


—Paula, ahora no tengo tiempo. Tengo una reunión en media hora y todavía tengo que leer unos documentos...


—Se suponía que ibas a ir más tarde.


—Pero es que Diego la ha adelantado.


—Pues ponía para más tarde.


—No puedo, Paula. Cuando vuelva, hablaré con él.


Ella movió en sentido negativo la cabeza.


—Anoche pensé que estábamos avanzando algo, pero parece que me he confundido. Tu negocio es lo primero, y después son tus hijos. ¡Por Dios bendito, Pedro, ellos son lo único que tienes!


Por un momento, incluso llegó a pensar que iba a convencerlo, pero de pronto se dió la vuelta, levantó el maletín y se marchó, dando un portazo.


—Maldito Pedro Alfonso—murmuró ella entre dientes, dirigiéndose a la habitación de los niños.


Benjamín estaba tirado boca abajo en la cama, llorando como si le hubieran partido el corazón. Felipe estaba sentado a su lado, acariciándolo y tragando saliva.


—Lo odio —Benjamín estaba diciendo—. Es mezquino y lo odio.


Paula abrazó a los dos niños y los acarició, hasta que logró calmarlos.


—No se enfaden con él. Tiene mucho trabajo y está muy cansado.


—Siempre está cansado. Siempre trabaja mucho. Nunca está aquí. Y cuando está, se encierra en la biblioteca y no sale —dijo Felipe con amargura.


—Ojalá se hubiera muerto él, en vez de mi madre —dijo Benjamín.

La Niñera: Capítulo 16

¡Estaba tan bien así! Sentía el calor de su cuerpo en las palmas de su mano, las sólidas columnas de músculos a cada lado de su cuerpo. Sus pechos se aplastaban contra el de él y sentía sus brazos protectores en torno a su cuerpo. Se sentía como si estuviera en el paraíso. Por lo menos al principio. Porque de pronto, apareció la tensión y él se separó, mirándola con ojos inquisitivos. Ella echó la cabeza para atrás, como buscando algo en su rostro.


—¿Estás bien? —le preguntó, expresando su preocupación.


—Sí. ¿Sabes cuánto hace que alguien no me abrazaba de esa manera tan sencilla? —le preguntó.


Paula sintió que los ojos se le arrasaban de lágrimas. Lo soltó y se dió la vuelta, para que no viera lo mucho que aquello le había afectado.


—¿Quieres una taza de té? —le preguntó, con voz temblorosa.


—Mejor no. Creo que será mejor que me vaya a la cama —se detuvo en la puerta, clavando los ojos en ella—. Eres una mujer maravillosa —le dijo—. Es una suerte tenerte con nosotros. Buenas noches, Mary Poppins.


La dejó y ella se metió en la cama, tapándose la cabeza con la almohada, para no oír el llanto de los dos niños, ni el del hombre solitario que se había perdido en su camino.


—¿Ha vuelto ya papá?


Paula alzó la cabeza. Benjamín estaba en la cocina, con el pantalón del pijama a la altura de las rodillas.


Ella asintió.


—Volvió anoche.


—No vino a vernos —le dijo el niño.


—Estaban dormidos. Fue a su habitación, pero no quiso despertarlos.


Benjamín se sentó en la mesa y se puso a dar pataditas al respaldo de la silla, con su pie descalzo. Paula reprimió las ganas de estrecharlo entre sus brazos.


—¿Qué quieres de desayunar?


—Nada.


Incapaz de resistirse a la tristeza de su rostro, Paula se sentó a su lado y le puso una mano en el hombro, para reconfortarlo.


—Tienes que comer algo.


—Un helado.


—No digas tonterías, Benjamín —le dijo ella con amabilidad, pero con firmeza—. Tómate una tostada, o un vaso de leche con cereales, o algo.


—No quiero ni tostada, ni cereales —gritó él, apartándose—. ¡Quiero un helado!


—Pues no puedes comerte un helado —repitió ella con determinación. 


Por el rabillo del ojo, vió a Pedro salir de la biblioteca y dirigirse hacia la cocina.


—Aquí está...


—¡Quiero un helado, y si no me das un helado, no quiero nada más! —gritó el niño, con lágrimas en los ojos. 


Se dió la vuelta, pasó al lado de su padre y se fue corriendo escaleras arriba.


—Enano caprichoso...


—Déjelo, señor Alfonso. Está enfadado.

viernes, 1 de agosto de 2025

La Niñera: Capítulo 15

 —Sí, tendré que ir y ponerme al día con mi trabajo. A lo mejor hasta tengo que trabajar el domingo.


Paula se quedó horrorizada.


—Señor Alfonso, los niños están deseando verlo. Lo echan mucho de menos.


Se aflojó el nudo de la corbata, se desabrochó el primer botón y suspiró.


—Los podré ver cuando termine.


—Eso no es suficiente —se sentó justo enfrente de él y lo miró a los ojos, en gesto de desafío—. Lo necesitan. He hablado por teléfono con el director del colegio. Quiere hablar con usted lo antes posible.


—Paula, no puedo pensar en esos problemas esta noche.


—Pues tendrá que hacerlo. No puede esconder la cabeza y pensar que van a desaparecer.


Él abrió los ojos y se quedó mirándola.


—¿No te puedes encargar tú? Para eso se supone que estás aquí.


—El padre de los niños es usted, y hay cosas que sólo las puede hacer un padre. Y ésta es una de esas cosas. Tiene que pasar algo de tiempo con ellos...


El teléfono sonó y Paula lo respondió, puso la mano en el auricular y lo miró.


—Es Diego —le dijo.


Pedro suspiró, levantó su vaso y se fue hacia la puerta.


—Responderé en la biblioteca —le dijo, con tono cansado.


Paula lo observó marcharse y se encogió de hombros. ¿Qué más podría decirle? Esperó hasta que oyó su voz en el otro teléfono, antes de colgar. Triste por los niños y por la situación que tenían con su padre, se hizo una taza de té y se fue a la cama. Un rato más tarde, oyó ruido en la habitación de los niños y se fue a ver qué les pasaba, recorriendo el pasillo con los pies descalzos. Pedro estaba en la puerta, con la mano apoyada en el quicio, con cara de cansancio.


—Le invito a un té.


Él se dió la vuelta, miró a los niños un momento y la siguió. Paula puso la tetera en el fuego y se fue a la salita que había al lado de su habitación. Cuando entró vió que él estaba mirando las fotos que ella había puesto.


—Parece que has tenido una infancia muy feliz.


—Sí, tuve mucha suerte.


Se echó a reír.


—Te juro, Paula, que he intentado darles seguridad, por si algo me ocurría a mí, y al mismo tiempo he intentado mantener el fuego de la casa ardiendo —cerró los ojos y empezó a mover la cabeza—. No sé cuánto tiempo puedo continuar así.


Paula no dudó ni un minuto. Sin pensárselo dos veces, cruzó la habitación se puso a su lado y lo abrazó. Él se puso tenso, pero a los pocos segundos, levantó sus brazos y la abrazó también, apoyando su cuerpo contra su pecho.

La Niñera: Capítulo 14

Dió un sorbo a su taza, hizo un gesto de desagrado y la vertió en el fregadero. Paula reprimió una sonrisa.


—Seguro que estaba frío. ¿Quiere que le haga otra?


—Pensé que nunca me lo iba a ofrecer —confesó él—. Estaré en la biblioteca. Llévemelo allí y ultimamos detalles.


Los detalles fueron darle las llaves del Mercedes, un mapa de Norwich, para saber dónde estaba el colegio de los niños, así como los datos sobre la cuenta bancada, en la cual ella iba a tener firma, además de acordar un salario. En ese último aspecto, no hubo el menor problema. Estaba demasiado impresionada como para discutirlo. Se quedó mirándolo con la boca abierta.


—Se lo ganará, si logra quedarse tiempo.


Aquella noche, cuando se fue a la cama, después de haber acostado a los niños y limpiado la cocina, pensó que él había tenido razón. Paula siempre había sido muy optimista. La primera semana, sin embargo, comprobó que las metas que se había impuesto con respecto a los niños, eran bastante difíciles de cumplir. Alfonso se tuvo que ir de viaje de negocios toda la semana y le dejó dicho que volvería el viernes. El viernes por la noche, estuvo a punto de tirarse de los pelos. A las nueve, sonó el teléfono. Era su jefe, desde el aeropuerto de Norwich, pidiéndole que lo fuera a recoger, porque no podía encontrar ningún taxi.


—Pues los niños están en la cama dormidos, así que tendrá que esperar a que quede libre alguno —le respondió y colgó.


Media hora más tarde llegó él a la casa, mientras ella se estaba arrepintiendo en la cocina de su conducta tan impulsiva.


—¿Ocurre algo? —le preguntó.


Ella se encogió de hombros.


—Los niños han tenido una semana bastante ajetreada en el colegio. Siento mucho haberle respondido de esa manera.


—¿Qué es lo que han hecho?


—Pues cosas para llamar la atención, como por ejemplo mojar toda la casa y pintarrajear los libros. ¿Ha comido?


Se quitó la chaqueta y la dejó sobre la silla.


—Sí, ya he comido. Lo que me apetece es beber algo.


—¿Café o té?


—Un whisky.


—¿Cree que es lo más conveniente?


—Paula, no me trate como a un niño. No sé si es lo más conveniente o no, pero he tenido una semana de perros y un vuelo horroroso.


Paula se fue a por la botella de whisky al salón y le sirvió una copa. Él se quedó mirando la copa y dió un trago.


—Salud, Paula.


A Paula se le ablandó el corazón. Parecía que estaba agotado, sin fuerzas para nada, y lo que menos necesitaba en aquellos momentos era un informe de las travesuras que habían hecho sus hijos.


—También llamó alguien que se llamaba Gabriela. Dijo que no se olvidara de lo de mañana por la noche.


—¿Qué? ¡Dios, la cena! Bueno, la veré mañana en la oficina.


—¿Oficina?

La Niñera: Capítulo 13

 —Seguro que no está tan malo —comentó ella—. Iré a ver.


—¿Señorita Chaves?


Se dió la vuelta.


—¿Sí?


—Gracias por venir. Mi padre nos habría matado, si usted no hubiera querido cuidar de nosotros.


—No creo que hubiera llegado a tanto. Y por cierto, llamenme Paula. Eso de señorita Chaves suena horrible.


Se fue hacia la cocina.


—Creo que ha preguntado por mí —le dijo, al verlo.


Tenía puestos sólo los calcetines, porque estaba limpiándose los zapatos. La miró durante unos segundos.


—Sí, quería decirle dónde están las cosas, aunque no creo que le sea de mucha utilidad la información que le pueda dar sobre esta casa. De momento, estoy haciendo un té.


—Ya me lo han dicho los niños.


La volvió a mirar y casi la hipnotiza con el brillo de sus ojos. Había un tono de humor en aquella profundidad dorada.


—¿Le dijeron también que me sale horrible?


No pudo evitar la sonrisa.


—Si no le gusta, puede tirarlo al fregadero.


Paula continuó sonriendo, fascinada por las patas de gallo de sus ojos y el timbre tan suave en su voz.


—Seguro que no está tan malo. Es imposible hacer mal el té —dijo en tono optimista.


Se sirvió una taza y se sentó a la mesa, observándolo. Se movía de forma rápida y precisa, economizando sus movimientos. Estaba dándole la espalda, dejándola fijarse en la anchura de sus hombros, bajando hasta su estrecha cintura y delgadas caderas, embutidas en un pantalón de color gris muy elegante. Seguro que pertenecían al traje. No obstante, a pesar de que parecía que iba siempre con traje, no tenía el aspecto del típico ejecutivo. No tenía un gramo de grasa encima. Recordó el momento en el que se tuvo que apoyar en su pecho y en el latido de su corazón. ¿Había ocurrido esa misma mañana? Sintió que las mejillas se le enrojecían, al recordarlo. Dió un sorbo a la taza de té e hizo un gesto de desagrado. Los niños estaban en lo cierto. Aquello sabía horroroso.


—¿Es usted el magnate de la industria informática?


—¿Magnate? Yo hago programas, eso es todo. Yo no diría que soy un magnate.


—Uno de mis hermanos me ha dicho que es usted una leyenda.


Paula se quedó asombrada al ver el color que tomaba su cuello.


—Eso es un poco exagerado —comentó él—. Digamos que he tenido algo de suerte.


Paula intentó cambiar de conversación.


—En cuanto a la casa...


—¿Hay algún problema?


—No, no, en absoluto. Sólo quería saber si íbamos a comer todos juntos, o tenía que ir a comer a mi habitación, o a qué sitios puedo entrar y no entrar de la casa.


—Si tiene que cuidar de los niños y quiere hacer su trabajo bien, supongo que tendrá que hacerse cargo de toda la casa.


Paula se fijó en los músculos de sus brazos, a través de la camisa de seda.


—Lo que sí me gustaría es hacer vida familiar —le dijo—. Ya sé que es muy complicado conmigo, porque viajo mucho. Pero su trabajo es que esto parezca una familia. La forma en que lo consiga es cosa suya.

La Niñera: Capítulo 12

 —Eso es ridículo. No lo hizo con mala intención.


—Ese hombre tiene dinero. Eso es suficiente.


—A mí poco me importa su dinero.


—Pero uno se acostumbra muy fácilmente a él —Gonzalo levantó un cojín y se quedó mirándolo—. Paula, es un hombre muy...


—¿Muy...?


—Muy masculino. No me digas que no te hás dado cuenta.


—Es muy masculino, ¿Y qué? Eso no significa que se va a aprovechar de nuestra relación para seducirme —le quitó el cojín y lo estrechó entre sus brazos—. Confía en mí, ese hombre está tan desesperado con los niños, que no se atreve a dar un paso en falso.


Gonzalo puso un gesto de no creerse lo que decía.


—Confía en mí —volvió a repetirle, sonriendo.


—Yo confío en tí, Pau —la abrazó y luego la soltó—. Pero llámame si te molesta, ¿Vale?


—Seguro que no...


—Prométeme que me vas a llamar, si te pasa algo.


Paula suspiró.


—Te lo prometo. Ahora vete y deja de preocuparte. Ya tengo veinticinco años.


Lo acompañó hasta la calle y se quedó en el camino, viéndolo marcharse. Después, dando un suspiro, volvió a entrar en la casa.


—Un hombre muy protector.


Paula levantó la cabeza y lo miró como disculpándose.


—Lo siento, no me dí cuenta de que se notara tanto.


Pedro torció un poco la boca.


—Es normal, yo haría lo mismo si fueras mi hermana.


Le sostuvo la puerta de entrada, en gesto de cortesía. Cuando pasó a su lado, la agarró del brazo y le dijo:


—Aquí estás segura, Paula. A pesar de lo que ha pasado esta mañana. Quiero que tengas eso en cuenta.


El corazón empezó a latirle con fuerza. Lo miró a los ojos e inmediatamente giró la cabeza.


—No estaría aquí si pensara lo contrario —le contestó.


—Sólo quería que lo supieras.


La soltó y se fue hacia la biblioteca.


—Estás en tu casa —le dijo, volviendo un poco la cabeza—. Hasta luego.


Paula subió al piso de arriba y sacó las fotos de su familia y de sus amigos, un oso de peluche, sus vaqueros, camisetas, una falda y unas cuantas blusas, además de lo básico para la cocina, como el té, café y leche en polvo. Colocó sus cosas de aseo personal en el cuarto de baño y guardó la maleta. Después se fue a ver dónde estaban las criaturas a las que había ido a cuidar... Encontró a los niños en el jardín, con barro hasta las orejas, construyendo una presa, en un pequeño riachuelo.


—Papá quiere verte —le dijo uno de ellos. 


Ella se quedó mirándolo.


—¿Benjamín?


—Sí ¿Cómo lo has averiguado?


—Ha sido por causalidad. Aunque se los puede distinguir al uno del otro.


—Pues mi padre nos confunde —le dijo Felipe—. Algunas veces le tomamos el pelo.


Paula sonrió.


—Me lo creo. ¿Saben dónde está?


—En la cocina —le informó Benjamín—. Está haciendo té. No lo sabe hacer muy bien. Tú lo haces mejor.

La Niñera: Capítulo 11

 —¿Te acuerdas de cuando nosotros hicimos lo mismo? —le preguntó David.


—Sí, con un cubo de agua. Le cayó el cubo en la cabeza y la tuvimos que llevar al hospital —respondió Gonzalo.


—Confiemos en que tenga seguro —comentó Iván—. Podrías necesitarlo, Pau.


—Gracias hermanito. Tu preocupación me llega al alma, pero el instinto de autoconservación lo tengo intacto.


—Lo vas a necesitar, si esos dos niños se parecen a tus hermanos —comentó su padre, con tono suave.


Estuvieron hablando y bromeando durante toda la comida. Cuando terminaron, Paula los abrazó y se despidió de ellos.


Cuando llegaron a la casa de Pedro, Gonzalo se bajó del coche, echó un vistazo y dio un silbido.


—Es bonita, ¿Verdad? —le dijo Paula, sonriendo.


—¿Bonita? ¿Es lo único que se te ocurre?


Gonzalo sacó las cosas de Paula del coche y la siguió hasta la puerta de entrada. Llamaron al timbre y oyeron el sonido de una puerta y pasos. Casi al segundo siguiente, abrieron la puerta de par en par y aparecieron dos rostros con cara de pillo, sonriendo.


—¿Están todavía vivos? —bromeó Paula.


—Por poco —Alfonso apareció detrás de los niños y le guiñó el ojo, volviéndose después hacia la persona que la acompañaba—. Usted debe ser uno de sus hermanos.


Paula los presentó y los observó estrechar la mano. Alfonso tomó la bolsa y la llevó escaleras arriba, a la habitación que tenía vistas al jardín.


—Bonito sitio —comentó Gonzalo, mirando a su alrededor con desconfianza.


—Sí, nos gusta mucho. Bueno chicos, pongan las maletas ahí y dejemos sola a la señorita Chaves, para que ordene todo un poco.


Dejaron a Gonzalo y a Paula solos. Ella movió sus ojos y repitió las palabras que su hermano había dicho:


—Bonito sitio. ¿Es que no se te ha ocurrido otra cosa?


Gonzalo no le prestó la menor atención.


—¿Vive alguien más aquí?


—No. La señora de la limpieza viene todas las mañanas, pero nadie más.


—Mmm.


—Gonza, dí lo que estás pensando.


—Está bien, no me gustó el que te guiñara el ojo.