—Le has dicho una mentira —le dijo, riéndose.
—Lo siento, pero es que estaba mostrando que ella era superior.
—¿No se dedica esa gente a hacer pizzas?
—Y helados. De todas maneras, no creo que vaya.
—Quiero estar a solas contigo, Paula —le murmuró Pedro—. Quiero desabrocharte las hombreras de ese vestido y verlo caer al suelo, y después quiero...
—Aquí están. Pedro, el señor Bulmore está preguntando por tí. Quiere saber algo sobre las pensiones.
—Gracias, Gabriela. ¿Y no has podido responderle tú?
—Me pareció que quería que se lo confirmase el jefe —le agarró del brazo y se lo llevó.
Paula cerró los ojos e intentó tranquilizar su respiración, pero el corazón le latía de forma errática. En aquel momento, nada más que las caricias de Pedro la podían calmar. Respiró hondo, se estiró y fue a atender a los invitados. Comieron, bebieron y se divirtieron hasta muy tarde. Cuando Paula pensó que los pies la iban a matar, los invitados empezaron a irse. A todos los acompañaron a la puerta y, cuando salió el último invitado, Gabriela se llevó a Pedro del brazo.
—Querido, he bebido tanto que no me atrevo ni a conducir. Creo que será mejor que me quede esta noche. Tengo la bolsa en el coche. Tuve el presentimiento de que algo así me iba a pasar.
Pedro se limitó a sonreír.
—Señor Bulmore, ¿Podría usted llevar a Gabriela a casa? Le pilla de paso. Gracias, es muy amable. Gabriela, déjame las llaves de tu coche y te lo llevaré por la mañana.
Le dió un beso en la mejilla y se fue con Paula, jugando con las llaves en la mano. Si las miradas pudieran matar, ella estaría muerta, pensó ella. Cerraron la puerta y Pedro se dió la vuelta y la miró.
—Al fin solos. Y ahora, vamos a bailar, como me prometiste.
Se fue al equipo de música y puso un disco romántico. Era curioso, pero los pies le habían dejado de doler. Pero a lo mejor era porque estaba flotando. Sintió sus manos en su cuerpo, abrazándola con ternura. Le puso una mano en la espalda y la otra en el trasero, apretándola contra él, al tiempo que se movía al ritmo de la música. Ella le puso las manos en el cuello, metiéndole los dedos por entre el pelo. Acariciando su textura. Sentía el corazón contra su pecho, ¿O era el de ella? La verdad, era imposible saberlo. Cuando él inclinó la cabeza y le acercó los labios, decidió no averiguarlo. Se entregó al beso, sintiendo en su boca su lengua aterciopelada, que cada vez quería ir más adentro.