viernes, 31 de mayo de 2024

Quédate Conmigo: Capítulo 55

 –¿Y no te pusiste en contacto con su familia?


–Javier no hubiese querido. Yo nunca fui parte de su vida, solo un romance de verano antes de casarse con la novia que su familia había elegido para él. Tener a Sofi fue mi decisión y una que no he lamentado nunca.


Por alguna razón, eso lo hizo sonreír.


–Así que tu madre se marchó de Cranbrook y tú te mudaste a la casita de mi madre. Es extraordinario.


–No hay nada extraordinario en ello. Estaba vacía y yo necesitaba un sitio en el que vivir.


–¿No ves a tu madre?


–No mucho. Volvió a casarse y está muy ocupada con su nueva familia –Paula sacó un pañuelo del bolso para limpiarse las manos–. Bueno, ahora ya conoces todos mis secretos.


–Lo dudo.


–Más que la mayoría de la gente. Y ahora te toca a tí contarme los tuyos. Yo te he contado los míos, tú me cuentas los tuyos…


–Creo que la frase era: «Yo te enseño el mío, tú me enseñas el tuyo» –bromeó Pedro–. ¿Nunca jugaste a eso?


Paula le dió un empujón.


–Tonto.


–Ya te he contado mi gran secreto.


–¿Lo de tu padre? Eso es historia antigua. Sé que estuviste casado con Micaela Parsons. ¿Tienes hijos? –Paula había estado pensando en la hija de Beatríz Webb, pero no se atrevía a preguntar directamente–. ¿Dónde fuiste cuando te marchaste de Cranbrook Park? ¿Cómo convertiste una empresa de mensajería en una multinacional? ¿Qué haces de vuelta en Maybridge?


Estaba enterrando la gran pregunta entre otras menos importantes, salvo que ninguna era menos importante.


–¿Solo quieres saber eso?


–Me valdrá por el momento.


–Me gustaría saber cómo te has enterado de mi matrimonio con Micaela.


–Secreto profesional –Paula seguía sintiéndose incómoda por haberle sacado esa información a una de sus empleadas–. ¿Cómo se conocieron?


–Mica trabajaba en la oficina. En realidad, llevaba la oficina por mí cuando las cosas empezaron a ir bien. Trabajábamos muchas horas y no teníamos tiempo para salir, solo trabajo y sexo. Sobre todo trabajo. En realidad, no sé por qué nos casamos –le confesó Pedro, tomándola por sorpresa.


–Es lo que se llama un matrimonio de prueba.


–¿Qué?


–Como la primera casa: Pequeña, temporal, barata, un sitio en el que alojarte hasta que encuentras lo que buscas de verdad.


–Podrías tener razón –asintió él–. Mica ha vuelto a casarse con un tipo que nunca ha montado en moto y tiene un par de hijos. Menos mal que nosotros no cometimos ese error. No se pueden tener hijos de prueba –añadió, levantándose–. ¿Paseamos un rato para bajar el helado?


–Buena idea. ¡Sofía!


La niña tenía chocolate en la mejilla, una mancha verde en el jersey y los zapatos mojados. Su madre se quedaría horrorizada.

Quédate Conmigo: Capítulo 54

 –No, no fue así –Paula hizo una mueca–. Javier se había ido y yo elegí a mi hija en lugar del futuro que mi madre se había esforzado tanto por darme. Elegí las náuseas matinales en lugar de estudiar con todos esos amigos importantes que había hecho en el colegio. Mi madre no me lo perdonó nunca y tampoco perdonó que mi padre se pusiera de mi lado.


–Estaba muriéndose –dijo Pedro–. Imagino que eso hace que uno se concentre en lo que es realmente importante.


–Sí, claro.


Tan poca gente lo había entendido. Su madre, sus profesores, sus amigos, todos la urgían a librarse de Sofía. Su padre fue el único que entendió por qué se agarraba desesperadamente a una vida que había hecho con amor, con pasión. Una vida de la que ella era responsable. Una vida que había recibido a cambio de la que estaba a punto de perder. Inesperadamente, Pedro también parecía entenderlo.


Regla número siete para trabajar con Pedro Alfonso: Esperar lo inesperado.


–Imagino que no ayudó nada que el padre de Sofía fuese de otra raza.


–Conocí a Javier en una fiesta que organizó una de las chicas de mi colegio. Estaba en la universidad con su hermano y era el hombre más guapo que había visto nunca… Con la piel dorada, encantador.


–Pero se marchó.


–De verdad lo lamentó cuando le dije que estaba embarazada. Y se mostró generoso.


–¿Te pasa una pensión de manutención?


–No… –Paula negó con la cabeza.


–¿Te dió dinero para librarte del problema?


Algo en su tono de voz hizo que Paula levantase la cabeza.


–Tenía que volver a su país porque su familia había concertado un matrimonio. Para Javier, el nuestro era un romance temporal y creía que yo pensaba lo mismo… Bueno, ya te puedes imaginar –Paula se encogió de hombros–. Acepté el dinero que me ofreció y volvió a casa pensando que iba a usarlo para lo que él pretendía.


–¿Ese es el dinero que usaste para arreglar la casa?


Ella negó con la cabeza.


–No, abrí un fideicomiso para Sofi. Lo necesitará cuando sea mayor.


–Madres… –Pedro sacudió la cabeza–. ¿Ella sabe quién es su padre?


–Sí, claro. Tengo muchas fotografías de Javier y hasta hemos hecho un árbol genealógico para un trabajo del colegio. Javier al Sayyid provenía de la poderosa familia Ras al Kawi. Su tatarabuelo era un líder tribal que luchó con Lawrence de Arabia. He encontrado montones de fotografías en Internet… –Paula frunció el ceño.


–¿Qué ocurre?


–Nada, nada. Estaba preguntándome si eso tendrá algo que ver con el enfado de Sofía y Camila.


–¿Que su padre sea árabe?


–No, bueno… Puede que mi hija se haya dejado llevar por el cuento de Las mil y una noches. No hace falta mucho para que las demás niñas se vuelvan contra tí…


–Y tampoco hace falta mucho para que se les pase.


–Solo algo que rompa el hielo… ¿Pero qué? Cuanto más tiempo sigan así, más difícil será que hagan las paces.


–Hablas de su padre en pasado –dijo Pedro entonces.


–Javier murió en un accidente de coche un año después de que Sofía naciera. Había ido a visitar a un amigo en Melchester… Fue una de las primeras noticias que cubrí cuando empecé a trabajar en el Observer.

Quédate Conmigo: Capítulo 53

 –Me pregunto si Sofía querrá alguna vez una minifalda de cuero rojo –dijo él, chupando el chocolate de su dedo con hipnotizadora lentitud–. ¿Con qué sueña tu hija? ¿Lo sabes? ¿Le has preguntado alguna vez? ¿Tus padres te preguntaron a tí alguna vez?


–Los padres hacen lo que creen mejor para sus hijos –respondió ella, a la defensiva. Tal vez porque sabía poco sobre lo que pensaba su hija, sobre lo que la hacía tan infeliz últimamente.


–¿Tú crees?


–Los míos hicieron lo que pudieron por mí.


–Pues tuviste suerte –dijo Pedro–. Pero aun teniendo las mejores intenciones, no siempre se hacen las cosas bien. ¿Cómo respondieron tus padres al nacimientode Sofía?


Paula se dejó caer de nuevo sobre el banco.


–Mi padre murió una semana antes de que naciera.


–Vaya, mal momento.


–¿Hay un buen momento para morir?


–En la cama, al final de una vida vivida al máximo.


–Sí, bueno, la vida de mi padre se cortó debido a un cáncer de páncreas. Dos años de quimioterapia, remisión, más quimioterapia… Siguió trabajando hasta una semana antes de morir –le contó Paula–. Se negaba a descansar. Decía que tendría todo el tiempo del mundo para eso.


Pedro no le dió el pésame, pero la verdad era que su padre y él siempre se habían llevado mal. Y, según contaba, había sido su padre quien lo echó de la finca siguiendo órdenes de sir Erique. ¿Con qué lo habría amenazado para que no volviera? ¿Con echar a su madre de allí? ¿Despedir a su padrastro? Ella estaba acostumbrada a hacer preguntas, era su trabajo, pero no sabía si quería saber la respuesta a esa pregunta en concreto porque quería, necesitaba, recordar a su padre como la única persona en el mundo que la había entendido y que la había querido lo suficiente como para apoyarla cuando más lo necesitaba.


–Debió ser muy duro para tí –comentó Pedro.


–Fue más duro para mi padre. Y para mi madre también. Yo pude escapar y divertirme, al menos durante un tiempo.


–¿Con el padre de Sofía?


–Sí.


–No te culpes por ello.


–Es más fácil decirlo que hacerlo. Tengo que vivir sabiendo que he defraudado a unos padres que solo querían lo mejor para mí.


–Yo nunca tuve ese problema –dijo Pedro, mientras terminaba su helado.


Le gustaría preguntarle por su infancia, por cómo lo había tratado Horacio Alfonso, si había sabido siempre que no era su padre biológico.


–Sir Enrique le ofreció a mi madre la oportunidad de comprar la casa, pero ella no quería quedarse.


–E imagino que tú querías estar con el padre de Sofía.

Quédate Conmigo: Capítulo 52

No necesitaba que su madre le advirtiese que Pedro era tan peligroso ahora como lo había sido antes, más aún. Entonces ella era demasiado joven, pero… Siempre había querido que se fijase en ella y allí estaba, a su lado, tomando un helado frente al río.


–Hacerse mayor –dijo él, pensativo–. Cuánto deseábamos tener libertad para hacer lo que quisiéramos, para ser lo que quisiéramos. No sabíamos que era una suerte ser niños, antes de que la vida se convirtiera en una responsabilidad, sin tiempo para relajarse o hacer el tonto.


–Uno no se convierte en multimillonario haciendo el tonto –dijo Paula. Y, al ver que tenía canas en las sienes pensó que ella no era la única que había dejado de jugar–. ¿Qué harías si pudieras perder el tiempo por un día? ¿Desguazar una moto?


–Y luego montar en ella por las dunas del bosque de Cranfield o ir a pescar – respondió él–. Por cierto, esta mañana he estado acariciando una trucha enorme.


–¿Eso se puede hacer?


–¿Quieres que te enseñe? –le preguntó Pedro. 


Y el corazón de Paula se aceleró al ver las arruguitas que se formaban alrededor de su boca cuando sonreía. Era la clase de sonrisa que podría incendiar a una mujer que no tuviese el corazón protegido por una capa de amianto. Un aviso de que ya no estaban hablando de pescar.


–Pensé que eso de acariciar a las truchas era un cuento de pescadores.


–Tienes que saber dónde se esconden las truchas, quedarte inmóvil y esperar pacientemente.


Paula podía imaginarse metida en el agua hasta la cintura, con Pedro tras ella, los brazos a su alrededor, guiándola mientras lanzaba la caña…


–Hay que acariciarlas suavemente para que no sepan que estás allí, hipnotizarlas con las manos y hacer que deseen más…


–Yo odio el pescado –lo interrumpió ella–. ¡Sofía, ten cuidado! –Pedro la sujetó del brazo cuando estaba a punto de levantarse del banco–. Se va a caer.


–El río no cubre en esta zona y estoy vigilándola. No le pasará nada.


–Se va a mojar.


–Hace calor. Se secará pronto.


–¿Estás diciendo que soy una madre exageradamente protectora?


–Solo porque eres una madre exageradamente protectora –replicó él–. Es comprensible, pero tienes que intentar controlarte.


–¿Qué sabes tú de ser padre? –le espetó ella mientras observaba a su hija paseando a la orilla del río–. Mi madre no me hubiera dejado… –su madre no la hubiera dejado acercarse tanto al agua para que no se mojase los zapatos o la ropa–. Soy responsable de ella, Sofía no tiene a nadie más.


–Relájate –dijo Pedro, apretando su brazo.


–No hagas eso. Yo no soy una de tus truchas.


–Ya lo sé.


Pedro la miraba con… ¿Simpatía? No, no era eso. Era otra cosa, algo que no podía identificar.


–No es fácil ser madre trabajadora y soltera. Quiero tantas cosas para Sofi…


–Ten cuidado. No te conviertas en tu madre, Paula.


–¿Qué? –Paula se levantó de un salto, indignada–. ¡Eso nunca!

Quédate Conmigo: Capítulo 51

 –El tuyo parece interesante –comentó Pedro, señalando el helado de mil colores de Sofía.


Conteniendo el deseo de quitárselo de la mano, Paula mordió el suyo. Ver corretear a su hija, aunque fuese inducida por el azúcar, sería mejor que verla tan triste como en los últimos días.


–Rosales, burros –dijo él mientras paseaban detrás de Sofía por la orilla del río.


–¿De qué estás hablando?


–De la varita mágica. Pareces tener debilidad por los rosales y los burros.


–Especialmente por los burros –asintió ella, dejándose caer sobre un banco bajo un sauce desde el que podían ver los cisnes, los botes de remo, un barco con destino a Melchester…


–Por todo salvo por mí –dijo Pedro.


–Bueno, has conseguido hacer realidad el deseo de Sofía, así que te debo uno – dijo Paula mientras Pedro se sentaba a su lado en el banco–. Pide lo que quieras y haré lo posible por conseguirlo.


–¿Cualquier cosa? –preguntó él.


–Cualquier cosa que sea legal, honesta y decente –respondió Paula–. ¿O ya has conseguido lo que querías obligándome a dejar el periódico durante unas semanas?


–Te he hecho un favor –dijo Pedro, probando su helado–. A partir de ahora, y gracias a tí, Maybridge será un sitio mejor para todos los vecinos. ¿No era eso lo que querías? ¿No es eso lo que pretendes con tus artículos y tus ideas para el periódico?


Ella apartó la mirada.


–Lo que quiero es que aceptes la responsabilidad que conlleva ser el propietario de Cranbrook Park. Y el hada madrina es un papel que hace alguna chica del instituto.


–¿No te divierte vestirte de hada madrina?


–Yo me tomo mi trabajo muy en serio.


–¿Siempre? –Pedro apoyó un codo sobre el respaldo del banco.


–Ese era el plan, pero una vez que se me vea la celulitis bajo el tutú no habrá ninguna posibilidad de que la gente me tome en serio.


–¿Qué ha sido de la chica que quería ponerse una minifalda de cuero?


–Lo mismo que el chico que entró en la mansión Cranbrook en moto: Se hizo mayor. Tristemente, una minifalda no queda bien cuando ya no tienes la talla treinta y cuatro.


–Seguirías estando muy guapa con la falda. Aunque tal vez el color rojo….


–Tiene que ser roja. Eso es lo bueno de ponerse algo inapropiado, hacer que los adultos chasqueen la lengua –lo interrumpió Paula, recordando el anhelo que había sentido al verlo con Fernanda Parker en la parada del autobús.


El mismo anhelo que sentía en aquel momento…

miércoles, 29 de mayo de 2024

Quédate Conmigo: Capítulo 50

 –¿Por qué iba a mentirte?


–Para dar pistas falsas.


–No, no es eso.


Muy bien.


Regla número seis para trabajar con Pedro Alfonso: Olvidarse de la regla número cinco.


¿Pero por qué le contaría algo tan personal? ¿De verdad creía que apartándola de su escritorio iba a silenciarla? No podía ser tan ingenuo. Sencillamente, había querido sorprenderla con esa afirmación, hacer que se volviera loca intentando averiguar si decía la verdad. Y, aunque sentía curiosidad, sobre todo sentía alivio al pensar que no tendría que escribir ese artículo. Por el momento, debía ocuparse de la semana de los deseos de Maybridge y luego volvería a las reuniones del Ayuntamiento y a las ferias agrícolas hasta que se retirase. Pedro detuvo el coche y ayudó a salir a Sofía mientras a Paula le daba vueltas a la cabeza.


–El primero que llegue gana un helado.


Sofía, naturalmente, salió corriendo por el puente sin esperar un segundo.


–¿Antes del almuerzo? –protestó Paula.


–¿Y el batido que tú le habías prometido?


–¡No te acerques demasiado al agua, Sofi!


–Aguafiestas.


–Más bien responsable –replicó ella.


Pero tenía razón: Había usado el batido para irritar a Pedro y un helado no sería tan malo. Mientras iban hacia el puente, Pedro sujetaba su brazo como si temiera que también ella saliese corriendo.


–Juana Michaels suele quedarse con Sofía durante la Semana Blanca porque Camila y ella son muy amigas, pero ahora no se hablan.


–¿Y cómo lo llevas?


–Como cualquier otra mujer en mi situación. O como cualquier hombre, con la ayuda de amigos y niñeras. Y cuando todo lo demás falla, haciendo lo que he hecho hoy, llevar a mi hija al trabajo.


–No es la situación ideal.


–Sofía se porta muy bien, pero es como un volcán a punto de estallar. Sabes que va a hacerlo y que cuanto más tarde lo haga será peor –Paula suspiró–. Al menos ahora, gracias a tí, puedo trabajar desde casa.


–No pareces particularmente agradecida.


–Perdona si no lloro de gratitud, pero no creo que lo hayas hecho por mí.


Sofía estaba esperándolos al otro lado del puente, dando saltos de emoción.


–He ganado, he ganado…


–Desde luego que sí –asintió Pedro, sacando un puñado de monedas del bolsillo–. Yo tomaré uno de noventa céntimos. ¿Y tú, Paula?


–Lo mismo, uno pequeño.


–Dos helados de noventa céntimos y el que tú quieras para tí –dijo él, poniendo las monedas en la mano de la niña.


–¡Se comprará un helado gigante!


–Estoy alimentando el volcán –bromeó Pedro–. ¡Estaremos mirando a los cisnes, Sofía!


–Esto es ridículo –protestó Paula.


–¿El helado, el almuerzo? ¿O me estás diciendo que no quieres ser el hada madrina de Maybridge?


Porras, ahí estaba la sonrisa de nuevo…


–No es eso.


–Pensé que tu destino en la vida era mover una varita mágica y hacer realidad los sueños.


–¿Si la muevo sobre la rosaleda no la arrancarás?


–Puedes intentarlo.


Sofía volvió en ese momento, caminando con mucho cuidado para no tirar los helados. Pedro tomó uno y cuando le ofreció el otro a Paula hubo una momentánea colisión de dedos que alimentó el volcán personal que latía dentro de ella.


Quédate Conmigo: Capítulo 49

 –Está muy bien, vive en España.


–¿Y qué piensa ella de que hayas comprado la finca?


–No lo sabe.


–Ah.


Qué raro, pensó Paula.


–Ella siempre fue amable conmigo y la eché de menos cuando se fue… Tras la muerte de tu padre.


Pedro apretó los labios.


–Era un accidente que tenía que ocurrir tarde o temprano. Ir borracho por la orilla de un río nunca es buena idea.


–Pedro… –Paula tocó su brazo para recordarle que no estaban solos–. Lo siento, no lo sabía.


–¿Por qué ibas a saberlo? Tú nunca lo viste cuando volvía del bar.


¿Habría sido un padre violento?


–De todas formas, me da pena.


–¿Por qué no dices lo que piensas de verdad, Paula?


–No te entiendo.


–¿Dónde estaba yo cuando mi madre me necesitaba?


–Hablé con mi madre para que intercediese ante sir Enrique. Me parecía una crueldad que no pudieras volver a la finca para el entierro.


–¿Y habló con él?


Ella negó con la cabeza.


–Me dijo que yo no lo entendía, que no era tan sencillo y que tú no volverías nunca.


–Y, como ves, estaba equivocada. ¿Le has dicho que he vuelto?


–No.


–Las madres siempre son las últimas en enterarse de todo –Pedro se encogió de hombros–. Esa no es la razón por la que no vine al entierro.


Rozó su pierna sin querer al cambiar de marcha y Paula dió un respingo, pero él no pareció darse cuenta.


–Estaba en la India en viaje de negocios cuando ocurrió y mi madre no me lo contó hasta varios días después. La saqué de aquí en cuanto pude… Antes de eso no quería irse, en caso de que te lo hayas preguntado.


–¿Por qué iba a preguntármelo? No sabía que te hubieras hecho millonario o que ella fuese infeliz –Paula tragó saliva–. Lo siento mucho.


–No lo sientas por mí –Pedro pisó el acelerador–. Horacio Alfonso no era mi padre biológico.


Ella abrió la boca, atónita, pero no se le ocurría nada que decir.


–¿No me digas que te has quedado sin palabras?


–No.


¿Horacio Alfonso no era su padre? Bueno, eso tenía sentido. No se parecían en absoluto…


–Un poco, la verdad.


¿Entonces quién era su padre? ¿Alguien de la finca? ¿A quién se parecía? Había oído algo en una ocasión…


–¿Esa era tu intención, dejarme sin palabras? –le preguntó. 


Si había aprendido algo en su trato con Pedro Alfonso era que cuando quería que supiera algo se lo contaba directamente. Si no, cambiaba de tema.


–No.


–¿Me estás diciendo la verdad?


Regla número cinco para trabajar con Pedro Alfonso: No creer todo lo que decía.

Quédate Conmigo: Capítulo 48

 –¿A la señorita Webb no le gusta la vida en el campo? ¿O es señora Webb?


–¿Eso importa?


–A mí no, pero imagino que a ella sí.


–Es señora Webb, divorciada, y su problema no es el campo sino las viejas cañerías.


–Cobardica –murmuró Paula.


–Que no te oiga –dijo Pedro.


Él no tenía ningún problema de oído, evidentemente. Y el problema era ella… O más bien su apellido. Paula miró a Sofía, pero la niña estaba demasiado ocupada mirando por la ventanilla.


–¿Por qué has comprado Cranbrook Park?


Estaban parados en un semáforo y Pedro se volvió para mirarla.


–¿Porque podía hacerlo? –sugirió.


Y luego sonrió. No era nada espectacular, solo un esbozo de sonrisa, pero el efecto fue como meter los dedos en un enchufe y la descarga la recorrió de la cabeza a los pies.


–Entonces, es una cuestión de poder –dijo Paula, intentando ignorar la descarga.


¿Había algo más irritante que desear a un hombre al que una no quería desear? ¿Al que sería una locura desear?


Regla número cuatro para trabajar con Pedro Alfonso: No decir nada que lo hiciera sonreír.


–No, es una promesa que hice el día que me marché de Cranbrook Park – respondió él.


Y, evidentemente, no era un buen recuerdo porque perdió la sonrisa y la descarga quedó reducida a un cosquilleo, como cuando se te dormía un pie.


–¿Juraste volver rico como Creso y echar de aquí al malvado barón?


Paula imaginó la confrontación entre sir Enrique y Pedro. El villano entrando en el salón sobre su moto, con pantalón de cuero negro en lugar de armadura, jurando volver algún día para ocupar su sitio. Una moderna versión del caballero mortalmente ofendido… Qué bobada. Además, Pedro ya le había dicho que no había sido ese incidente por lo que lo echaron de Cranbrook Park. Por otro lado, tampoco se había molestado en negarlo. ¿Pero por qué entró en la mansión en su moto? ¿Quería provocar que lo echasen?


–Es un cliché, pero parece la verdad –sugirió, para presionarlo.


–No te pongas dramática, Paula.


¿Dramática? Su propio drama había contenido todos los clichés del mundo, pero era la historia de Pedro en lo que estaba interesada. ¿A quién le habría hecho esa promesa, a sir Enrique, a su madre, a sí mismo? Su madre debía seguir viva, pero hacía años que no sabía nada de ella.


–¿Qué tal tu madre?


Pedro la miró con el ceño fruncido, como si le sorprendiera la pregunta.

Quédate Conmigo: Capítulo 47

Regla número tres para trabajar con Pedro Alfonso: No mirarlo a los ojos.


–Yo envidiaba su falda de cuero rojo –dijo Paula, para que pensara que se había fijado en Fernanda, no en él–. Siempre juré que tendría una exactamente igual cuando cumpliese los catorce años.


–¿Y lo hiciste?


–No, por favor. ¿Crees que mi madre me hubiera permitido salir de casa vestida así?


–Una chica lista como tú habría encontrado la forma de hacerlo. ¿Nunca saliste por la ventana de tu habitación?


–¿Eso es lo que hacía Fernanda?


–Mis labios están sellados.


En otras palabras, sí. Pero para cuando ella tenía catorce años, no había nadie en Maybridge con quien hacer eso. Nadie con quien quisiera hacerlo.


–Yo tenía demasiados deberes como para pasarme las noches de fiesta –le dijo, volviéndose para mirar a su hija–. ¿Estás bien, cariño?


Sofía asintió con la cabeza, pero iba muy erguida en el asiento, como intentando ser una buena niña para que no le estropeasen la fiesta. Paula sabía que echaba de menos a Camila, pero se negaba a hablar de ello. Suspirando, llamó a Leticia para decirle que había un cambio de planes.


–¿Todo bien? –le preguntó Pedro.


–Todo bien.


No era verdad. Pedro le había ofrecido un trabajo a jornada completa y Leticia lo había rechazado porque sabía que necesitaba que cuidase de Sofía. Pero ella no podía pagarle tanto como él y sabía que Leticia necesitaba el dinero.


–Hablaré con ella sobre lo del trabajo a jornada completa –le dijo–. Bueno, ¿Qué le pasa a tu tejado?


Pedro se encogió de hombros.


–Una combinación de años de desidia y tejas robadas.


–Eso suena caro.


–Lo será –asintió él–. Deberías dedicar algún artículo a los ladrones que se llevan tejas de iglesias y edificios históricos.


–Si me lo hubieras contado, lo habría hecho. Ah, pero eso no es posible porque tú no hablas con la prensa.


–Estoy hablando contigo.


–Demasiado tarde, ya no estoy en el periódico –Paula se encogió de hombros–. La verdad, si yo tuviera tantos millones, no me los habría gastado en Cranbrook Park.


–Y yo pensando que te encantaba el sitio. Todas esas fiestas de Navidad en el gran salón, las meriendas, las gincanas cortesía de sir Enrique…


–Puedes reírte, pero esa ha sido mi vida desde que tenía cuatro años. Forma parte de la historia local y cada piedra tiene varios siglos, aunque eso no significa que quisiera vivir en ella.


–Yo nací en Cranbrook –le recordó Pedro–, pero mi contable y mi abogado están de acuerdo contigo. Y también mi secretaria.

Quédate Conmigo: Capítulo 46

Y Paula no tenía réplica. Su único pensamiento era que la señorita Webb tenía tanta confianza con Pedro como para instalar un asiento de seguridad en su coche. Era su antena de periodista, se dijo. La relaciones de Pedro Alfonso eran noticia. No había ninguna otra razón para que estuviese interesada.


–Yo tenía más o menos tu edad cuando fui al Birdcage por primera y única vez, Sofía –dijo Paula.


–Ah, perdón –replicó Pedro, irónico–. Tu madre hablaba tanto de ello que pensé que solía ir a menudo. ¿No lo pasaste bien?


Ella se concentró en abrochar el cinturón del asiento.


–Me pareció horrible.


–¿Ah, sí? Bueno, pero entonces no estabas conmigo –dijo él, abriéndole la puerta del pasajero.


–Mi madre no te hubiera invitado a tomar el té con un montón de niñas.


–No, ya sé que no era su tipo. Pero las niñas hubieran estado a salvo.


–No lo dudo. Tú tenías cosas mejores que hacer.


A pesar de hacer lo imposible por mostrarse fría, Paula tenía que disimular una sonrisa. La idea de comer con Pedro Alfonso en un bonito restaurante frente al río hacía que se animase. Lo cual era ridículo. Debía recordar que odiaba a su padre, que estaba entrometiéndose en su carrera y que no sabía prácticamente nada sobre su vida desde que se marchó de Cranbrook Park. A saber qué motivos ocultos tenía para quererla a su lado.


–Ese día yo cumplía ocho años, así que tú debías tener catorce o quince… –Paula fingió pensarlo, pero recordaba muy bien lo que estaba haciendo, o al menos con quién estaba haciéndolo.


Vestida para tomar el té con su mejor vestido rosa, lo había visto en la parada del autobús con una chica que llevaba una falda tan corta que sus piernas parecían medir dos metros. Su madre había chasqueado la lengua, un gesto que Paula conocía bien. Ella, por otro lado, estaba verde de envidia.


–Ese fue el año que salías con la increíble y precoz Fernanda Parker.


–¿Ah, sí? –la irónica sonrisa de Pedro le decía que había traicionado su interés–. Posiblemente, aunque no creo que Fernanda, por precoz que fuera, durase un año entero.


–Tantas chicas, tan poco tiempo –dijo ella, burlona.


Sus ojos se encontraron entonces y fue como ir en una montaña rusa, con esa sensación de caer al vacío…

lunes, 27 de mayo de 2024

Quédate Conmigo: Capítulo 45

Se había vengado de sir Enrique, pero su padre no estaba vivo para responder y, aparentemente, ella iba a tener que responder por él.


Regla número dos para trabajar con Pedro Alfonso: Ser muy profesional.


Paula apartó el brazo.


–Llamaré a tu secretaria para pedir una reunión –le dijo, volviendo a su escritorio para guardar sus cosas en el bolso.


–Vaya, vaya, vaya –dijo Gustavo, a nadie en particular–. La ambiciosa señorita Chaves reducida a hacer de Campanilla. ¿Pepe Alfonso sabe dónde se ha metido? Ese hombre debe ser masoquista.


–Ten cuidado o moveré mi varita y te convertiré en una rana… –Paula se llevó una mano al corazón–. Ay, qué horror, alguien lo ha hecho por mí.


Después, se colocó el bolso al hombro y fue a buscar a Sofía, que estaba leyendo cuentos en la sala de juntas.


–Vamos, cariño.


Por el momento, había conseguido alejarse de Pedro Alfonso, pero sabía que él no estaría alejado mucho tiempo.



-Espero que las prisas no sean por mi culpa.


–Oh, no.


Pedro se apartó de la pared en la que estaba apoyado cuando Paula salió del periódico.


–Tengo la impresión de que si hubieras sabido que estaba esperando habrías salido por la puerta de atrás.


–¿Por qué iba a salir por la puerta de atrás? –replicó Paula, indignada porque era verdad.


–No lo sé. Se me ocurren las palabras «Conejo» y «Faros».


–Eres tú quien dice que evita a la prensa.


–¿Solo estabas sorprendida? Yo había pensado que tal vez estabas asustada después de meter un palo en el avispero…


–No te preocupes, Pedro, lo entiendo –lo interrumpió ella.


No se había quejado de ella a Mónica, pero había conseguido tenerla a su merced durante las próximas semanas y había pasado del «Malvado señor Alfonso» al «Generoso señor Alfonso». No habría más titulares burlones escritos por ella o por ningún otro compañero.


–Vamos al café del centro. Es el favorito de Sofía.


–¿Sofía?


La niña había ido arrastrando los pies detrás de ella, suspirando cada vez que su madre se paraba para hablar con alguien. Pero eso estaba a punto de cambiar.


–Ven a saludar al señor Alfonso, cariño. Te va a invitar a un batido.


–¿Un batido? ¿En serio?


–En serio, te mereces uno –Paula sonrió, contenta al ver que Pedro hacía una mueca. Estaba a punto de decir que era una broma, que llevaba a Sofía a casa de Leticia a comer, cuando él se dirigió a la niña:


–¿Qué prefieres, un batido o comer a la orilla del río?


–Leticia va a hacer espagueti –dijo Paula–. Tu plato favorito.


–¿Y el batido? –Sofía frunció el ceño, un gesto que se le daba particularmente bien.


–Te haré uno cuando lleguemos a casa.


–No es lo mismo. Tú no puedes hacerlo tan espeso que no se puede clavar lapaja.


–¿Leticia Harker? –preguntó Pedro–. ¿La madre de Iván?


–Sí, claro.


–Ahora entiendo por qué no puede trabajar toda la jornada.


–¿Le has pedido que trabajase toda la jornada? No tenía ni idea.


–Pues ya que lo sabes, podrías llamarla para decir que no tiene que cuidar de tu hija esta tarde. Dime una cosa, Sofía, ¿El Birdcage sigue siendo el mejor restaurante del pueblo?


–¿El Birdcage? ¿Ese sitio que parece una jaula?


–Ese mismo.


–A mí no me gusta ver pájaros en jaulas, me gusta verlos volar.


–Tu madre solía ir allí cuando tenía tu edad.


–Solo fui una vez –protestó Paula, advirtiéndole con la mirada que hacer planes por ella era una cosa, hacerlos por su hija otra muy diferente.


–Será una comida de trabajo.


–¿Qué otra cosa podría ser? –le espetó ella–. Pero imagino que pensabas ir en coche.


–No pensaba ir andando, desde luego –respondió Pedro, señalando un brillante Range Rover negro estacionado a unos metros.


–Pues ese es el problema, que no tienes asiento de seguridad y, como tú sabes, es ilegal que un niño viaje sin asiento de seguridad. Pero si insistes en ir al Birdcage, podríamos tomar el autobús.


–El autobús es una posibilidad. Claro que Sofía podría usar el asiento de seguridad que Beatríz ha colocado para su hija.


Después de decirlo enarcó una ceja, invitándola a replicar.


Quédate Conmigo: Capítulo 44

Era su ídolo, en realidad. Habían ido al mismo colegio, aunque Paula era más joven. Mónica Armstrong había empezado como periodista en el periódico de su hermana en Melchester, escribiendo historias de «Interés humano», como ella. Pero ahí se terminaban las comparaciones. Mónica había rechazado la oferta de trabajar en un periódico de tirada nacional y se había quedado en Melchester para llevar el grupo Armstrong.


–Y siempre está ocupada –añadió–. No es solo un nombre, de verdad dirige laempresa.


–Eso no explica por qué parecías tan sorprendida al verme en su despacho.


–No es eso. Es que… En fin, tú no eres alguien que atienda a reporteros locales. Tú eres…


–¿El malvado señor Alfonso?


Paula iba a decir «El señor del castillo», pero sir Enrique siempre había tenido tiempo para ella. Al contrario que Pedro Alfonso, que se había reído de su falta de ambición, además de usar su poder para apartarla del periódico.


–Tú eres una reportera local, ¿No?


–Según tú, no muy eficaz.


–Desde entonces te has puesto las pilas.


–He seguido tu consejo, Pedro –dijo Claire, irónica–. No es nada personal.


–Yo creo que «El malvado señor Alfonso» es muy personal. Que no hayas vuelto a ver a Archie y que le pidieras a Iván que llevase el pastel deja bien claro que loes.


–Ya te he dicho que he estado ocupada. Tengo mucho que hacer en el jardín en esta época del año.


–Lo sé. Por cierto, van a arrancar la rosaleda la semana que viene.


–¡Pedro! ¿No has llamado a los especialistas de los que te hablé?


–He estado ocupado. Tengo que dirigir una empresa, aparte de restaurar una casa.


–Y jugar con las motos.


–Eso también.


–Si pudiera, yo misma arreglaría la rosaleda…


–No podrías a menos que tuvieras una varita mágica. Vas a estar muy ocupada haciendo realidad los sueños de otras personas.


Regla número uno para trabajar con Pedro Alfonso: Ser profesional.


–Bueno, entonces será mejor que empecemos. ¿Cómo te gusta el café?


–Que no sea de máquina –respondió él, tomándola del brazo para llevarla hacia la puerta.


Y la temperatura ambiente aumentó unos cuantos grados. Paula se dijo a sí misma que era rabia y no atracción. La electricidad que había en el aire cada vez que estaban en la misma habitación era real, pero Pedro no estaba interesado en ella. Y tampoco estaba interesado en los deseos de una pequeña comunidad como Maybridge. Su retorno a Cranbrook Park tenía que ver con lo que sir Enrique le había hecho. Lo que su padre le había hecho.

Quédate Conmigo: Capítulo 43

Después de eso, iría a buscar a su hija al colegio porque Leticia trabajaba más horas para Pedro y Sofía y Camila seguían sin hablarse.


–Tal vez la señorita Webb podría llamarme para quedar un día –sugirió–. Imagino que estarás muy ocupado. ¿Qué tal va la moto, por cierto?


Los ojos de Pedro se oscurecieron imperceptiblemente.


–Bien.


–¿Y la rosaleda?


«Cállate».


–¿Por qué no te llevo al hospital? –sugirió él–. Podríamos comer juntos.


–Verás… –Paula tragó saliva.


Pedro estaba decidió a llevar el control y ella odiaba que la controlasen. Había dejado que lo hicieran una vez y el resultado había sido un caos en su vida. Claro que luego ella había creado orden en ese caos, decorando un hogar, plantando un jardín, criando a su hija… Pero había perdido el control cuando cayó en la zanja con Pedro Alfonso.


–No te preocupes por los trillizos –intervino Mónica–. Yo estaba deseando encontrar una excusa para verlos y creo que aún puedo escribir un artículo que no avergüence al Observer.


–Pero…


–Vanesa me ha dicho que tienes problemas para cuidar de tu hija –la interrumpió Mónica–. Cuando no hay colegio es una pesadilla. Créeme, lo sé.


«Genial. Gracias, Vanesa».


–Ahora que la semana de los deseos se ha vuelto importante necesitamos que alguien se encargue de coordinarla. Buscar voluntarios, comprobar los progresos, ese tipo de cosas.


–¿Sí?


¡No!


–Bruno se ha ofrecido a liberarte durante un par de meses.


¡Meses!


–Pero…


«Yo soy periodista».


Al darse cuenta de lo que Pedro había hecho, las palabras se quedaron en su garganta.


–Puedes hacer todo eso desde casa igual que desde la oficina y sería más fácil para tí –siguió Mónica–. Además, serás un hada madrina deliciosa.


–¿Estás segura? Tal vez Vanesa lo haría mejor –replicó Paula. Si iba a hundirse, se la llevaría con ella–. Es igual que la anciana hada madrina en el cuento de hadas de mi hija.


Mónica le dió una palmadita en el brazo, como si apreciase la broma.


–Pedro tiene unas ideas muy interesantes.


–Seguro que sí.


–Envíame un informe todas las semanas y, si necesitas algo, solo tienes que llamar –Mónica se volvió hacia Pedro–. Le diré a Mario que estás buscando artesanos locales. Seguro que conocerá a alguien que pueda ayudarte con el tejado.


–Gracias, Mónica.


Ella miró su reloj.


–¡Los trillizos!


Los dos la observaron en silencio mientras salía de la oficina.


–Una mujer impresionante –comentó Pedro.


–Sí, lo es.

Quédate Conmigo: Capítulo 42

Allí estaba, Mónica Armstrong, la presidenta de la editorial Armstrong, propietaria no solo del Maybridge Observer sino del County Chronicle y otros periódicos de la región además de varias emisoras de radio. Con ella, Pedro Alfonso, que le sacaba una cabeza, mirándola con una expresión tan intensa, tan oscura, que la dejó sin aliento.


–Pedro… Creo que ya conoces a Paula Chaves.


–Sí, nos conocemos –asintió él. Su expresión era grave, seria, pero el brillo de sus ojos le decía que lo estaba pasando bien.


Aquel día no llevaba el mono verde sino el elegante traje de chaqueta italiano que vestiría un millonario.


–Paula, el señor Alfonso ha leído el artículo sobre la semana de los deseos de Maybridge y ha ofrecido generosamente su apoyo. Y como tú siempre has mostrado tanto interés por Cranbrook Park, el señor Alfonso quiere que trabajes con él.


La mirada de Pedro la mantenía inmóvil, como una mariposa sujeta con un alfiler. Aquella era su gran oportunidad de hablar seriamente con él para descubrir dónde había estado todos esos años. Y por qué había vuelto. Podría escribir un artículo serio sobre un hombre de negocios de gran éxito, algo importante. Algo más grande de lo que solía publicar el Observer, pero que quedaría muy bien en el County Chronicle, la revista del grupo editorial. Tal vez incluso en un periódico de tirada nacional. Y eso sería un paso adelante en su carrera. Debería sentirse feliz. El empujoncito de Jessica hacia el interior del despacho fue suficiente para que recuperase la compostura.


–Pedro, qué sorpresa. Creí que no querías saber nada de la prensa.


–¿Es por eso por lo que no me has llamado estos días?


–No servía de nada.


–No abandones nunca, Paula. Con suficientes incentivos… –Pedro tomó su mano en un gesto poco convencional, más bien como si fuera su cautiva– estoy dispuesto a hablar con cualquiera.


–¿Ha sido el sándwich de mermelada?


–Esperaba que lo llevases en persona.


–He estado muy ocupada –Paula tragó saliva–. ¿Qué tipo de patrocinio nos ofreces? Tú estás en el negocio de los transportes, ¿No? –le preguntó, como si no tuviera ya esa información. Sabía las toneladas de mercancía que movía y hasta los impuestos que había pagado el año anterior–. Siempre necesitamos ayuda para mover los donativos de la gente.


–Yo estaba pensando en algo más directo –Pedro apretó su mano antes de soltarla, dejándola curiosamente desequilibrada. Sin su apoyo, el suelo pareció abrirse bajo sus pies y se encontró agarrándose al picaporte de la puerta–. Vamos a hablarlo mientras tomamos un café.


–¿Café? –repitió ella. Podían tomar café o lo que quisiera, pero sabía que Pedro tramaba algo–. Tristemente, eso no va a ser posible –le dijo, esperando poder disimular su angustia–. El café tendrá que esperar. Imagino que Mónica te habrá explicado los deberes del hada madrina. La prioridad es mi trabajo y en veinte minutos tengo que entrevistar a una mujer que ha dado a luz a trillizos. Es una historia de interés humano que a nuestros lectores les encantará. Tengo que irme al hospital.

Quédate Conmigo: Capítulo 41

 –¿Y qué ha ofrecido exactamente? ¿Su dinero, su tiempo? –preguntó Paula–. Y, sobre todo, ¿Qué quiere a cambio?


Vanesa se encogió de hombros.


–Lo único que sé es que se ha ofrecido a patrocinar el evento y que, a cambio, el señor Alfonso solo quiere que lo ayudemos con un deseo propio…


–Pero si es multimillonario, ¿Qué podemos hacer por él? –preguntó alguien.


–¿Despedir a Paula? –sugirió Gustavo, apartándose cuando ella le tiró un periódico a la cabeza.


–Ha pedido elegir al hada madrina de este año.


–Seguro que será alguna modelo con la que está saliendo…


–Sí, por favor –dijo Bruno–. Eso garantizaría una mención en la revista Celebrity.


–¡No! –exclamó Paula. Todo el mundo se volvió para mirarla–. Pedro no quiere ese tipo de publicidad.


–¿Y tú cómo lo sabes?


–Ella es una autoridad en Pepe Alfonso–se burló Gustavo.


–Además, no puede ser alguien de fuera –les recordó Paula–. Tiene que ser alguien del periódico…


Nooooo.


–Eso es –asintió Vanesa–. Y si tienes un momento libre, la señora Armstrong quiere hablar contigo.


–¡Toma ya! –gritó Gustavo.


–Paula no está en la oficina –dijo ella. Si iba a ser el hazmerreír del periódico, al menos tenía derecho a reír también.


–¿Está haciendo otro reportaje de investigación? –bromeó Gustavo. Por lo visto, el viaje a Londres con gastos pagados aún no había sido olvidado.


–¿Está investigando el polvo bajo su escritorio?


–No, en realidad estoy escribiendo un artículo importante sobre seguridad en el trabajo –replicó Paula.


–¿Quién necesita seguridad cuando tiene una varita mágica?


–Qué graciosos sois todos –dijo ella, intentando mostrarse valiente–. Si el señor Alfonso ha decidido limpiar su conciencia ayudando al pueblo, que así sea. Me sacrificaré.


«Sé dura, sé despiadada». En lugar de perder horas y horas intentando convencer a los empresarios locales para que aportasen dinero, iba a trabajar con Pedro Alfonso. Y si pudiera elegir, no lo haría con un tutú y unas alitas. Respirando profundamente para darse valor, Paula se acercó a la puerta del despacho de la señora Armstrong y se volvió para mirar a sus compañeros.


–Señoras y señores –dijo, moviendo su bolígrafo como una varita mágica–. Les dejo para que se peleen por la portada mientras yo, moviendo mis alas, voy a sacarle todo el dinero que pueda al malvado señor Alfonso.


Había anticipado una carcajada, pero todos estaban en silencio. Paula miró a Gustavo, que siempre estaba de broma, pero también él estaba serio y cuando se volvió…

viernes, 24 de mayo de 2024

Quédate Conmigo: Capítulo 40

De cerca, respirando su aroma, una mezcla de champú y jabón, sus ojos sonriendo incluso cuando su boca intentaba no hacerlo, le gustaría repetir el beso que no debería haber ocurrido. Sentir su cuerpo bajo el suyo, como en el camino. Le gustaría tomar a Paula Chaves en una zanja, contra uno de los viejos robles, en la cama de la reina… Soñaba con quitarle el prendedor para dejar que el pelo cayera sobre sus hombros. Estaba soñando despierto cuando debería concentrarse en el techo del salón de baile, que tenía goteras. Pensando en hacer cosas con la mermelada de frambuesa… Cosas en las que no debería pensar. Había esperado que se enfadase cuando le dijo que no estaba a la altura de las expectativas de su madre y Paula se había enfadado. Años antes, ella era la estrella de la finca mientras él era el sapo que debía vivir bajo una piedra… ¿Pero por qué no le había devuelto el golpe? Paula sabía que lo habían echado de la finca y esa era la historia que publicaría cualquier periodista de verdad. Pero ningún periodista de verdad le habría advertido sobre la portada del día siguiente. Pedro abrió el Observer para buscar una fotografía de Paula. Estaba junto al resto del equipo, en el centro, con una sonrisa alegre y confiada, muy diferente a la criatura llena de barro que había caído en la zanja. Seguía siendo la estrella a pesar de su caída en desgracia, pensó. Un embarazo no deseado habría sido humillante para su madre. Pero tal vez no había sido un embarazo no deseado, pensó entonces. Después de todo, la propia Paula le había dicho que se enamoró del hombre equivocado. Estaba a punto de volver a tirar el periódico en la papelera cuando algo llamó su atención: El hada que se parecía a Paula. Estaba allí para vengarse de su padre pero, por el momento, era ella quien lo volvía loco. Y era hora de darle la vuelta a la situación.



–¿Pueden escucharme un momento? –Vanesa Dixon, la ayudante de edición, estaba en el centro de la sala–. Como todos saben, ha empezado la semana de los deseos de Maybridge y hemos recibido muchas sugerencias interesantes – Vanesa miró un papel que tenía en la mano–. Limpiar de fachada de Guildhall…


–Ese será el alcalde, intentando que le hagamos el trabajo.


–Si no sube los impuestos, a mí no me importa.


–La asociación de padres ha pedido una zona de juegos cubierta en el parque – siguió Vanesa–. Y tenemos varias peticiones de arreglar los jardines que hay alrededor del río. También hay muchas solicitudes para que ayudemos a familias con problemas, pero la mejor noticia es que este año tenemos un patrocinador oficial.


–¿Un patrocinador? –repitió alguien–. ¿Eso significa que el hada madrina tendrá que llevar su logo en las alas?


–No, nada de logos. Nuestro patrocinador no es una empresa sino un individuo y tenemos que darle las gracias a Paula.


–¿Qué? –exclamó ella–. ¿Qué he hecho?


–Mucho, aparentemente –respondió Gustavo–. Parece que has logrado despertar el espíritu de comunidad de nuestro nuevo vecino.


Paula tardó un momento en entender. ¿Pedro?


–¿Estás diciendo que este año Pepe Alfonso será el patrocinador de la campaña?


–¡Al fin lo has entendido!


¿Pedro iba a patrocinar esa campaña del periódico? ¿Por qué eso la ponía tan nerviosa?


Quédate Conmigo: Capítulo 39

 –¿Dónde te habías metido? –exclamó él.


–Estoy en Cranbrook y, por el momento, no he visto señales de que vayan a construir nada.


–¿Nada?


–Nada –respondió Paula–. Pero he oído por ahí que el señor Alfonso piensa restaurar la rosaleda.


–¿Y?


–Es una rosaleda famosa, Bruno. Tiene mucha historia –Paula miró su reloj–. Investigaré un poco desde casa y tal vez mañana podamos publicar algo.


–Mañana publicaremos el artículo sobre la merienda.


–Aún no lo he terminado.


–Yo sí. El de la rosaleda puede ir en el suplemento del domingo.


Paula murmuró una palabrota que no hubiera usado en casa antes de llamar a Pedro.


–¿Pedro?


–Dos veces en un día, qué emoción.


–Lo siento, pero tengo que hablar contigo sobre la merienda.


–Lo siento, no hay merienda.


–¿No puedo convencerte?


–No.


–Es una pena –dijo Paula–. La mujer de mi editor es la tesorera del refugio de animales de Maybridge para el que íbamos a recaudar fondos.


–Entonces, me prepararé para el artículo de mañana.


–No compres el periódico a menos que quieras ver una fotografía tuya a los seis años, vestido como un oso panda en la obra del colegio –le advirtió ella.


–Eres despiadada.


–Absolutamente –asintió Paula, con el corazón encogido.


–¿Por qué no organizan la merienda en el parque del pueblo?


–La merienda tiene que hacerse en un bosque. Y tienes hasta medianoche para tomar una decisión.


–No esperes sentada.


–No, desde luego. Y, por cierto, se me ha olvidado preguntarle a Iván cuándo estará reparada mi bicicleta.


–Aparentemente, ya no hacen ruedas como esa, pero está intentando encontrar algo que valga. Si no, te compraré una bicicleta nueva… Pero seguro que le contarías a todo el mundo que estoy intentando comprar tu silencio.


–No, al mundo no, solo a Maybridge.


–Una pena –dijo Pedro–. He visto una en Internet que sería perfecta para tí: Rosa y blanca, como la que tenías de niña.


–Ahora soy una adulta, Pedro.


–Adiós, Paula.


Pedro sacó el periódico de la papelera y volvió a mirar al hada que se parecía a Paula Chaves. Paula, que llevaba un prendedor del que escapaban algunos rizos dorados; el tipo de prendedor que le daba ideas a un hombre. Y, sin duda, ese era su propósito. Aunque él no necesitaba ayuda. A distancia, podía ser racional sobre ella y recordar que era la hija de su enemigo.

Quédate Conmigo: Capítulo 38

 –La próxima vez, trae un pastel.


–¿Es una invitación?


–Como tú quieras.


–Hago unos sándwiches con mermelada de frambuesa casera…


–Adiós, Paula.


–Hago la mermelada yo misma. Con frambuesas de mi jardín.


–Y no olvides que le debes una manzana a Archie.


–Aunque estoy dispuesta a admitir que Archie es un burro muy listo, no creo que me lo tenga en cuenta. Además, me atacó, así que no puede exigirme nada.


–Entonces, ven sin la manzana. Se siente solo.


–¿Y tú, Pedro? Este es un sitio muy grande para vivir solo.


–Dos manzanas y un sándwich de frambuesa –dijo él–. Y envíame un correo con el nombre de esos especialistas en rosaledas. Por si cambiase de opinión.



Pedro estaba frente a los ventanales, escuchando el canto de un jilguero mientras intentaba olvidar la imagen de Paula Chaves. Su preocupación por un viejo burro, por unos rosales abandonados, por Iván… Todo eso empezaba a minar su determinación de castigarla por los pecados de su padre. Beatríz tenía razón. Debería haberle dejado aquello a los profesionales.



Paula iba caminando hacia su casa, pensativa, sin darse cuenta de dónde ponía los pies. Solo había ido allí para saber qué había sido de Archie, pero ver a Pedro arreglando una moto había sido como volver atrás en el tiempo. Aquel día, sin embargo, no se había sentido como una extraña. Estaba allí, trabajando con él y, durante un rato, se había sentido como una cría. Pero no podía durar. A nivel inconsciente, siempre había intuido que su padre tuvo algo que ver con que echaran a Pedro de Cranbrook Park. Él era el gerente de la finca, de modo que contrataba y despedía gente, se encargaba del mantenimiento, organizaba las cacerías de sir Enrique… Mantener el orden era su responsabilidad. Y entendía por qué se había mostrado tan antipático cuando se encontraron. Ella era una Chaves, la hija del hombre que lo echó de allí. De hecho, le asombraba que respondiera a sus llamadas. Y si regeneraba la rosaleda, eso significaría que de verdad estaba comprometido con Cranbrook Park. En cuanto al comentario sobre su compromiso con el trabajo, ser periodista era lo que hacía. Con ese dinero pagaba el alquiler de la casa y mantenía a Sofía. No trabajaba para la BBC ni era una corresponsal importante en una cadena de televisión, pero estaba haciendo lo posible por ver cumplida la ambición de sus padres. Se sentó sobre la hierba y sacó el móvil del bolso para llamar a Bruno.

Quédate Conmigo: Capítulo 37

 –Pobre hombre. Debe ser muy duro para él.


–No hizo lo que debería haber hecho y tendrá que vivir con las consecuencias.


Su crueldad la sorprendió.


–¿Tú nunca te has equivocado?


–Me casé –respondió Pedro. Paula pensó que iba a decir algo más, pero se limitó a mirarla–. ¿Y tú?


–Me enamoré del hombre equivocado. No sé si fue una mala elección, pero defraudé a mi familia.


–Y Enrique Cranbrook a la suya.


–Sí, supongo que sí –asintió ella, mirando un retrato de la madre de sir Robert con un niño en brazos–. De modo que has comprado la casa con todo, retratos y muebles.


–Casi puedo ver la ruedecita dando vueltas en tu cerebro, pero no hay ningún artículo.


–¿No? –replicó ella. Algo le decía que sí, pero lo dejó pasar–. Ya te he dicho que no estoy trabajando.


–Sí, me lo has dicho –asintió él, ofreciéndole la taza de té que llevaba en la mano–. ¿Vamos al cuarto de estar?


El cuarto de estar era una habitación pequeña, pero cómoda, con ventanales desde los que se veía la vieja rosaleda. Paula salió al balcón con su taza y dejó escapar un suspiro.


–Me rompe el corazón verla así –murmuró–. Me dan ganas de sacar la pala y el cubo y ponerme a trabajar.


–Te encanta la jardinería, ya lo he visto.


–Me encanta restaurar el orden… Y luego crear un poco de caos para hacerlo interesante.


–Aquí encontrarás todo el caos que quieras. Esta casa fue abandonada desde que la mujer de Cranbrook lo abandonó. Afortunadamente no es como la mansión, donde cada reforma tiene que ser aprobada por una comisión.


–Por favor, dime que no vas a cambiarlo todo. ¿No irás a plantar flores del mismo color y de la misma altura?


–Tú misma lo has dicho, el orden y el caos.


–No quería decir… Esta rosaleda es muy antigua, Pedro. Y las rosas son variedades específicas de Cranbrook Park.


–Están muriéndose.


–Hace falta algo más que unos años de abandono para matar una rosaleda como esta. Necesita cuidados, pero deberías consultar con un especialista de esos que hacen restauración de jardines.


–¿Y tener carteles de la empresa por todas partes? No, gracias.


–Lo único que pedirán es una discreta placa en algún sitio reconociendo su contribución. Las he visto en otros jardines.


–¿Y qué sacan de ello?


–En este caso, imagino que les encantaría llevarse esquejes porque son variedades muy antiguas de rosas. Podrían publicar un libro sobre el proyecto de restauración, artículos para revistas de jardinería y suplementos dominicales – Paula dejó la taza sobre la balaustrada, pensando que estaba dejándose llevar por la pasión–. Tengo que volver a trabajar.

Quédate Conmigo: Capítulo 36

 –¿Serviría de algo si te dijera que fui yo quien enseñó a Archie a aceptar manzanas?


–¿Qué?


–Para que fuera mi cómplice.


–¿En serio?


–Cuando se acostumbró a ser sobornado, montaba un número cada vez que alguien se acercaba sin manzana.


–Dándote tiempo a desaparecer –dijo Paula, sin poder evitar una sonrisa–. ¿Y eran las manzanas del que ahora es mi jardín?


–Exactamente.


–Pues me siento como una tonta.


Pedro le quitó el trapo de la mano y lo pasó por su barbilla para limpiar una mancha de grasa. Sus labios entreabiertos, como a punto de hacer una pregunta, invitaban a un beso. No el beso exigente y duro del camino, que ella había convertido en otra cosa, sino la clase de beso que solo podía llegar a una conclusión.


–¿La has limpiado? –le preguntó ella.


–No, lo he empeorado –respondió Pedro, antes de darse la vuelta–. Será mejor que entres para lavarte un poco. No querrás que nadie te vea así.


Iván estaba en la cocina, vaciando la lata de galletas.


–La hora de comer ha terminado –le advirtió Pedro–. Terminaremos con tu moto mañana.


–¿En serio? Gracias, señor Alfonso… Pedro. ¿Te importa si traigo a un amigo para que mire? Hemos pensado abrir un taller de reparaciones y…


–Sí, sí, de acuerdo. Pero ahora vuelve al trabajo.


–Es muy amable por tu parte –dijo Paula cuando Iván desapareció.


–No es nada. Me divierte.


–Ayudar a Iván y revivir tu juventud sí es algo.


–No tengo tiempo para eso.


–¿No? –Paula suspiró–. Hacerse mayor no es tan estupendo como uno cree, ¿Verdad? En fin, será mejor que vaya a lavarme un poco.


Paula usó un baño de empleados para echarse agua fría en la cara y el cuello. Había estado segura de que Pedro iba a besarla y, por un momento, había querido que lo hiciera. Inquieta, se sujetó el pelo con el prendedor, restaurando un poco de orden a aquel caos. ¿Cómo se le había ocurrido decir eso? Que no era una periodista de verdad… Una mirada al espejo le dijo que no había forma de restaurar el orden. Se había manchado la camisa y tenía que cambiarse para volver a trabajar. Una pena volver con las manos vacías. Pedro no estaba en la cocina y empujó la puerta que dividía la zona de empleados de la parte principal. Esperaba que hubieran vaciado la casa, pero todo estaba como lo recordaba, con los muebles y los retratos de los Cranbrook.


–¿Estás echando un vistazo?


–Me sorprende que todo siga aquí, pero imagino que no habrá mucho mercado para antepasados de segunda mano.


–Depende de quiénes sean esos antepasados –dijo Pedro–. Aquí no hay nadie que sea lo bastante importante o distinguido como para interesar a alguien que no sea un Cranbrook y en la residencia del antiguo propietario no hay sitio.

miércoles, 22 de mayo de 2024

Quédate Conmigo: Capítulo 35

Pedro se habría sentido insultado si no pareciese genuinamente preocupada.


–Supongo que debería alegrarme que hayas venido a comprobarlo antes de publicar en tu periódico que me había cargado al burro.


–En el Observer no tenemos que inventar historias. Y estoy siendo increíblemente discreta.


–¿Y debo estarte agradecido?


–No he escrito una sola palabra sobre haber sido atacada por un animal en tu finca, mi bicicleta destrozada, los cortes y heridas provocados por el accidente y sin un céntimo de compensación por parte del propietario. Al contrario, fue el propietario quien exigió…


–¿Por qué no? –la interrumpió él.


Paula miró el trapo manchado de grasa. Si le recordaba la multa que habíaquerido ponerle, Pedro podría recordar que ella había pagado con gran entusiasmo.


–Tú sabes por qué no. El pobre ya tiene mala prensa.


–Eso no explica por qué estás siendo «discreta» conmigo. ¿No es tu obligación advertir a tus convecinos de mi perverso pasado?


Estaba cerca, demasiado cerca…


–No has mencionado que pescaba truchas –siguió Pedro–. O que hacía pintadas en las paredes de la fábrica de Cranbrook. O el día que subí con mi moto los venerables escalones de la mansión. ¿Por qué, Paula?


–Porque entonces eras un crío y estoy más interesada en lo que haces ahora – respondió ella. Era la verdad. Aquel era un mundo diferente, ellos eran diferentes– . ¿Tienes un pasado perverso?


Su sonrisa la pilló desprevenida y cuando tomó su mano, el calor fue directamente a sus rodillas, a sus labios, despertando un cosquilleo entre sus piernas…


–¿Quieres repetir la pregunta?


–Supongo que eso es un sí –dijo Paula, su voz sorprendentemente firme considerando que el resto de ella parecía estar derritiéndose.


–Buena decisión –dijo Pedro.


¿Lo era? En aquel momento, derretirse le parecía una buena opción. La idea de ser tocada por esas manos manchadas de grasa, ser besada, ser perversa…


–¿De verdad subiste los escalones de Cranbrook con la moto?


–Incluso entré en la mansión. ¿No lo sabías?


–¿Es por eso por lo que sir Enrique te echó de aquí?


–No me echó sir Enrique, Paula, fue tu padre –respondió Pedro.


Y cuando soltó su mano, ella se sintió extrañamente sola.


–¿Mi padre?


–Actuando bajo instrucciones de sir Enrique, claro. Pero sé que disfrutó dándome el mensaje.


–No lo sabía –Paula tragó saliva–. Aunque eso ya no importa. Estoy más interesada en saber cómo pasaste de chico pobre a multimillonario.


–¿Ah, sí? –su tono sugería que sabía muy bien el efecto que ejercía en ella–. Bueno, tú eres periodista, aunque a juzgar por lo que he visto hasta ahora, no muy eficaz. No llegarás muy lejos en tu profesión hasta que te vuelvas dura y aprendas a ser implacable.


–¿Es así como tú has conseguido el éxito?


–No hay otra manera. La diferencia entre tú y yo es que en tu trabajo da igual a quién se le haga daño mientras se vendan periódicos.


Ella abrió la boca para protestar, pero se contuvo a tiempo.


–Ya te he dicho que esto no tiene nada que ver con mi trabajo.


–Un periodista de verdad siempre está de servicio.


–Supongo que yo no soy una verdadera periodista.


Paula se quedó en silencio al darse cuenta de lo que había dicho.


–¿Entonces qué? ¿Solo estás jugando a serlo?


Ella negó con la cabeza, pero no dijo nada y Pedro sintió compasión. ¿Por qué hacía un trabajo que no era para ella?

Quédate Conmigo: Capítulo 34

 –Muy bien, dame el tornillo…


–¿Este?


Pedro, tumbado en el suelo del garaje al lado de una moto, giró la cabeza. Paula Chaves, con unos vaqueros ajustados, estaba ofreciéndole un tornillo.


–No seas ridícula. Cualquiera sabría que necesito uno más grande.


–Perdón –Paula dejó el tornillo y buscó uno más grande, pero apartó la mano cuando él iba a tomarlo–. ¿Dónde está Archie?


-¿Archie?


–El tornillo –insistió Pedro, sujetando la rueda de la moto.


–No está en la pradera.


¿Hablaba en serio?


–No quiero que haya otro accidente.


–No debería haberte enviado ese enlace –dijo Paula–. ¿Que has hecho con él, Pedro?


–Dame el tornillo y te lo diré.


Ella se lo ofreció, con desgana.


–Voy a insistir hasta que me lo digas.


Pedro levantó la mirada. Estaba tan cerca como para oler la hierba en sus botas y ver cómo los vaqueros se ajustaban a sus caderas y al trasero que su mano recordaba tan bien.


–¿Quieres agacharte un momento?


Paula se puso en cuclillas y Pedro vió sus mejillas brillantes después del paseo, los mechones de pelo rubio escapando del prendedor, los enormes ojos grises. El hada madrina en persona. Cuando tomó el tornillo se dio cuenta de que le temblaba la mano. ¿O era la suya? Por un momento, sus miradas se encontraron.


–Pásame la llave inglesa.


–Está llena de grasa –protestó Paula.


–O me las tú o lo hace Iván y no veo a Iván por ningún sitito. ¿Qué has hecho con él?


–El signo mágico de la taza de té. Tenía que hablar contigo.


–Buen intento, pero no…


–Lo de «Sin comentarios» ya no cuela, te lo advierto.


–¿No? –murmuró Pedro–. Parece que los dos estamos haciendo novillos. Yo estoy reviviendo mi juventud, ¿Cuál es tu excusa?


–Lo de siempre: rumores, cotilleos –Entonces, puede esperar hasta que termine con esto.


Y la tuvo allí media hora, dándole herramientas mientras arreglaba la moto. Una mancha de grasa apareció en su mejilla, otra en su camisa. Paula apretó los dientes, pero no se quejó. Casi anticipaba sus movimientos y trabajaban como un equipo.


–Cualquiera diría que has hecho esto antes –comentó él, pasándole un trapo para que se limpiara las manos.


–Puede que haya desguazado mi cortacésped un par de veces.


–Estás llena de sorpresas –Pedro se levantó y le ofreció su mano–. Vamos a ver si Iván ha conseguido encender el fuego de la cocina. Imagino que no habrás traído ese pastel con el que sueles amenazarme. ¿Has estado muy ocupada escardando tus patatas?


–Pedro…


–Archie está en los establos –la interrumpió él–. Está confinado allí hasta que hayan levantado la cerca del prado para que no pueda escaparse.


–Ah.


–¿Qué creías que había hecho con él?


–Nada –respondió Paula–. Solo… Uno de mis colegas dijo algo, no importa.


–Debe importar si has venido hasta aquí.


Paula hizo una mueca.


–Es una tontería que incluye la palabra «Pegamento».

Quédate Conmigo: Capítulo 33

 –¿Has visto esto?


Pedro miro el periódico que Beatríz Webb le mostraba.


–¿«El hada madrina del Maybridge Observer»? –leyó él, concentrándose en el dibujo de un hada moviendo su varita y lanzando una lluvia de oro sobre la mancheta del periódico.


Era igual que Paula Chaves.


–Según esto, Maybridge se ha convertido en una zona sin diversión desde tu llegada.


Pedro le quitó el periódico y lo tiró a la papelera, negándose a pensar que Paula lo llamaba todos los días a la misma hora para preguntarle por sus planes. O a pensar que él siempre estaba frente a su escritorio a esa hora, esperando su llamada y mirando el reloj si se hacía un poco tarde para escuchar su voz, clara y firme, el producto de una educación exclusiva que había desperdiciado por un hombre que no se había molestado en quedarse con ella.


–Necesito a alguien en la oficina todo el día, Bea –le dijo, cambiando de tema–. ¿Te importaría preguntarle a Leticia si puede trabajar toda la jornada?


Ella sacudió la cabeza.


–¿Por qué no sigues con tus planes y se lo dejas todo a los profesionales, Pedro?


Buena pregunta.


Paula sabía que Gustavo estaba tomándole el pelo, pero no podía dejar de pensar en Archie. Muy bien, era un poco… Bastante peligroso. Y mientras sir Enrique tenía debilidad por él, Pedro Alfonso no tenía ninguna razón para considerarlo algo más que una molestia. Levantó la cabeza cuando Bruno se detuvo frente a su mesa.


–¿Cómo vamos con el artículo sobre la merienda cancelada?


–Estoy en ello –respondió Paula–. He pensado tomar unas fotografías de la pradera de Cranbrook.


–No hace falta, he enviado a Antonio esta mañana. Quiero que lo centres en que Pedro Alfonso no está dispuesto a compartir su finca por un día, ni siquiera por una buena causa. Por otro lado, no estaría mal que fueras a echar un vistazo. Haz fotografías si ves alguna señal de movimiento de tierras.


–¿Has oído algo?


–No, nada. Y Carlos Peascod está siendo inusualmente discreto. ¿Por qué no pasas por allí esta tarde? Llévate a tu hija contigo. Siempre podrías decir que estabas dando un paseo…


–¡No pienso llevarme a Sofía! Imagina que nos echasen por allanamiento.


–No tendríamos esa suerte –dijo Bruno, sonriendo al ver que Paula hacía una mueca de horror–. Es casi la hora de comer, puedes ir ahora. Pero no te quedes allí todo el día.



En cuanto Beatríz se marchó, Pedro se dirigió al patio. La bicicleta de Paula seguía apoyada en la pared, sin una rueda. Había pasado más de una semana desde el accidente, demasiado tiempo para estar sin transporte. Pero cuando estuviese arreglada, ya no tendría ninguna excusa para llamarlo.


–¿Iván?


Pedro escuchó un ruido de metal, seguido de una palabrota. Siguió el sonido hasta uno de los garajes y le pareció volver atrás en el tiempo al ver a un chico con una vieja moto desguazada frente a él. Paula se puso unos vaqueros y, con la cámara de fotos guardada en el bolsillo, se dirigió a la pradera de Cranbrook Park. Era una típica pradera llena de flores que no había sido tocada en muchos siglos salvo por las ovejas, los conejos y Archie. Pero Archie no estaba allí. Olvidándose de las fotografías, Paula decidió hablar con Pedro y descubrir qué estaba pasando.

Quédate Conmigo: Capítulo 32

 –¡Pero ese es el prado de Archie! –protestó Paula.


Aunque Gustavo tenía razón, era un sitio perfecto. Y qué satisfacción sentiría Pedro al convertir en un hotel la finca que había pertenecido a los Cranbrook durante generaciones.


–No creo que le dieran permiso.


–¿Crees que un hombre como Alfonso va a dejar que la burocracia le impida hacer lo que quiere? Si el Ayuntamiento se pone obstinado acudirá al gobierno, con la excusa de que esta zona necesita puestos de trabajo –Gustavo se encogió de hombros–. Seguramente será amigo del Primer Ministro. Ahí tienes un artículo.


–No puedo publicar eso, no sabemos si es verdad.


En realidad, solo tendría que conseguir una fotografía de Pedro con algún político y la gente sacaría sus propias conclusiones. No había nada como sugerir tráfico de influencias para aumentar la tirada de un periódico. Sería la noticia del mes. Aunque eso la hacía sentir un poco… Perversa. Como se había sentido en el café, mientras escuchaba los cotilleos sobre Pedro. Pero era su trabajo, lo que pagaba el alquiler y con lo que mantenía a Sofía.


–Además, ¿Qué sería del pobre Archie?


–Por favor… Si Alfonso tuviera un poco de sentido común, ese burro se convertiría en pegamento antes de una semana. Deberías denunciarlo por no tenerlo atado. ¿O estás guardándote eso para otro titular?


–No, claro que no. Siempre ha sido un corderito conmigo –respondió Paula. Mientras llevase una manzana–. Me refiero a Archie.


Pedro Alfonso era otra cosa.


–Pues entonces: «Multimillonario terrateniente se carga a la mascota deMaybridge…».


–¡Cállate, Gustavo!


–Niños, niños –Vanesa Dixon, la ayudante de edición, levantó la cabeza del ordenador–. Lo único que debería preocuparos sobre la portada de hoy es quién va a ser este año el hada madrina de Maybridge. O el padrino –añadió, mirando a Gustavo por encima de sus gafas–. Cualquiera puede presentarse voluntario.


–Gustavo con un tutú y alitas –animada por la imagen, Paula soltó una carcajada–. Pagaría dinero por ver eso.



"¡La semana de los deseos de Maybridge! Ha llegado la semana de los deseos, el momento en el que el hada madrina del Maybridge Observer mueve su varita mágica para hacer realidad los sueños de la comunidad. En los últimos años hemos recaudado fondos para becas, conseguido el apoyo de negocios locales y la ayuda de un ejército de voluntarios para reformar el centro de día de los jubilados, construir un moderno pabellón deportivo en el viejo campo de fútbol y convertir el viejo cine en un Centro Cultural que ahora forma parte de la vida diaria de Maybridge, además de docenas de otros proyectos pequeños para hacer la vida más fácil a los vecinos. ¿Qué nos queda por hacer? Te estamos pidiendo que nos digas qué proyecto te gustaría emprender este año. Maybridge Observer, jueves 27 de abril".

Quédate Conmigo: Capítulo 31

Gustavo lanzó un gruñido.


–Personalmente, entiendo que no quiera tener docenas de chicos correteando por su finca.


–A tu lado, el hombre del saco es encantador.


Pedro no era así. Paula disimuló un suspiro. No dejaba de decirse eso a sí misma: «Pedro no es así». Pero, en realidad, no tenía ni idea de cómo era. Pedro Alfonso solo era una fantasía que había creado en su cabeza, una mezcla entre el príncipe azul y la bestia. Y una vez se había otorgado a sí misma el papel de Bella porque era una niña y no sabía nada. Lo que sí sabía era que no había sido Pepe Alfonso, multimillonario terrateniente, quien se había reído de ella, recordándole que una vez tuvo sueños, que había querido estudiar en una buena universidad, que había tenido todas las ventajas y las había desperdiciado. Y tampoco había sido Pepe Alfonso, multimillonario y terrateniente, quien le había dado un beso que la había dejado sin aire. Ese había sido Pedro Alfonso, el chico malo de Cranbrook, haciendo lo que para él era tan natural como respirar. Había pensado que estaba de mal humor porque lo había atropellado con su bicicleta, pero después de haberse reinventado a sí mismo debió ser una sorpresa para él que siguiera en la finca y trabajando para el periódico local.


–Es raro que un hombre que no cree en eso de «Nobleza obliga» comprase Cranbrook Park –comentó Gustavo.


–Ha sido rápido, ¿Verdad? Casi como si hubiera estado esperando, vigilando.


–Una vez que estás en las garras de Hacienda, no puedes escapar. En cuanto ponen sus manos sobre algo lo venden como sea para conseguir dinero. Aunque costará una fortuna restaurar la finca.


–Sí, supongo que sí.


–Sin duda, Alfonso financiará las reformas levantando un hotel de lujo en el prado. Es un sitio perfecto, al lado del río y alejado de la casa principal.

miércoles, 15 de mayo de 2024

Quédate Conmigo: Capítulo 30

 –Evidentemente, no lees las cartas al director.


–No leo el Observer –mintió él–. Pero no tengo la menor duda de que esa que se titula Indignación en Maybridge la ha escrito alguien del periódico.


–Mira que eres cínico. A la gente le importa.


–Sin comentarios.


–O sea, sin comentarios, sin comentarios y sin comentarios –Paula suspiró–. Muy bien, lo publicaré así.


–¿Qué tal el pie?


–Estoy mutilada de por vida –respondió ella–. Mi abogado se pondrá en contacto con el tuyo en cualquier momento. ¿Qué tal tu… Caña?


–Te remito a la respuesta que he dado antes.


–Sería un artículo estupendo: Millonario terrateniente aplastado por inquilina. Por cierto, Archie está en plena forma. Ayer lanzó al río a unos moteros. Te enviaré un enlace con el artículo.


–Tú no te chivarías de Archie –dijo él. En ese momento, entró un mensaje en su buzón–. ¿Cómo sabes mi dirección de correo?


–Sin comentarios –respondió Paula–. Es una buena foto de Archie, ¿Eh?


Pedro pinchó el enlace y vió la fotografía del burro, la viva imagen de la inocencia, mirando por encima de unos arbustos.


–No creas nada de lo que leas y solo la mitad de lo que veas –dijo Pedro. Y le pareció escuchar un suspiro al otro lado de la línea.


–¿Algún progreso con mi bicicleta?


–Pregúntale a Iván. Él se está encargando de repararla.


–Lo haré. Oye, Pedro…


–¿Sí?


–Gracias por darme una oportunidad. La oferta del pastel sigue en pie cuando quieras.


–Deja de llamarme y estaremos en paz –dijo él, colgando antes de echarse atrás.


Solo el presupuesto para el tejado vió su sonrisa.




–¿Otra vez en la portada, Paula?


–Tengo buen ojo –respondió ella, tomando un ejemplar del periódico. La feria de Maybridge ocupaba casi toda la portada, pero en el faldón estaba su artículo, titulado Cerrado a la diversión–. Suena bien, ¿No te parece?


–Bueno, están siendo unos días muy lentos.


Gustavo Matthews, el redactor de deportes, solía ser bastante gruñón.


–Esto es Maybridge, Gustavo. Nunca hay demasiado que contar. El periodista ambicioso tiene que salir y crear los titulares.


El periodista ambicioso o la periodista desesperada por agarrarse a su puesto de trabajo, la que desearía no haberle prometido a su editor una constante fuente de noticias sobre Pedro Alfonso.


–No hay nada malo en ser ambicioso –asintió Gustavo–. Pero vas a tener que buscar algo mejor que Terrateniente local cierra camino si quieres repetir el éxito de Chico del pueblo salva Cranbrook Park.


Paula no necesitaba que se lo dijera, Bruno ya estaba persiguiéndola.


–No es el camino lo que interesa, lo que vende es «Multimillonario y terrateniente».


Aparte de divorciado, sin compromiso, alto, guapo, moreno.


–La gente se cansará de esa dieta de historias sobre Pedro Alfonso.


Y cuanto antes mejor. Mientras tanto…


–He oído que ha cancelado la merienda tradicional en la pradera. ¿Quién cree que es? –exclamó Paula, intentando mostrarse indignada.


–¿Pepe Alfonso, multimillonario terrateniente? –sugirió Gustavo.


Ella miró la fotografía de la pila de chatarra bloqueando el camino de Cranbrook. El fotógrafo había escrito en rotulador Cerrado a la diversión en un cartón que había apoyado sobre la chatarra. Era una buena foto, no podía negarlo. Y Bruno había encontrado una de Pedro en una cena benéfica, con esmoquin. El contraste sugería arrogancia, distancia, un hombre al que no le importaba nadie.


Quédate Conmigo: Capítulo 29

Se había sentido como una reportera de verdad mientras charlaba con la chica que limpiaba las mesas, fingiendo que le habían ofrecido un puesto de trabajo en Pedgo. Como esperaba, la mayoría de los empleados estaban comiendo allí a esa hora y las mujeres se mostraban encantadas de hablar sobre su guapo jefe.


–Me he gastado lo menos posible y yo creo que ha merecido la pena. He averiguado que está divorciado y no parece tener una relación con nadie en este momento. ¿Cuántos ejemplares venderá un periódico que publica la fotografía de un multimillonario divorciado y sin compromiso?


–No lo sé.


–Las mujeres compran el periódico local.


–¿Pero cuántas veces podemos publicar una fotografía de Alfonso en la portada? Hasta que sepamos cuáles son sus planes, no podemos darle muchos titulares.


–No necesitamos titulares, Bruno. Te daré artículos –le prometió Paula–. Solo necesitamos una fotografía en la primera página y un pie de foto que lleve a la página dos. Así es como utilizan a la familia real para vender periódicos.


–Una pena que no tenga un título nobiliario, además de todo ese dinero. Pero en fin, no se puede tener todo –Bruno sonrió mientras firmaba la nota de gastos–. Ha merecido la pena, pero la circulación del periódico está notando la crisis, así que no más viajes a Londres.




El teléfono sonó una, dos, tres veces. Pedro miró su reloj. Absolutamente puntual. Mientras levantaba el auricular se echó hacia atrás en el sillón en el que se habían sentado muchas generaciones de la familia Cranbrook.


–¿Qué quieres, Paula?


–Buenos días, Pedro.


–¿Son buenos? No me he dado cuenta.


–Pues es una pena. Yo he estado escardando mis patatas mientras salía el sol, con un petirrojo por compañía.


Pedro estaba frente a su escritorio, lidiando con informes y documentos que parecían multiplicarse.


–Espero que no hayas llegado tarde a trabajar otra vez.


–Pues sí, pero solo porque el autobús se ha retrasado. ¿Alguna noticia sobre mi bicicleta?


–Preguntaré por ella. ¿Alguna cosa más?


–¿Qué tal si me cuentas tus planes para el futuro de Cranbrook Park? –sugirió Paula, con esa voz musical inextricablemente unida al anhelo de algo que estaba fuera de su alcance. ¿Tendría razón Robert Cranbrook? ¿Era aquel el final y no el principio, como había imaginado?


–No.


–Solo una pista –insistió ella–. Algo que pueda usar para mi artículo de mañana.


–¿No es asunto tuyo? –sugirió Pedro. Ese «Chico» en el titular del Observer le había recordado demasiado al insulto de Cranbrook.


–Voy a necesitar algo más que eso.


¿Estaba riéndose?


–¿No es asunto tuyo, Paula Chaves?


–Muy bien, lo dejaremos por hoy, pero yo esperaba poder contarle a mis lectores por qué has bloqueado el camino.


–Nadie se ha quejado.

Quédate Conmigo: Capítulo 28

El esfuerzo que había hecho para arreglar la casa no significaría nada para Pedro y podría pedir tres veces el alquiler que ella pagaba. De modo que no era solo su trabajo lo que estaba en peligro, también podría perder su casa.


–¡Mamá! –exclamó Sofía, corriendo hacia ella.


–Hola, cariño. ¿Quieres preguntarle a Camila si quiere venir a tomar el té a casa?


–No –respondió su hija–. No pienso volver a hablar con Camila.


«Ah, genial». Debería haberla llamado por teléfono. Pedro lo sabía, pero se sentía atraído por Paula Chaves de una manera que no podría explicar. Enrique Cranbrook tenía razón: Estaba obsesionado con la finca. Era algo que lo había empujado toda la vida. Incluso había hecho planes para su futuro mucho antes de que saliera al mercado porque sabía que era una cuestión de tiempo. Todo le había parecido tan sencillo. Sabía lo que debía hacer, cómo se sentiría. Pero esa mañana había visto a un chico pescando en el río; un chico tan parecido a él a su edad, ningún respeto por nada, haciendo lo que le daba la gana, y había sido como una patada en el estómago. Y luego, cuando Paula lo atropelló, la patada había sido física más que metafórica. Chico del pueblo salva Cranbrook Park Los abogados de sir Enrique Cranbrook han anunciado esta mañana que la finca Cranbrook Park ha sido vendida al multimillonario Pepe Alfonso. Para el señor Alfonso, fundador y presidente de Pedgo, la conocida multinacional de transportes, es un regreso a casa muy especial. Nacido en Maybridge, sus padres trabajaban para sir Enrique Cranbrook y fue alumno del colegio y el instituto del pueblo antes de marcharse para abrir su negocio. Diana Bridges, antigua directora del colegio, lo recuerda como un niño alegre y sus profesores del instituto lo describen como un chico lleno de vida que, incluso siendo muy joven, mostraba un gran espíritu emprendedor. Antiguos residentes de la finca recuerdan que era un gran pescador de truchas, de modo que sin duda aprovechará el famoso río que atraviesa la propiedad. Pepe Alfonso abrió una empresa de mensajería en moto cuando dejó el instituto y, años después, amplió el negocio hasta levantar una empresa de transportes internacional. Hace tres años, su fortuna personal era estimada en una cifra con nueve ceros. Según los rumores, la finca será transformada en un resort de lujo, pero el señor Alfonso, un hombre divorciado de treinta y tres años, mantiene sus planes en secreto por el momento. Sin embargo, sí ha confirmado que, como todas sus inversiones, la finca «Tendría que trabajar para ganarse el sustento» y eso suena prometedor para la gente de la zona.


–Un trabajo excelente, Paula –Bruno se echó hacia atrás en la silla–. Entré en Internet para encontrar datos sobre North, pero apenas había nada personal. Pero, claro, tú vives en la finca. ¿Lo conoces?


–Es un poco mayor que yo –respondió ella, evasiva.


–Debías ser una niña cuando se marchó de Cranbrook Park, pero está muy bien que hayas conseguido tan rápido la foto del colegio.


–Gracias –Paula le pasó la nota de gastos del viaje a Londres: Recibos por las copias de su partida de nacimiento, matrimonio y divorcio, y el almuerzo en un café al lado de su oficina.

Quédate Conmigo: Capítulo 27

¿Bien? Llevaba ocho años sin que un hombre pusiera la mano en su trasero y, de repente, ocurría dos veces en un día…


–Estoy perfectamente –respondió, poniéndose el cinturón de seguridad–. ¿Qué ha sido de mi bicicleta? ¿Tengo que tirarla? –le preguntó cuando se colocó tras el volante.


–Vas a necesitar una rueda y un guardabarros nuevo. Estoy intentando localizarlo.


–Podrías haberme llamado por teléfono –dijo Paula. Pero enseguida se dió cuenta de que estaba siendo una desagradecida–. Quiero decir que no tenías que venir en persona.


–Estaba en esta zona de la finca.


–¿Inspeccionando tus dominios?


Pedro giró la cabeza para mirarla.


–Algo así.


Porras. Tenía cien preguntas que hacerle y había perdido la oportunidad con ese comentario tan poco afortunado. Pero, aunque era fácil mostrarse profesional cuando solo era un nombre o un rostro en la pantalla del ordenador, de cerca y con la huella de su mano en el trasero, resultaba imposible ser desapasionada, profesional, fría.


–¿Cuándo ibas a decirme que has comprado Cranbrook Park? –le preguntó por fin.


–¿Me habrías creído si te lo hubiera dicho esta mañana?


–Nunca lo sabremos –respondió ella–. Bueno, probablemente no.


–Además, sabía que lo leerías en los periódicos el lunes.


Unos segundos después llegaron al colegio y las madres que esperaban en la puerta se volvieron, todas a una, para mirar a los recién llegados.


–Será mejor que me vaya –dijo Pedro–. Se supone que debería estar supervisando a unos obreros.


–¿Vas a involucrarte personalmente en las reformas de Cranbrook Park?


–Voy a tomarme un par de días libres para jugar con mi carísimo juguete – respondió él, burlón.


–Carísimo, seguro, pero Cranbrook Park no es un juguete.


–No, es cierto. Como todas mis inversiones, tendrá que trabajar para ganarse el sustento.


–¿Qué piensas hacer con la finca?


Pedro alargó un brazo para abrirle la portezuela.


–Alguien te llevará la bicicleta cuando esté arreglada.


Paula bajó del Land Rover y se volvió para mirarlo.


–Díselo a Iván. Es como tú, sabe usar las manos.


Después de decirlo se puso colorada.


–Adiós, Paula.


–Adiós, Pedro. Gracias por traerme.


El Land Rover se alejó, dejando atrás un olor mezcla de metal y diesel. Trabajar para ganarse el sustento… ¿Sería una advertencia? ¿Quería decir que sus días de pagar una renta mínima a cambio de mantener la casa estaban a punto de terminarse? Le había advertido que no gastase dinero en papel pintado…

Quédate Conmigo: Capítulo 26

En cuanto se supiera que Pedro era de allí, y mucha gente lo recordaría, Bruno querría detalles… Suspirando, Paula envió un correo a la antigua directora del colegio rogándole que le contase algo sobre Pedro. Luego llamó a la secretaria del instituto de Maybridge, que le dió los nombres de los profesores que podrían recordarlo, y les dejó un mensaje. Hecho eso, intentó averiguar cómo había pasado Pedro de paria a millonario. Esa era la gran historia. Pero se encontró con una pared. Cuando la señorita Webb le dijo que el señor Alfonso no hablaba con la prensa no lo decía de broma. Pedro no era uno de esos millonarios que buscaban publicidad a toda costa. No salía con modelos ni aparecía en programas de televisión o en las revistas de cotilleos. Y si estaba felizmente casado y tenía un montón de hijos, también eso se lo guardaba para sí mismo. Aunque el beso, que seguía quemando en sus labios, sugería otra cosa. Si estaba casado, la relación con su esposa no debía ir muy bien. Pero no. A pesar de la cantidad de chicas con las que había salido cuando vivía en Cranbrook, no lo veía como un mujeriego.


–Por favor, no seas boba.


No sabía nada sobre él, solo que su pulso se aceleraba cuando estaba cerca, como cuando era adolescente, aunque entonces se habría desmayado si le hubiera guiñado un ojo. Antes de ir a buscar a Sofía al colegio, Paula tenía fotografías infantiles de Pedro, anécdotas de sus profesores y suficiente información como para enviársela a Bruno y preguntarle si podía ir a Londres para seguir investigando. Que su editor aceptase de inmediato le dijo que tampoco él había podido encontrar nada interesante. Acababa de abrir la puerta cuando escuchó pasos en el camino. Iván con su bicicleta, pensó. No, no era Iván. Y, de repente, fue como si el aire estuviese imantado. Solo eso podía explicar la repentina sensación de mareo cuando Pedro Alfonso se detuvo frente a ella.


–¿Vas a algún sitio? –le preguntó.


–Iba a buscar a Sofía al colegio.


–¿Qué tal el pie?


–¿Qué? Ah, ya no me duele nada –respondió Paula. No era verdad. Le dolía el talón y caminar sobre la gravilla era doloroso–. ¿Qué quieres, Pedro?


–Puedo llevarte al colegio. Así charlaremos un rato por el camino.


–Como quieras.


Había un viejo Land Rover aparcado frente a la verja, pero era muy alto y, al apoyar el peso del cuerpo sobre el pie, Paula dejó escapar un gemido.


–¿Estás bien? –le preguntó él, empujando su trasero.

lunes, 13 de mayo de 2024

Quédate Conmigo: Capítulo 25

Sin hacer caso de las normas, iba donde le apetecía, esquivando a los empleados de la finca para explorar las interminables habitaciones. Nunca se había llevado nada, ni siquiera una manzana de un cuenco, sencillamente le gustaba pasear por aquella vieja casa, tocar los muebles, mirar los cuadros y absorber la historia que le había sido negada. La emoción que sintió al tomar la escritura y tirársela a su abogado era algo que ni siquiera los insultos de Enrique Cranbrook habían podido estropear. Irónicamente, ahora que era el orgulloso propietario de Cranbrook Park, el único sitio en la finca donde todo estaba bien cuidado era la casa en la que había vivido una vez. Y era la inesperada respuesta de Paula Chaves a su beso lo que estaba grabado en su cerebro; el recuerdo de su piel, el tobillo apoyado en su muslo, lo que estaba revolucionando sus sentidos.


Paula miraba la pantalla del ordenador, perpleja. Sir Enrique Cranbrook había expulsado a Pedro de la finca el día que cumplió dieciocho años, cuando no tenía más que una vieja moto, pero había vuelto convertido en el presidente de una multinacional. Un multimillonario al que ella había acusado de pescar sin licencia, un multimillonario al que ella había ofrecido diez libras. Pedro debía estar partiéndose de risa. Bueno, pues que riera, pensó, pinchando furiosamente en todos los enlaces, decidida a averiguar qué había hecho desde que se marchó de allí y, sobre todo, cómo había ganado tanto dinero. Ella le enseñaría a Pedro Alfonso a hacer comentarios sarcásticos sobre su trabajo en un periódico local. ¿Interés humano? Aquello era interés humano en grandes titulares; un artículo que ella podía escribir porque había estado allí desde el principio. Y uno que no se había contado antes porque sería un escándalo en Maybridge. El hijo pródigo volvía, compraba la finca y mantenía apasionadas relaciones sexuales con la chica que había dejado atrás… ¡Un momento! Ella no escribía ficción, se recordó a sí misma. Pero Bruno le había dicho que podía quedarse en casa el resto de la semana y usaría el tiempo libre para poner al día su blog. Estaba haciendo fotografías de un gusano particularmente grande cuando sonó su móvil. Y ella pensando que podría descansar…


–Hola, Bruno –lo saludó, intentando disimular un suspiro.


–¿Cómo te encuentras?


Si iba a quedarse en casa, no podía decirle que estaba perfectamente.


–Regular.


–¿Podrías investigar un poco sobre el nuevo propietario de Cranbrook Park? Sin salir de casa.


Había sido ella quien insistió en que Cranbrook Park era su territorio, de modo que no podía negarse.


–¿Qué quieres saber?


–De dónde viene, quién es su familia, ese tipo de cosas. A menos que te encuentres muy mal…


–No, no. Estaba intentando poner al día mi blog, pero eso puede esperar.


–Buena chica.


–Idiota condescendiente –murmuró Paula. Pero solo cuando Bruno ya había colgado.


De vuelta en su despacho, comprobó su correo electrónico. Había un comunicado de prensa, embargado hasta el lunes, contándole al mundo, o a Maybridge al menos, que Pepe Alfonso había comprado Cranbrook Park.

Quédate Conmigo: Capítulo 24

 –Lo que necesitamos es alguien que sepa reforzar las orillas del río. Las lluvias han dañado el terreno y lo último que quiero es que alguien resulte herido.


–Genial –dijo la señorita Webb–. Dime otra vez por qué has comprado esta finca.


–Es un sitio estupendo para pescar truchas y he decidido dedicarme a pescar – respondió él, sacando la caña de Iván Harker.


La expresión de Beatríz decía que no estaba convencida, pero se limitó a decir:


–Tienes una reunión del consejo a las dos y media y si no te mueves llegarás tarde.


–He llamado a Alberto para que fuese a la reunión por mí. Ahora mismo, se me necesita aquí.


–En otras palabras, que quieres jugar con tu carísimo juguete.


–Todos los hombres tienen alguna afición.


–Alquilar una cabaña para pescar truchas habría sido mucho más barato –dijo Beatríz–. Además, pensé que querías pasar desapercibido.


–Es imposible pasar desapercibido en un pueblo tan pequeño –dijo él. Y menos cuando acababas de tener un encuentro con la prensa local–. ¿Algún mensaje?


Ella negó con la cabeza.


–¿Esperabas alguna llamada en particular?


–No, pero pensé que tal vez habrían llamado del periódico local…


–Ha llamado el editor y también una mujer que quería darle un interés humano a la noticia… –el teléfono de Beatríz empezó a sonar–. No te preocupes, Pedro. He dejado claro que no das entrevistas.


Una mujer. Estaba claro que era Paula Chaves.


–Espera un momento, Karen… –Beatríz se puso el teléfono en el pecho–. ¿Alguna cosa más? Tengo que irme a casa. Esta tarde hay una función en el colegio de mi hija.


–No te preocupes, no te necesito –dijo él, tomando la bicicleta–. Dile a Karen que puede venir a pasar una semana aquí, si le apetece.


–¿Vas a quedarte?


–Un par de semanas –respondió Pedro–. Hay que arreglar el tejado urgentemente y así saldré de la oficina. ¿No me regañas continuamente porque trabajo demasiado?


–Crear barreras en las orillas del río y arreglar un tejado no era lo que yo tenía en mente. Y gracias por la invitación, pero nos vamos a Italia en vacaciones. Estar tumbada en la playa es mucho mejor que recoger basura. Si te apetece venir, tenemos sitio en la casa.


–Me lo pensaré –dijo él, pero los dos sabían que no era verdad. Viajar era algo que hacía por trabajo y, por el momento, lo único que quería era montar en su Harley por la finca como solía hacer. Aunque no sería tan divertido sin un jardinero o un guardés furioso persiguiéndolo.


Nada era tan divertido últimamente. Pedro miró alrededor, pensando que tenía algo por lo que levantarse cada mañana. Todo estaba descuidado, viejo. Había que cortar las malas hierbas, arreglar las manchas de humedad en las paredes… Cuando era niño, la casa estaba bien cuidada. Era un sitio impresionante para unos pocos privilegiados, un territorio prohibido para alguien como él. Aunque Pedro no se había dado cuenta.