Pedro estaba llenando el dispensador de agua que había cerca del fregadero, lo cual no era difícil.
—¿Quieres un vaso? —preguntó él.
—No, gracias —se acercó y se apoyó en la encimera—. Si me hubieras dicho que venías, te habría hecho un bizcocho.
—¿Te alegras de verme?
—Me alegro muchísimo, pero tengo que confesarte algo.
—Tú dirás.
—Esta mañana me he hecho daño en el hombro al intentar sacar una… Mejor que no te diga el nombre de la planta. El caso es que había que tirar con mucha fuerza y ahora me duele.
—¿Quieres que te dé un masaje?
—No. Me he dado una ducha caliente y me ha sentado muy bien, pero ahora quiero tumbarme y mover el brazo hasta hallar una postura cómoda para el hombro. De niña me lo dislocaba a menudo.
—¿Ahora se te ha dislocado?
—No, pero noto que está a punto de hacerlo. ¿Te tumbas a mi lado y nos agarramos de la mano como en los viejos tiempos? Y si es necesario, me agarras del brazo por el encima del codo y tiras de él.
—Lo que necesites.
Se tumbaron en la cama, con las contraventanas cerradas para que el calor no entrara. Y, por fin, él pudo dejar de fingir que se movía normalmente. Notó que ella movía el brazo, pero sin invadir su espacio. Él no intentó agarrarla de la mano. No tenía tanta necesidad como antes ni quería que Paula creyera que era débil. Fue ella la que lo tomó de la mano. Y su cuerpo se alegró. Nunca se sentía tan en paz consigo mismo como cuando estaban agarrados de la mano.
—¿Qué tal el hombro? —murmuró—. ¿Tengo que tirar de él?
—Creo que bien. ¿Y tu dolor de cabeza?
Pedro intentó activar sus defensas, pero estaba tan contento que desistió.
—¿Cómo sabes que me duele?
—Se te ve en el rostro.
—Pues Brenda no lo ha notado.
—Eso es lo que crees. Es un encanto y se preocupa por tí. Te aseguro que lo ha notado. Me ha pedido que intente convencerte de que te quedes una semana.
—¿Y qué le has dicho?
—Que no creía que pudiera obligarte a hacer nada que no quisieras. No me opongo a la idea de que te quedes unos días. Tengo que trabajar y probablemente también te daré algo que hacer, pero acabo a última hora de la tarde; a veces antes, si me levanto muy temprano. Claro que aquí no hay piscina ni spa, pero estoy pensando en convertir un antiguo abrevadero en una bañera. Una ducha exterior también sería útil. Aquí hay mucho polvo.
—¿Y cuándo esperas tener ambas cosas listas?
—Pues mi cliente debe aceptar la idea y luego depende de cuánto dinero ponga.
—¿Y de dónde vas a sacar el agua?
—El último paisajista que trabajó aquí instaló un maravilloso sistema de filtración del agua, que ahora no funciona, pero conseguiré que lo haga. ¿Te estás durmiendo?
—Casi.
—Duérmete. Estaré cuando te despiertes.
—La última vez que me dijiste eso, me desperté en un hospital a dos mil kilómetros y sin tí. ¿Cómo tienes el hombro?
—Vas a tener que sentarte, ponerme un pie en la axila y tirarme del brazo.
—Vamos allá —se colocó en la posición adecuada.
No era la primera vez que iba a hacer algo así. Tiró y Paula ni siquiera gimió. Suspiró cuando él volvió a tumbarse y a agarrarla de la mano.
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