miércoles, 3 de septiembre de 2025

La Niñera: Capítulo 82

Había señalizaciones para la fiesta. Pagó los cincuenta peniques de la entrada y se abrió paso entre la multitud. No vió a Paula en ningún puesto de pasteles, ni en la tómbola, pero sí vió a su madre en uno de los puestos de comida. Había una cola de gente con platos y tazas en la mano, para tomar té con pastas. Pedro se puso a la cola.


—¿Señora Chaves? ¿Alejandra?


Lo miró a la cara y sonrió.


—Sabía que vendrías —le dijo, dándole dos tazas de té—. Llévale una taza a Paula. Está en el puesto de baratijas. La señora Thomas se ha puesto enferma.


No sabía quién era la tal señora Thomas, pero poco le importaba. Porque en lo único en lo que pensaba en aquel momento era en Paula. Con las dos tazas en la mano, le preguntó al primero que vió:


—¿Dónde está el puesto de baratijas?


La mujer lo miró.


—¿Buscas a Paula?


Pedro asintió.


—Allí, al lado de los rododendros.


Le dió las gracias y se marchó. Pasó por en medio de la gente que estaba bailando y, al fin, llegó donde estaba ella. Lo miró, con ojos de cansancio. Estuvo a punto de estrecharla entre sus brazos y decirle que la quería. Pero no lo hizo y le dió la taza de té.


—Toma, de tu madre.


—Gracias —todo era tan formal y educado que casi empieza a gritar. 


Llevaba un vestido de punto, con el que estaba guapísima. Tenía una cara como si hubiera estado llorando toda la noche.


—He estado hablando con Gabriela —le dijo—. Y tienes razón.


—Ya lo sé. ¿Y qué? —le respondió, sonriendo.


—Le he dado la dirección de Birmingham.


—Un reparto un poco feudal. Son cincuenta peniques —le dijo a una señora que preguntaba por un plato de porcelana.


—¿Podemos ir a algún sitio a hablar?


—No, tengo que atender esto. Hola, señor Burrows. ¿Qué tal está? ¿Mejor? Me alegro. Dele recuerdos a su mujer.


El servicio de megafonía cobró vida y el párroco agradeció a los Brownies la organización de la fiesta. Todo el mundo aplaudió.


—Y ahora, me han encargado que os diga que dentro de cinco minutos va a empezar el juego de la cuerda. Si quieren, pueden ponerse en esa parte del jardín para animar a los competidores, seguro que agradecen su apoyo.


Cuando terminó, Pedro fue a decirle algo a Paula, pero de pronto por megafonía se volvió a escuchar.


—Señores, me han dicho que en el equipo de casa les falta un hombre. ¿Tenemos a algún voluntario?


Paula lo miró.


—Anda, ve a apuntarte.


—¿Estás loca? Además, estoy intentando decirte algo...


—Más tarde. Hola, señora Jones.


Pedro desistió. Dejó la taza de té, se quitó el abrigo y se fue hacia el jardín, donde los niños habían hecho un muñeco de nieve meses atrás. Gonzalo e  Iván estaban sujetando, junto con otros hombres, la cuerda. Lo miraron.


—¿Necesitan a alguien?


Gonzalo asintió.


—¿Te ha enviado Paula?


—Sí.


—¿Has hecho esto antes?


Pedro movió en sentido negativo la cabeza.


—Pobre. Deja tu chaqueta allí y ven, que te enseño.

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