Un multimillonario y un semental: Así lo consideraban los medios y la gente se lo creía. Y aunque él bromeaba al respecto y se escudaba en ello para protegerse el corazón, esa descripción lo crispaba. Incluso antes de la desastrosa relación con Juliana, no había sido capaz de saber si una mujer se le acercaba porque de verdad le gustaba. Muchas lo hacían por su dinero o para servirse de su influencia para progresar política o profesionalmente o, como Juliana, para conseguir una atención mediática que no podían lograr por sí mismas. Sus relaciones románticas llevaban mucho tiempo siendo una transacción. ¿Acaso era de extrañar que prefiriera volar a la intimidad sexual? La pared de arena, y era una pared que se extendía hacia el norte hasta donde alcanzaba la vista, se iba aproximando.
—Tenemos que ir más deprisa —dijo mientras daba palmaditas a la consola frente a él.
Paula Chaves miró hacia atrás. La tormenta de arena se acercaba rápida y directamente hacia ella, lo que implicaba que debía recoger la tienda de campaña y meter sus cosas en la vieja camioneta a toda velocidad. Después tendría que buscar piedras para asegurar las ruedas y proteger el vehículo con cuerda y estacas para cercas clavadas en la arena. Solo entonces se sentiría segura, sentada en la cabina de la camioneta, esperando que la tormenta pasara. Desde niña se había enfrentado a tormentas de arena, pero no de aquella magnitud. Recogió la tienda a toda prisa, mientras el viento le alborotaba el cabello castaño, y la metió en el asiento trasero de la camioneta, así como el hornillo de gas, pensando en la imprecisión de las previsiones meteorológicas en general y en el hecho de que a nadie le importaba el tiempo que hiciera allí, en medio de la nada. Nadie vivía allí, salvo los ricos hermanos Alfonso, que probablemente ya poseerían buena parte del planeta Marte. De pronto vió una mancha negra y plateada en el cielo, que resultó ser un pequeño helicóptero. Si quienquiera que lo pilotara creía que podría ir más rápido que la tormenta se equivocaba.
—¡Estás loco! ¡Aterriza! —gritó, aunque sabía que nadie la oiría.
Pero no podrían acusarla de no habérselo advertido. Se le encogió el corazón al ver que el helicóptero se elevaba e inclinaba hacia la derecha. No quería presenciar la tragedia, sino subirse a la camioneta y soportar la tormenta lo mejor que pudiera. Sin embargo, no pudo apartar la vista de la lucha del helicóptero contra los elementos.
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