viernes, 12 de septiembre de 2025

Eres Para Mí: Capítulo 16

 —En la familia Alfonso está establecido que el primogénito se quede con todo, con el título de barón y con toda la tierra. No había nada en el rancho ni en el Reino Unido que fuera mío. Mientras desayunábamos, le pregunté si quería que me quedara con él —le faltaba fuelle para seguir hablando. Le dolía el cerebro; le dolía todo.


—¿Y te pidió que te quedaras?


—Sí, me dijo que no podría arreglárselas sin mí. Fue el mejor día de mi vida.


—Eso significa que vendrá a por tí.


—Te toca —murmuró él.


—No tengo recuerdos como ese. Mi mundo es pequeño.


—De todos modos, cuéntame algo.


—Ver la línea de costa por vez primera fue espectacular: Agua por todas partes hasta la tierra.


—¿Cuántos años tenías?


—No lo sé. Tal vez seis. También me quedé alucinada al ver una catarata artificial en la piscina de una casa. Entonces estaba en la primera adolescencia. También al ver llover aquí y contemplar las formas que adopta el agua al correr.


—¿Conoces la Bahía de las Islas, en Vietnam?


—No.


—Te llevaré cuando salgamos de aquí.


—Seguro —dijo ella con indulgencia.


—Lo digo en serio.


Tal vez fuera así en aquel momento, pero Paula no era tan estúpida como para pensar que cumpliría su palabra. En cuanto lo curaran, se olvidaría de ella por completo.


—Cuéntame otro recuerdo. ¿Cuál es tu persona preferida?


Comenzaba a arrastrar las palabras, pero ella quería que siguiera despierto, porque, cada vez que se desmayaba, creía que no recuperaría la consciencia.


—Mi madre, pero murió.


—¿Y tu padre?


—No forma parte de mi vida. Mi madre no era muy habladora y no me contó nada de él. Era un ganadero que estaba de paso. Y fue una encantadora aventura de una noche. Es lo único que sé.


Paula le apretó la mano. Él respondía maravillosamente a su contacto. Tal vez ella también lo haría si no viera.


—Así que no era habladora, pero tenía unos ojos muy expresivos. Le bastaba una mirada para decirme que me quería y que estaba orgullosa de mí. Si sacaba buenas notas, le brillaban los ojos de orgullo. Si, de niña, le hacía algo en la escuela para regalárselo, me miraba con amor. Me demostraba que me quería, y yo lo sabía. Incluso cuando se casó y tuvo que ocuparse de mi padrastro y de mi hermanastro, me siguió queriendo con los ojos.


Cuando podía. El padrastro era un hombre celoso y no le gustaba que la madre demostrara su cariño por su hija.


—Seguro que te miraba así a menudo. Tienes buen corazón.


—¿Tú crees? —Paula no quiso contarle que en los últimos años apenas la miraba por miedo a que su esposo acabara dándole una paliza, a ella o a su hija—. Porque me acabo de dar cuenta de que no he parado de darte la lata con recuerdos visuales, cuando no ves.


—Distingo formas borrosas, luz y oscuridad —Paula no tuvo el valor de decirle que hacía tiempo que había apagado la luz y que la oscuridad era absoluta—. Ojalá pudiera verte.

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