—Sobre todo, para que te calles —murmuró él posando los labios en los de ella y tentándola hasta que abrió la boca.
No fue como el beso anterior. Él no pareció necesitar hacer más preguntas sin palabras cuyas respuestas ya conocía. El juego se transformó en apasionado deseo tan deprisa que ella estuvo a punto de ahogarse. Se aferró a él, que la acarició y le introdujo los dedos en el cabello para atraerla más hacia sí. Llevaba semanas pensando en él, pero estar en su compañía era mucho mejor de lo que se había imaginado. El agua era una de sus cosas preferidas y Pedro se estaba convirtiendo en una de sus personas preferidas. Ambas cosas unidas la dejaron sin defensas. Fue Pedro el que cesó de besarla.
—Creo que necesito calmarme —dijo al tiempo que salía de la piscina caliente y se metía en la piscina de entrenamiento.
¡Qué atractivo era, a pesar de las cicatrices y la pierna herida! Y quería que ella, que no era nada especial, formara parte de su vida e iba a esforzarse mucho en conseguirlo, lo que, en su opinión, lo hacía aún más deseable. Lo observó mientras se hacía un par de largos con brazadas lentas y precisas.
—Tener una cita contigo está muy bien —dijo ella, cuando él llegó a su lado y no siguió nadando—. Aunque más bien pareces mi hada madrina que mi príncipe azul.
—Lo tendré en cuenta.
Pedro salió de la piscina y agarró una toalla del montón que había en una mesita. Se secó y se la enrolló a la cintura. Ella también salió del agua y él le tendió otra toalla.
—Nunca me he preocupado de casi nada, salvo de cuidar de mí misma. Nunca ha habido un príncipe azul en el horizonte, antes de que aparecieras caído del cielo.
—¿No me has dicho que era tu hada madrina?
—Sí, bueno, tal vez seas las dos cosas. Nunca he tenido una relación con un hombre. Ni siquiera he intentado confiar en alguno y preocuparme de su bienestar en la misma medida que del mío. No he tenido precisamente buenos modelos. He tenido sexo sin compromiso; aventuras de una noche que me han ayudado a conservar la autoestima.
—Deberías trabajarla.
—Lo hago. Y me estás ayudando al ofrecerme posibilidades con las que no soñaba. Me cuesta asimilar tantas cosas. Tu mundo no es el mío, aunque hagas lo posible para que me parezca normal. Para mí, todo esto es demasiado, así que te agradezco la paciencia.
—De nada, aunque todo esto forma parte de mi plan de dominación —se acabó de secar el cabello—. ¿Nos tomamos una cerveza y cenamos? ¿Tienes hambre? Hay un restaurante a la orilla del río, si te apetece cenar fuera. O podemos pedir comida para llevar.
Ella tenía el cabello mojado, iba sin maquillar e iba a vestirse con ropa informal y bonita. No deseaba incorporar a nadie más a la noche.
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