—Estoy listo —contestó Pedro, con una sonrisa forzada.
Cuanto antes acabaran, antes podría hablar con Paula.
Una vez listas las habitaciones de invitados, Rosa dijo a Paula que fuera a echar un vistazo a los preparativos de la comida y la bebida. Ella fue al encuentro de la coordinadora del acontecimiento. Rosa le había indicado que estaba en el bar.
—Hola. Me llamo Paula y formo parte del personal. Me mandan para ver si puedo ayudar en algo.
La mujer le sonrió y le tendió la mano.
—Verónica Connor. Gracias por ofrecerte, pero todo lo que está a mi cargo lo tengo cubierto. Pero han montado una fiesta en el estacionamiento de coches y en el de aviones, y las cosas se están descontrolando. No hemos servido alcohol a los de ahí fuera. Los aviones han venido cargados de botellas.
—Hablaré con los jefes —quería decir que se lo diría a Rosa, que transmitiría la información a quien correspondiera.
—Perfecto. Por lo demás, todo está controlado. El entorno es fantástico para una fiesta. El crepúsculo, la tierra roja, las luces, la música y los modelos que llevan los invitados, que parecen sacados de la portada de Vogue. No había visto nada igual en mi vida, y eso que he trabajado en fiestas en lugares preciosos.
—¡Señorita! —un hombre hizo señas con la mano y Verónica se le acercó—. Mi esposa no se siente bien. Tiene que tumbarse.
—Hay un espacio de primeros auxilios en el salón que hay al final de la galería. Lo acompaño.
—Necesita una cama, no una tirita —le espetó el hombre—. Ha estado a punto de desmayarse cuando se ha anunciado la noticia.
Paula no estaba en la sala cuando se había hecho. Miró a Verónica.
—¿Se refiere a la hermana que están buscando los hermanos? — preguntó ésta.
—¡Sí, sí! Mírela. ¿No nota el parecido?
Pedro y Federico eran altos, delgados y de cabello castaño. Aquella mujer era bajita, regordeta y rubia.
—Necesita una habitación. Tenemos que hablar con lord Alfonso.
—Voy a buscarlo —murmuró Paula.
—Yo me quedo con ellos —dijo Verónica—. Señora, vamos a buscar un sitio para sentarla y le daremos un vaso de agua, mientras esperamos. — Paula y ella se miraron. Estaban haciendo todo lo posible por ayudar, pero aquella situación no entraba dentro de su cometido.
Paula se introdujo entre la multitud en busca de Federico y Brenda. Pedro la encontró primero.
—Paula.
—Ah, hola —dijo ella, como si los multimillonarios la llamaran por su nombre todos los días.
Se tensó al mirarlo a los ojos y algo hizo clic en su interior, una pieza que faltaba en el rompecabezas que podía darle lecciones sobre la pasión, la obsesión y la fascinación irresistible por otro ser humano. Estaba segura de que podía aprender tales cosas de Pedro, pero no sabía si quería hacerlo. Era Pedro Alfonso y ella no era nadie.
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