Cuando Pedro recobró el conocimiento, no estaba solo. Su salvadora se había acurrucado a su lado, una presencia cálida y una suave respiración contra su hombro. Lo agarraba de la muñeca como si se hubiera quedado dormida tomándole el pulso. El viento ya no zarandeaba la tienda, pero el aire seguía siendo pesado y los rodeaba un silencio anormal. Movió los dedos de los pies y las piernas. También los de las manos y los brazos. Pensaba y respiraba. Pero seguía sin ver.
—¿Cuánto tiempo ha pasado?
Ella se había movido mientras él comprobaba el estado de sus miembros. Supo que se había despertado.
—Un poco.
—No parece que haga tanto viento.
—Creo que se debe a que la tienda está medio enterrada en la arena. Noto el peso en el cuerpo. Usted está en el lado bueno.
Ella se incorporó y él supuso que lo había hecho apoyándose en el codo, porque el resto de su cuerpo seguía pegado al suyo. Intentó imaginarse el aspecto de aquella mujer, sin conseguirlo. ¿Estaría casada?
—Si no vuelvo a soltarla la mano, ¿Le importaría a alguien?
—A mí, llegado a cierto punto. Creo que a nadie más.
—¿Cuántos años tiene?
—Veintitrés.
—¿Es guapa?
—¿Acaso importa? —lo reprendió ella.
—¿Eso es un no?
—Oiga, está atrapado conmigo en una tienda de campaña en medio del desierto y de una tormenta de arena. Estoy a punto de darle de beber y comer y no puede verme. ¿De verdad le importa mi aspecto? Dicho así…
—Tutéame. Me llamo Pedro.
—Sé quién eres —levantó la mano de la muñeca de él y se apartó.
—¡Espera! —lo invadió el pánico.
—Ahora vuelvo —le puso la mano en el pecho y se lo apretó—. Mi camioneta no está lejos. Aunque no la vea, estoy atada a ella, así que la encontraré — llevó la mano de Reid a su cintura y él notó la correa de nailon—. Lo único que tengo que hacer es seguir la correa.
—¿Cómo vas a volver?
—¿Acaso no te he encontrado? He vuelto a por la tienda, te he vuelto a encontrar y he instalado la tienda a tu alrededor. En la camioneta tengo pastillas para aliviarte el dolor. ¿Te parece que merece la pena que vaya a por ellas?
—Ve a por ellas.
—Suéltame la mano.
No estaba dispuesto a hacerlo.
—Quédate.
—¿En serio?
—Es peligroso que salgas. No deberías irte.
—¿Y los analgésicos? Creo que los necesitas.
—¿Cómo es que estás aquí, en medio de la nada? Aquí no vive nadie ni nadie pasa por aquí. ¿Eres real?
—Soy una intrusa, no estoy casada ni soy guapa en el sentido convencional de la palabra. Tengo los ojos demasiado separados, el cuello muy largo, la nariz desviada porque me la rompí de pequeña y soy delgada. No soy excesivamente inteligente y la gente me considera muy tímida, por lo que no me tiene en consideración. Sin embargo, soy real.
No hay comentarios:
Publicar un comentario