¿Podía rechazar la cautivadora confianza de Pedro? No.
—Me mataré a trabajar hasta que te satisfaga mi trabajo. No voy a decepcionarte.
—Lo sé.
—Y creo que no debemos estropear mi oportunidad de oro teniendo sexo ahora. Como has dicho, es demasiado pronto —pero cómo deseaba ella estropearla—. Es muy caballeroso por tu parte.
—Recuerda que apuesto a largo plazo —la miró con un brillo desafiante en los ojos—. Lo primero, clases de natación. Empújate con los pies desde el asiento, extiende los brazos y el agua te traerá hacia mí.
—Pero hay burbujas en el centro.
—Pues te harán cosquillas. Hazme caso, el cuerpo te responderá. No lo pienses demasiado.
Unos segundos después, las manos de ella chocaron contra el torso masculino y tuvo que esforzarse para no aferrarse a él. Hizo pie y se sonrojó al tiempo que apartaba las manos.
—Lo único que querías era que te tocara tu hermoso cuerpo.
—Mi antiguo hermoso cuerpo —dijo él en tono seco—. Pero tienes razón en lo de que deseo que me toques. Ahora date la vuelta y vuelve a deslizarte hacia el otro lado empujándote con los pies. No bajes las piernas hasta que toques la pared.
Pronto se estaba deslizando por toda la piscina, dirigida por Pedro.
—Ganar control es adictivo —dijo él, al final, cuando ella se sentó de nuevo en el spa, con mayor sensación de seguridad que al principio—. Ya sea controlar lo que haces o dirigir a otros, es emocionante. Al cabo de un tiempo se convierte en una segunda naturaleza y empiezas a pensar que sabes más y tomas mejores decisiones que los demás, lo cual, naturalmente, es una tontería, pero nadie te lo dice a la cara porque eres el jefe. Al final, esa forma de pensar acaba por invadir todos los aspectos de tu vida, incluidas las relaciones sentimentales.
—¿Así que eres dominante en la cama?
—¿Te gustaría que lo fuera? —preguntó él con una sonrisa pícara.
Ella se sumergió hasta la barbilla, para disimular el rubor de las mejillas.
—Me gusta tomarte el pelo. Picas fácilmente.
Ella lo salpicó y al cabo de unos segundos ambos se dedicaron a salpicarse mutuamente como si fueran dos adolescentes. Pedro la acorraló contra la pared de la piscina sosteniéndola con los brazos bajo los hombros de ella, que chocaba contra su cuerpo de distintas e interesantes maneras.
—Esto no lo hacen las mujeres con las que salgo —murmuro él.
—¿El qué? ¿Regañarte?
—Ni me regañan, ni me retan, ni me reprenden. Pero me encanta que lo hagas, Cenicienta.
—Es que a Cenicienta no la educaron para ser una dama.
—Tengo que besarte.
Se le daba bien ponerse dramático, ¿O era pura estupidez? En cualquier caso, a ella le encantaba.
—¿Porque estás perdidamente enamorado?
Él se le acercó hasta que sus labios casi se rozaron, y ella no se apartó.
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