—No levantes la cabeza. Llévate la cápsula al fondo de la boca y te echaré un poco de agua, intentando no ahogarte, para que te la tragues. ¿Te parece un buen plan?
Era el único que tenía. Se imaginó explicándole al forense su intervención en la muerte de aquel hombre. «Sí, se ahogó en medio de una tormenta de arena, en el desierto. Se le llenaron de agua los pulmones. No tengo ni idea de cómo pasó…».
—¿Preparado? —le echó un poco de agua en la boca y esperó—. ¿Te la has tragado?
—Sí.
Se tomó las otras dos cápsulas. Y ella abrió una tableta de chocolate y le dió un mordisco. Esa era su medicina, alimento para su alma asustada.
—¿Quieres?
—¿Qué es?
—Chocolate. Dicen que aleja los malos pensamientos.
—¿Quién te lo ha dicho?
—Lo he leído en un libro que probablemente tratara de magia.
—Me reiría, pero, si lo hago, volveré a desmayarme.
—¿Quieres o no?
—Sí.
Ella partió una onza y se la puso en la mano.
—Te sangra la pierna. Voy a quitarte los pantalones.
—Bromeas.
—Esa soy yo: Hombre herido está a mi merced y lo único que me interesa es ver si está bien equipado.
—¿Tan mal aspecto tiene?
—Externamente, sí. Pero tengo vendas y otras cosas.
—Cosas.
—Cosas buenas. ¿Te puedo quitar los pantalones?
—No se me hubiera ocurrido ni en sueños.
Ella rió y él sonrió.
—Es bonita tu risa.
Sus palabras la tranquilizaron. Si él no estaba asustado, ella tampoco lo estaría. Si flirtear los ayudaba a superar la situación sin desmoronarse, ¿Por qué no hacerlo? ¿Por qué no aceptar aquella relación extrañamente íntima que estaban forjando en circunstancias extraordinarias y seguir adelante? Le desabrochó los botones de la bragueta. El bóxer era bonito y le pareció que contenía mucho peso cuando agarró los vaqueros y se los bajó.
—Deberíamos volverlo a hacer cuando te sientas mejor.
—Sí.
Pero la voz de él era débil. Cuando ella acabó de quitarle los pantalones, se había vuelto a desmayar. Sacó la ginebra que llevaba en la bolsa y le limpió la herida de la pierna, antes de vendársela con fuerza. Tenía un corte profundo en el muslo, por lo que esperaba que la limpieza y el vendaje fueran suficientes hasta que pudiera atenderlo un médico. Le limpió el rostro con agua y una toalla hasta que encontró los cortes que le sangraban en la frente. Con gasa y alcohol se los desinfectó y después se los vendó. Esa vez no podría quitarse el vendaje. Le daría una bofetada, si lo intentaba. Le curó todas las heridas que halló en el resto del cuerpo. Ninguna le sangraba abundantemente.
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