—¿Esto es una cita? —necesitaba saberlo—. ¿O solo es una muestra de agradecimiento por lo increíble que soy?
—Es una cita. Aunque también interviene que seas increíble y que yo te esté agradecido. ¿Tenemos que darle tantas vueltas? Porque si es así, has de saber que el agua ayuda. ¿Tienes un problema? Date una ducha. ¿El día ha sido largo y pesado? La piscina y el spa te ayudan a relajarte.
—Me alegra que valores tanto el agua.
—Ya sabes dónde me crié. Las duchas eran de tres minutos y no podías esperar a que el agua se calentara. El agua es vida, y por eso la has incluido en los planos para las cabañas ecológicas. Para tí, el lujo consiste en que haya agua disponible para todos —se metió las manos en los bolsillos del pantalón—. Te he comprado unos diarios sobre cuidados del jardín escritos por un granjero de esta zona. Los tienes encima de la cama.
«¡Qué regalo!», pensó ella.
—Pedro, no sé qué decir.
—Pues dime que los leerás y que retomarás el proyecto para los jardines de las cabañas. Mi lema es que nunca hay que dejar de aprender y de esforzarse para respetar el equilibrio natural.
Paula comenzaba a respetar mucho a Reid, además de sentir una atracción irresistible hacia él.
—Los leeré, gracias. Nos vemos en la piscina. Pero me quedaré agarrada al borde o a la escalerilla —debía confesarlo—. No sé nadar.
Él no se inmutó. Se encogió de hombros y esbozó una cálida sonrisa.
—¿Quieres aprender?
Pedro sabía para qué lo querían las mujeres; en primer lugar, para acceder a su dinero y a su elevada posición social; su apellido y su vaga relación con la aristocracia inglesa eran secundarios; y no les importaban ni su personalidad ni sus creencias y valores. No veían a la persona. Por eso, Paula era especial. Porque lo veía. Veía al chico que iba a buscarla cuando se alejaba demasiado de la casa, al que se sentaba a la mesa de la cocina a su lado, mientras Rosa la regañaba y le daba agua y galletas. Esos recuerdos competirían con los de la tienda. Y ahora que él le estaba mostrando su mundo esperaba que los uniera todos y el resultado fuera alguien que le cayera bien, porque, a él, ella le encantaba. Paula sabía de dónde procedía y conocía el mismo paisaje, los mismos caminos, idénticos amaneceres y atardeceres. Podía enseñarla a nadar, si estaba dispuesta; si bajaba la guardia y se abría a él.
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