—Eso. Ella se encarga de poner las reuniones en los días que estamos libres. A lo mejor, como ella no tiene familia, no se da cuenta de este problema.
—Y a lo mejor es que tú no te das cuenta de que ella te quiere, Pedro.
Pedro movió en sentido negativo la cabeza.
—No, Paula, estás equivocada. Ya sé que no se llevan bien, pero dices las cosas como si ella estuviera tratando de alejarme de tí.
El tono de incredulidad en su voz, más que sus propias palabras, le confirmaron a Paula que no tenía ni idea de lo que Gabriela tramaba. Suspiró hondo.
—Sea cual sea la razón, esto tiene que acabar. Yo te quiero y quiero estar contigo. No estoy dispuesta a ser tu niñera y tu amante y quedarme en un segundo plano en tu vida. Tanto los niños como yo somos lo más importante en tu vida, y tú lo tienes que empezar a demostrarlo.
—Paula, tú eres muy importante para mí...
—¡Demuéstralo entonces! Yo me voy este fin de semana a casa de mis padres a ayudarlos, como les había prometido. O cancelas la reunión, o te buscas a otra niñera.
Sin decir otra palabra, se fue a su habitación, cerró la puerta y se metió en la cama.
Cuando llegó el viernes, estaba convencida de que lo había perdido. Pedro empezó a preparar sus cosas para irse a Birmingham, después de haberle dicho que se iba y que pensaba que su actitud era poco razonable y que estaba equivocada con respecto a Gabriela. Ella no había querido discutir más.
—Vete, si te tienes que ir, Pedro. Pero si te vas, yo también me voy, y para siempre.
—Paula, por favor...
—Tienes que elegir. O Gabriela o yo.
—Pero si yo y Gabriela no... Estás confundida.
—¿De verdad? No creo. Ya sabes dónde vamos a estar. O te vienes a la fiesta, o todo habrá acabado.
—Tu actitud es poco razonable.
—No. Estoy luchando por algo que me importa. Lo mismo que hace Gabriela. No tengo yo la culpa de que estés tan ciego como para no verlo.
Después, llamó a Ringo y se fue a dar un paseo. Cuando volvió, él ya se había ido y ella se fue a su habitación, se tiró en la cama y lloró. Cuando logró calmarse, pensó si no habría sido demasiado exigente. A lo mejor le tenía que haber contado lo del bebé. Era extraño que él no se hubiera dado cuenta, porque se le estaba empezando a notar. Su madre se había dado cuenta, nada más llegar con los niños. La miró, le dijo a los niños que se fueran con Gonzalo y se sentó con Paula en la cocina, mientras tomaban una taza de té.
—¿Cuándo sales de cuentas? —le preguntó.
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