lunes, 8 de septiembre de 2025

Eres Para Mí: Capítulo 8

 —Me parece muy bien.


Ella rió y su risa le pareció maravillosa.


—¿Lo ves? Empiezas a hablar con sensatez, lo cual es buena señal. Eres capaz de seguir la conversación, tienes el pulso bien y respiras con normalidad. No soy médica, pero me parecen buenas señales. Eres un hombre fuerte.


—Así es —notó que iba a volver a desmayarse.


—¡Pedro!


No pudo evitarlo. Ni siquiera aferrándose a la mano de ella.


Paula abrió la tienda y salió. La preocupación por Pedro había superado el deseo de seguir en la tienda. Ya no llevaba el pañuelo, porque lo había enrollado en la cabeza de él para detener la hemorragia, pero se levantó la camiseta para taparse la nariz y la boca y no respirar arena. En la camioneta tenía un botiquín y agua para varios días, aunque esperaba que los rescataran antes. Sabía que el herido era multimillonario. Seguro que en el helicóptero o en sus efectos personales habría un dispositivo de rastreo, por lo que sabrían dónde se hallaba e irían a buscarlo en cuanto pasara la tormenta. Se tapó el rostro con la camiseta, agarró la correa con ambas manos, la tensó y echó a andar. Tardó mucho, pero llegó a la camioneta, que se encontraba donde la había dejado, aunque se hallaba medio enterrada en la arena. Se subió y cerró la puerta. Se quitó la arena del rostro y abrió los ojos parpadeando con fuerza. «No te frotes lo ojos, Paula». El instinto le exigía que lo hiciera. Se obligó a no moverse. Apoyó la cabeza en el asiento y se frotó lentamente el rostro con una toalla que tenía detrás del asiento. Después, con los ojos aún cerrados, agarró la botella de agua que había en el salpicadero y bebió. Mojó el borde de la toalla y se echó unas gotas en los ojos hasta que pudo abrirlos. Allí no había cobertura, pero comprobó que el móvil aún tenía batería. Después llenó la mochila y una bolsa con lo que necesitaba. En el trayecto de vuelta tardó más de lo esperado porque el viento volvía a soplar con fuerza y ahora no podía tener los ojos cerrados y confiar en que la cuerda la llevaría a su destino. Cuando localizó la tienda, estaba negociando con quienquiera que la estuviera escuchando. «Si me enseñas dónde está la tienda, estaré un año sin decir palabrotas». «Si paras la tormenta, me esforzaré mucho para aprobar el curso de horticultura». «Si Pedro vive, agradeceré eternamente no llevar el peso de su muerte en mi conciencia durante toda la vida. Y me abstendré de tener relaciones sexuales durante al menos…». «¡La tienda! ¡Hurra!». Justo a tiempo.


—Ya estoy de vuelta —dijo dejando las bolsas en la entrada—. ¿Estás despierto? ¿Cómo te encuentras? —comenzó a quitar arena de su lado.


Él gimió.


—De maravilla. 

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