Se colocó en la cuerda y escuchó con atención a Gonzalo. Cuando todos estuvieron preparados, Pedro se colocó en el medio. Clavó sus talones en el suelo y tiró con todas sus fuerzas. Al final, ganó su equipo. Fue una especie de milagro, una combinación de fuerza, coraje y determinación. Ganaron dos de las tres veces que compitieron y los declararon campeones. La gente los aclamó y saludó dándoles golpes en la espalda. Pedro trató de localizar a Paula con la mirada. La vió, pero de pronto desapareció. Encendieron de nuevo el servicio de megafonía y Pedro movió la cabeza, preguntándose si Gabriela se iba a creer lo que él estaba a punto de hacer. No se veía a los niños por ningún sitio, pero sabía que estarían entre la gente. Se fue hacia la casa y en la puerta de entrada vió al párroco.
—Perdone, quería ponerme en contacto con Paula. ¿Puedo utilizar el servicio de megafonía?
Él párroco le dio el micrófono.
—Por supuesto.
Tomó aliento, miró a la gente y encendió el micro. Tenía las manos sudando, con el corazón a toda velocidad. Se puso el micrófono en la boca.
—Paula, soy Pedro —dijo con mucha claridad y todo el mundo giró su cabeza y lo miró—. No sé dónde estás. No puedo encontrarte y, si no te encuentro, no puedo decirte lo que te tengo que decir. No soy un hombre paciente y no puedo esperar.
Se aclaró la garganta y se puso el micrófono otra vez en la boda.
—Paula, te quiero —le dijo. De repente, la gente se apartó y la pudo ver, al otro extremo del jardín, con las manos en la boca y los ojos abiertos de forma desmesurada—. Te amo —continuó—, Y me gustaría que fueras mi esposa y la madre de mis hijos.
Paula dejó caer las manos. Su cara resplandecía de amor. Incluso desde donde estaba se veía que las lágrimas recorrían sus mejillas.
—¿Es eso un sí? —preguntó él, con voz suave. Y ella asintió.
La gente gritó de felicidad y Pedro le entregó el micrófono al párroco. Salió corriendo hacia ella, la levantó en brazos y la besó. Paula no acababa de creérselo. Había estado tan segura de que lo había perdido...
—¿Cómo se te ha ocurrido declarar tu amor delante del párroco?
—Era lo único que podía hacer para que me escucharas —le explicó—. Oh, Paula, te quiero tanto. Sólo cuando he temido perderte, me he dado cuenta de lo mucho que significas para mí y para los niños.
En ese momento, Paula se dió cuenta de la presencia de los niños a su lado, mirándolos a los dos con cara de felicidad. Se agachó y los abrazó. Vio a sus padres y a sus hermanos. Uno de ellos le llevaba la chaqueta a Pedro.
—Lo mejor será que se vayan los dos solos a dar un paseo — les dijo, apartando a todos los que estaban cerca de ellos—. Niños, vengan conmigo, que les voy a dar un poco de helado.
No hay comentarios:
Publicar un comentario