viernes, 19 de septiembre de 2025

Eres Para Mí: Capítulo 35

 —Es lo que dice Rosa. Me ha contado que, hace muchos años, tu madre y ella estaban atendiendo a los jugadores de una partida de cartas y que mi padre estaba perdiendo mucho dinero. Iba a apostar la granja, cuando tu madre se cayó mientras servía a los jugadores algo de beber. Les dijo que acababa de romper aguas. No era así, ya que tardaste otras dos semanas en nacer, pero, según Rosa, mi padre se apartó de la mesa de juego el tiempo suficiente para recuperar la cordura. Mi madre le dijo que había oído a los invitados discutir estrategias para ganarle. Estaban conchabados contra él.


—Qué desagradable.


—Él le preguntó cómo podía agradecérselo y ella le pidió seguridad económica para su futura hija, por lo que le dio dinero para comprarse una casa. Esa es una de las historias. Tengo otras y ninguna de ellas indica que seamos parientes.


—Es un alivio.


—¿No quieres ser la heredera desconocida de los Alfonso?


—De ningún modo.


—No somos tan malos.


—Nos hemos besado.


—Sí —murmuró él—. Tener que experimentar sentimientos fraternales sería difícil, dada nuestra ardiente conexión.


—No es ardiente.


—¿Incendiaria? ¿Explosiva?


—Pedro…


—¿No quieres que te cuente las otras historias sobre el motivo de que, hace veintitrés años, mi padre diera a tu madre doscientos cincuenta mil dólares?


—Espero que no quieras recuperar el dinero. No lo tengo.


—Lo sé.


A ella no le hizo gracia que supiera tanto de su vida. ¿Se había informado? ¿Le había contado Rosa cuál era la situación con su padrastro y su hermanastro? Porque, sinceramente, a ella ya le daba igual que le hubieran dado la espalda en cuanto murió su madre. Incluso, al final, esta se había apartado de ella para contentarlos. Se había sentido muy sola y, si Rosa no le hubiera proporcionado un hogar, no sabría qué habría hecho. Hacía años que había dejado de considerarlos su familia. Sola, estaba bien.


—Así que esa es tu expresión de enfado. Ojalá pudiera verla mejor.


—¿Ah, sí?


—Y me encanta el tono desafiante de tu voz. Te prometo que me portaré bien.


—¿Siempre eres tan gracioso?


—Estás de mal humor. Intento animarte. Lo único que tienes que hacer es arrancar la camioneta, acompañarme durante el resto de la tarde y llevarme a casa.


Paula cedió con un suspiro. Él ya había conseguido que se olvidara del examen. Su capacidad para animar a otra persona era tan buena como decía.

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