lunes, 1 de septiembre de 2025

La Niñera: Capítulo 80

Paula no quiso disimular que no sabía a lo que se refería. Al fin y al cabo, era su madre. Era la única que la entendería.


—Para Navidad.


—¿Para Navidad? Pues estás como si fuera a nacer en octubre. A ver si vas a tener gemelos.


Paula se encogió de hombros y empezó a llorar. Alejandra la abrazó y empezó a mecerla suavemente. Ella abrazó a su madre por la cintura.


—He cometido una estupidez, mamá. Ya sabía que esto iba a pasar. Debería haber ido al médico, o por lo menos a la farmacia.


—Tendrías que haberlo hecho, si no hubieras querido que te pasara esto.


—¿Crees que yo lo quería?


—¿Se lo has dicho a Pedro?


—No. Antes quería saber si me quería a mí. De hecho, le he dado un ultimátum y me parece que lo he perdido para siempre. Así que a lo mejor tendrás que hacerte a la idea de ser la abuela de un niño sin padre.


—No anticipes los acontecimientos. A lo mejor viene. Y si no viene, tampoco es el fin del mundo. Sabes que no te vas a quedar en la calle y los niños siempre serán bien recibidos aquí, pase lo que pase.


Al oír aquello, Paula empezó a llorar otra vez. Cuando se desahogó, su madre le dijo que se fuera a lavar la cara y a arreglarse un poco, antes de que llegaran sus hermanos y su padre. Miró por la ventana de su habitación y vió a Iván y a su padre poniendo los puestos para la fiesta que se iba a celebrar por la tarde. El cura estaba sacando la loza que sacaba todos los años. Pero para ella ese año todo era diferente. Podría convertirse en el mejor día de su vida, o en el peor. Se puso un vestido de algodón, muy suelto, para que no se le notara la tripita y se fue a la cocina, para ver en qué podía ayudar. Llegó el momento de la fiesta y el corazón de Paula se rompió en mil pedazos al ver que Pedro no aparecía...




—Bueno, pues eso es todo por hoy, a menos que quieras añadir algo, Pedro.


Pedro miró a Gabriela, sonriendo.


—No, no tengo nada que añadir. Gracias a todos —le dijo y miró a Gabriela—. ¿Y ahora?


Los demás empezaron a salir, mientras ella jugueteaba con un bolígrafo.


—Como no tenemos nada hasta mañana, había pensado en ir a Stratford-upon-Avon y dar un paseo por el río, y quizá ir al teatro, a ver Romeo y Julieta...


—¿Has sacado entradas?


Gabriela se sonrojó.


—He reservado dos, que tenemos que confirmar.


—¿Y después? —le preguntó, con tono amable—. ¿Qué habías pensado para después, Gabriela?


—Pues quizá cenar...


—¿Y después?


—Bueno, pues quizá...


La agarró de los hombros.


—No, Gabriela. Lo siento mucho, pero no.


Ella se apartó, tratando de mostrar su orgullo.

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