El sol se estaba poniendo y la ciudad estaba envuelta en luces de distintos colores. Paula se sentía feliz. Le gustaba la ciudad y la compañía de Pedro, no solo porque se hubiera tomado dos copas de champán y llevara dos mil dólares en ropa en dos bolsas. Aparte de su empeño en proporcionarle una experiencia como la de Cenicienta, su vida y amistades parecían tremendamente normales.
—Me gusta el barrio y tus amigos. Eres muy sociable.
Pedro abrió la puerta de su piso y la introdujo en un espacio de paredes de ladrillo caravista y enormes puertas de cristal, con lujosos muebles y decenas de cuadros. Al otro lado de las puertas de cristal había una terraza con piscina y spa. Paula se lo imaginó relajándose allí, y también a sí misma, gracias a la ropa de baño que le había regalado.
—¿Te gusta?
Quiso decirle algo sarcástico, como que no necesitaba su aprobación, y reprocharle que empleara el dinero en convertir su residencia en Brisbane en un espectáculo, pero no dijo nada. ¿Por qué no podía tener una casa tan bonita en la que uno se sentía acogido y a gusto? ¿Quién era ella para criticarlo por envidia?
—Me encanta. Es preciosa.
—La habitación de invitados es esa puerta, a la izquierda. Mi dormitorio y otras habitaciones están a la derecha; el estudio ocupa la planta superior. Pensaba llevarte esta noche a una isla, para impresionarte —apretó un botón y las puertas de cristal se abrieron deslizándose silenciosamente—. Pero aquí también hay agua. Podemos quedarnos y pedir comida. Y si quieres cerveza, el señor Tanner nos la traerá.
—Lo dices como si estuviéramos en un tugurio. La idea que yo tenía de esta noche no era ni de lejos esta clase de lujo. ¿No era eso lo que querías enseñarme?
—No exactamente.
—Quiero que sepas que yo también compro comida para llevar y cerveza y me relajo en casa, igual que tú.
Tal vez su piso de alquiler, en el fondo, fuera igual que aquel; un lugar para cocinar y dormir. Echó una mirada a su alrededor. ¿Quién era ella para privarlo de sus fantasías?
—¿Así que me cambio y nos vemos en la piscina?
—Me parece bien —contestó él con ojos risueños—. Hay una puerta en la habitación que da a un patio desde el que se puede acceder a la piscina. Teniendo en cuenta que montaste una tienda de campaña en el desierto para proteger a un piloto herido, durante una tormenta de arena, seguro que encuentras la puerta.
—¿Aún sigues insistiendo en eso? —no entendía por qué—. Tú habrías hecho lo mismo.
—Quisiera creerlo, pero eso no quita valor a tu acción. Soy una persona increíble, y tú también.
Su seguridad en sí mismo era contagiosa, y Paula se echó a reír.
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