—La esposa de un invitado se siente mal —Paula le explicó dónde estaban—. Ha estado a punto de desmayarse cuando han dado la noticia. El hombre está en actitud agresiva y ella está asustada. Él quiere hablar con tu hermano y una cama en la casa para su esposa.
Pedro se pasó la mano por los ojos y se frotó la cabeza. Ella vió la cicatríz, todavía hinchada.
—Sabía que esto sucedería —sacó el móvil y Paula hizo amago de marcharse, pero él la agarró del brazo—. Quédate.
No dejó de mirarla mientras hablaba por teléfono.
—Ya tenemos la primera candidata —dijo a su hermano. Le indicó dónde se hallaba y colgó—. Ven conmigo —sin esperar respuesta, la tomó de la mano y comenzaron a abrirse paso entre la multitud. El calor de su mano despertó en ella recuerdos de cuando estaban en la tienda, con las defensas bajas, y de la conexión que había habido entre ambos—. Lo sabía.
—¿Te has vuelto loco?
—Sabes perfectamente a qué me refiero. No eres tan buena actriz y, a diferencia de la vez anterior, ahora te veo. Creo que tienes los ojos de tu madre. Son muy expresivos.
La condujo por un largo pasillo y pasaron por delante de la biblioteca, varios dormitorios y salones hasta llegar al final, donde había un despacho con estanterías, un enorme escritorio de madera de nogal, una cara alfombra y otros lujosos elementos de decoración.
—Espero que esto no sea tu idea de lo que es una habitación acogedora e informal —¿Creía él que necesitaba que le recordara cuál era su sitio?
—Era el despacho de mi abuelo. Federico tiene que cambiar la decoración —la soltó de la mano y le indicó una silla—. Siéntate.
Ella lo hizo. Él se sentó al escritorio, frente a ella, pero antes cerró la puerta. La estancia estaba iluminada únicamente por las bombillas exteriores colgadas de los árboles, cuya luz entraba a través de una estrecha ventana al otro lado de la habitación.
—Háblame.
—No sé qué decirte.
—Empieza por contarme por qué no te has dado a conocer. Te marchaste sin despedirte. Me prometiste que me despertarías.
—Y lo hice. Pero la fiebre te hacía delirar. Debes saber que hice todo lo que pude por tí. Intenté ayudarte y te ayudé. ¿Qué más quieres de mí?
—Me abandonaste.
—Para buscar ayuda. No te abandoné, quería que te encontraran. Me alegré mucho cuando ví que llegaban a por tí.
Él la miró a los ojos. Ella notó un cosquilleo de excitación. Anhelaba estar cerca de él, deseaba que la acariciara de nuevo, y no para consolarla. Tal vez por eso no se había dado a conocer. No quería intentar revivir la intimidad que experimentaron en la tienda y no hallarla.
—¿Encendemos la luz?
Él le indicó el interruptor al lado de la puerta.
—Como quieras.
Al encenderse los fluorescentes del techo, Paula parpadeó y Pedro se sacó unas gafas de sol del bolsillo y ocultó los ojos tras ellas.
—La luz intensa me hace daño.
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