—Me alegro de que te hayan curado. Me gustaría saber los detalles. Era una de las razones para darme a conocer de mi lista.
—¿Has hecho una lista con los pros y los contras? Me gustaría verla.
—No la llevo conmigo —ni pensaba enseñársela—. ¿Cómo está tu brazo?
—Me han puesto clavos en dos sitios.
—¿Y la pierna?
—Han utilizado nuevas técnicas quirúrgicas para regenerar el músculo.
—¿Y la cabeza?
Él se pasó la mano por el rebelde cabello y se lo echó hacia atrás para mostrarle las cicatrices, aún rosadas, que contrastaban con su piel morena.
—Me han quitado un puñado de fragmentos metálicos. De momento, no me han afectado al funcionamiento del cerebro. El nervio óptico del ojo izquierdo se ha dañado de forma permanente, pero podía haber sido peor. Lo hubiera sido de haber permanecido más tiempo en la tienda.
—Me fui al amanecer. La arena… —no podía haberse marchado antes.
—Te estoy muy agradecido, Paula. ¿Por qué crees que llevo tanto tiempo buscándote? Quiero recompensarte. Te debo la vida. Soy muy rico y tengo muchos contactos, así que, si deseas o necesitas algo, pídemelo.
—No hace falta que me recompenses. Me alegro de que te hayas recuperado tan bien y de no haber hecho nada que empeorase tu situación. Se me ha quitado un peso de encima —seguía teniendo pesadillas con su rostro—. Si no te importa, me gustaría recoger semillas en esta zona y puede que alguna planta. No voy a hacer ningún daño y me dijiste que no me denunciarías.
—No lo haré.
—Es lo único que necesito, gracias.
—No me lo creo. ¿Dónde está la camioneta?
—La están reparando. El radiador no funciona, pero me van a poner uno de segunda mano.
—¿Vas a echar mano de tus ahorros para pagarlo?
—No, gracias a este fin de semana trabajando para tu hermano. El sueldo es generoso.
Odiaba las gafas porque le impedían verle los ojos, así que le miró las manos, grandes y delgadas, como el resto de su cuerpo. Llevaba las uñas cortas y el reloj en la muñeca parecía discreto, lo que probablemente implicaba que valía una fortuna.
—Deja que te compre una nueva. Necesitarás un vehículo fiable para ir y volver de Cairns.
—No, es demasiado.
—Para mí, es calderilla.
—Basta, Pedro. Deja de restregarme tu dinero por el rostro. No quiero que seas caritativo conmigo porque nobleza obliga —era el dicho que había utilizado Rosa—. Me encantaría que me consideraras tu igual, pero no lo soy. No tengo ni tu riqueza ni tu posición social. Me gustó que en la tienda ambas cosas dejaran de importar, que necesitaras mi ayuda y que yo tuviera valor por mí misma. Supongo que soy una persona horrible al pensar que te tienes que estar muriendo para que me consideres valiosa, pero así son las cosas. Me gustó cómo conectamos y me sigues cayendo bien, dos razones por las que no quise ponerme en contacto contigo.
Él se inclinó hacia delante apoyando los codos en el escritorio.
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