viernes, 12 de septiembre de 2025

Eres Para Mí: Capítulo 19

 —Seis, y dos salones para los que pernoctan, además de la biblioteca. Así que hay un máximo de doce invitados en la casa y unos quinientos fuera.


—¿Quinientos?


—Pero no debes preocuparte por ellos. Los empleados de la granja se ocupan de ellos.


Rosa seguía sin decir nada de Pedro ni de si asistiría al baile. Lo último que Paula había oído era que le habían dado el alta en el hospital y que vivía en Sídney.


—Puedes dormir conmigo, en mi habitación —Rosa la llevaba usando treinta años, por lo que la consideraba suya—. Y puedes echarme una mano con la barbacoa del desayuno del domingo. Pedro y sus antiguos compañeros de internado suelen ocuparse de ella, pero no lo harán este año.


—¿No va a acudir?


—Sí, pero no ayudará como suele hacerlo. Pero es fácil: Filetes, salchichas, tocino, huevos, cebolla, panecillos, lechuga, tomates y distintas clases de salsas. Es un desayuno para la resaca, muy popular.


—Seguro que sí. ¿Y cómo está Pedro tras el accidente? —la familia no había dicho nada de su recuperación, lo que la sacaba de quicio.


—Mejor. Su vida estuvo pendiente de un hilo.


—No lo sabía.


—Entonces, ¿Quieres trabajar o no? Decídete de una vez.


Rosa llevaba treinta años ocupándose de las casas de las tres granjas que había en esa zona. Pasaba en cada una dos o tres días y tardaba un día en coche para ir de una a otra. Después volvía a su casa unos días, y vuelta a empezar. Rosa y su camioneta cargada de comida refrigerada, material de limpieza y correo formaban parte del paisaje de aquella remota Australia del interior, como lo hacían las granjas.


—Incluso me pararé para que puedas recoger plantas en el camino — la tentó Rosa.


—No me lo creo —Rosa conducía a toda velocidad y rara vez se detenía por nada ni por nadie.


—Sigo esperando —Rosa sonrió.


—De acuerdo, iré —observaría a Pedro desde lejos. 


E incluso aunque se cruzaran, él no le hablaría. ¿Y qué probabilidad había de que él reconociera su voz, cuando, en la tienda, había estado inconsciente buena parte del tiempo? No, no debía preocuparse. Comprobaría por sí misma que estaba recuperado, que iba acumulando nuevos recuerdos sobre los anteriores y que se había olvidado por completo de ella. Entonces, tal vez, dejaría de recordar cada detalle sobre él, de fantasear con él y de compararlo con cualquier otro hombre, que nunca estaba a su altura, porque no era ni tan sensible ni tan interesante. «Ni tan vulnerable como para buscar una relación sincera», le indicó su conciencia. «Acéptalo, Paula. Te gustó hallarte en una posición de poder con respecto a Pedro Alfonso. Te envalentonó y a él lo hizo más receptivo». Ahora, que ya estaba bien, probablemente no querría tener nada que ver con ella, aunque la reconociera. El hombre de la tienda ya no existiría. Y así dejaría de suspirar por él.


—¿Cuánto pagan?


—¿Por ayudarme? ¿Qué te parece veinticinco dólares por hora, desde el momento en que llegues, hasta que te vayas, incluyendo las horas que duermas?


—¿Lo dices en serio? Son seiscientos dólares al día —como tenía la camioneta en el taller porque necesitaba un radiador nuevo, ese dinero le vendría muy bien—. ¿Cuántos días?


—Tres —contestó Rosa sonriendo.

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