lunes, 22 de septiembre de 2025

Eres Para Mí: Capítulo 39

 —Ya ves a la insubordinación a que me enfrento, Adriana. Ayúdame.


—Pero Paula —dijo Adriana acercándose a ella— hoy han entrado pocos clientes, por lo que, de cara a mi comisión, te ruego que dejes que pague él. Nunca viene por aquí, va a la tienda de bicicletas y al restaurante tailandés que hay al lado, pero aquí nunca.


Paula no se creyó ni una palabra. Lo más probable era que Pedro fuera a la tienda todas las semanas.


—Ni una sola vez, Paula —insistió Adriana—. Pedro, ve a comprar unos rollos de primavera, mientras abro una botella de champán. Estamos ocupadas.


—Adriana es la vecina de al lado —Pedro sacó una tarjeta de crédito y la dejó en el mostrador—. Esta noche, Paula es Cenicienta, y tú, su hada madrina. Nos vamos a bañar más tarde. Si le cobras algo de lo que compre, te duplicaré el alquiler, ¿Entendido?


—Perfectamente. Vete de una vez.


Pedro se marchó y Adriana soltó un bufido, mientras Ari sonreía.


—¡Qué hombre! —exclamó Adriana mientras colgaba el cartel de «Cerrado»—. Intenta hacerse el duro, pero es un chico de campo con mucho dinero y el ferviente deseo de mejorar la vida de los que lo rodean. Y es verdad que nunca había estado aquí. Debes de ser especial.


—No, soy… De la casa en que se crió.


—Pues eso ya es bastante especial. ¿Quieres bañador o biquini?


—¿Biquini? No lo sé. No suelo nadar. Me meto hasta la cintura en el mar y me quedó agarrada al borde en la piscina.


—No va a dejar que te ahogues. ¿Qué te parece un biquini con un pareo y una falda a juego? En rojo coral y azul. Soy tu hada madrina y él me ha dejado la tarjeta de crédito en el mostrador, con la que puede permitirse comprar seda de diseño.


—Pero no quiero que pague.


Adriana desapareció tras una cortina y volvió con prendas de seda colgadas del brazo. Se las enseñó.


—Creo que esta es tu talla. Te sentarán de maravilla. Pruébatelas.


—No.


Adriana los interpretó como un sí.


—No parece que ninguna de ellas vaya a cubrirme mucho.


—Voy a abrir el champán y nos pondremos manos a la obra. Podemos taparte más, si es lo que quieres.


Y en una boutique, un viernes por la tarde, tomaron champán y queso brie, mermelada de higos y galletas saladas. Cuando Pedro volvió, Adriana había añadido a las prendas anteriores unos pantalones, una blusa de seda sin mangas y unas sandalias de cuero. Pedro volvió con comida para diez personas, y Adriana sacó platos y tenedores. Poco después llegó un hombre con una gran jarra de cerveza. Fue una forma extraña de pasar la tarde, que no parecía propia de un multimillonario. Paula se divirtió con las historias que Adriana y el señor Tanner, que era el dueño del bar de al lado, les contaron sobre los clientes, mientras comían y bebían. Cuando salieron de la tienda, lo sabía todo del esposo de Adriana y de su nieta de un año, y de la cerveza experimental de fruta de la pasión del señor Tanner, que necesitaba refinarse, porque él mismo reconocía que sabía muy mal.

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