miércoles, 10 de septiembre de 2025

Eres Para Mí: Capítulo 11

Él recuperó la consciencia al final de la cura.


—Creo que vivirás.


—Eso es tener esperanza. 


Ella le dió más agua.


—Ahora hay que esperar.


—¿Sigues desnuda?


—No, llevo un vestido.


—¿De qué color?


—Verde.


—¿De qué color tienes el cabello?


—Castaño oscuro.


—¿Y lo ojos?


—También castaños.


—Me imagino a una actriz de una de las películas de James Bond.


—Tú mismo —¿A qué actriz se refería? No tenía ni idea—. ¿Dónde ibas?


—Al norte de la granja Cooper Crossing. Hay un par de cabañas ecológicas allí.


—¿Te espera alguien?


—No, están vacías.


—¿Alguien rastreará tu vuelo? 


Silencio.


—¿No tenía el helicóptero una caja negra indestructible?


—No era un helicóptero para pasajeros, sino un prototipo.


—Qué decepción —trató de asimilar el hecho de que nadie pudiera ira buscarlos—. De todos modos, nadie vendría a buscarnos con este tiempo. ¿Cómo estás? ¿Te han hecho efecto los analgésicos?


—No.


—No te puedo dar más.


—Lo sé.


—¿Quieres más agua?


—Por favor.


Otra pastilla no le haría daño. La sacó del frasco y se la puso en los labios.


—Es paracetamol. Las otras eran antiinflamatorios. Creo que te puedo dar las dos cosas, pero habrá que esperar cuatro horas después de esta, ¿De acuerdo? 


Él asintió.

—¿Qué tal la vista?


—Sigo sin ver, y me asusta.


Ella no se imaginaba un mundo en perpetua oscuridad.


—Sigue hablando, por favor —rogó él.


Ella se tomó otro trozo de chocolate, sacó de la bolsa el libro de texto y se tumbó boca abajo al lado de él al tiempo que extendía el saco de dormir sobre ambos. Aún no hacía frío, pero lo haría. Abrió el libro al azar y carraspeó.


—«Guisante del desierto de Sturt, Swainsona Formosa. Familia de las leguminosas. Debe su nombre al médico y botánico inglés Isaac Swainson».


Paula dejo de leer.


—Nos vendría muy bien que este hombre estuviera aquí. Y nunca he visto esta planta tan al norte.


Siguió leyendo.


—«Florece de marzo a julio, dependiendo de la lluvia, y prefiere suelos calcáreos y arenosos».


—¿Quién eres?


—Tu compañera en la tormenta —le siguió leyendo descripciones y clasificaciones de plantas hasta que notó que el cuerpo de él se relajaba y respiraba de forma regular.


Resultaba que el libro había sido útil. No volvería a quejarse de su precio astronómico, ya que había conseguido que el multimillonario Pedro Alfonso, gravemente herido, se durmiera.

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