El biquini que había elegido ahora le parecía mucho más pequeño que en la tienda. Le realzaba las curvas y las piernas. Tenía músculos de trabajar en los jardines, y el ondulado cabello le llegaba hasta más abajo de la cintura. No se maquillaba ni se hacía tratamientos de belleza, pero estaba sana, era joven y tenía buena dentadura. Y cuando se puso la bata de seda que hacía juego con el biquini, casi se sintió hermosa. Era difícil no sentirse especial en aquel entorno. Su momento «Cenicienta» se produjo con los pies descalzos, una inmensa piscina y Pedro casi desnudo. Las bermudas no le ocultaban las cicatrices que le cubrían el cuerpo y él ni siquiera lo intentó al sentarse en el borde del spa esperando que ella hiciera lo mismo. La miró con admiración al acercarse.
—Suelo empezar por la piscina caliente —dijo él—. En el centro es más profunda, pero, de cualquier modo, harás pie. ¿Todo bien? ¿Te sientes segura?
—Sí.
Él se metió en el agua y ella se quitó la bata y se sumergió en el agua caliente.
—Es la primera vez que estoy en un spa.
—Busca un asiento, apoya la cabeza en el reposacabezas y déjate llevar —ella lo hizo, pero, al no haber nada a lo que agarrarse, no se relajó.
Él se acomodó a su lado y la tomó de la mano para sujetarla.
—Relájate —murmuró él—. Si los brazos y piernas quieren flotar, déjalos.
—Creo que tomarnos de la mano es lo nuestro —ella no se la soltó, pero tampoco se la apretó. Cerró los ojos, apoyó la cabeza y suspiró de placer—. Qué agradable. En mi piso no hay de esto. Ni siquiera tiene bañera.
—¿Cómo te sientes ahora que vas a empezar a trabajar? El dueño del vivero la había llamado el día anterior.
—Ya sabes que Rosa alardeaba de mi nuevo trabajo, pero ha habido un cambio de planes.
—Cuéntame.
—El hijo del dueño ha vuelto del extranjero y está «Valorando las opciones», en palabras de su padre. De momento, no quieren que vaya. Puede que ni ahora ni nunca. Dentro de un par de meses me dirán algo — suspiró—. Creo que puedo irme despidiendo de Cairns —soltó la mano de Pedro para apartarse un mechón de cabello del rostro y ponérselo detrás de la oreja—. Qué decepción.
—Trabaja para mí. Mejor aún, te ayudaré con el papeleo para que fundes tu propia empresa y puedes trabajar para mí como empresaria.
—Odias mi proyecto para los jardines de las cabañas ecológicas.
—Odiar es un término demasiado fuerte.
—No me lo niegues.
—Esta vez quiero ofrecerte instrucciones adecuadas para el proyecto. Quiero que te instales en una de las cabañas durante un par de meses. Hay otra cerca, a la que irá gente. Hazte una idea de la reacción de los visitantes y de cómo interactúan con el entorno y vuelve a presentarme los planos para los jardines. Te haré un contrato de tres meses para que los desarrolles y termines.
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