lunes, 22 de septiembre de 2025

Eres Para Mí: Capítulo 38

Pero el coche pitaba cada vez que se acercaba demasiado a otros y, básicamente, le indicó que estaba conduciendo mal durante todo el trayecto hasta la residencia de Pedro, cuya dirección él había introducido en el ordenador del vehículo.


—Me desbordan tantas útiles sugerencias de conducción y admiro lo bien que funciona el aire acondicionado —dijo ella al introducir el vehículo en el estacionamiento subterráneo—. Puedes quedarte con él. Me gustaría que me devolvierais mi vieja camioneta esta noche, por favor. ¿Dónde estamos?


—En Hamilton. Vivo aquí cuando estoy en Brisbane. Muchos de los ingenieros de mi equipo también residen aquí. Hay una serie de comercios cruzando la calle, dos boutiques, restaurantes y un bar.


—¿Me estás diciendo que posees el edificio entero de pisos y también los comercios?


Su silencio la sobresaltó.


—O sea, que sí. Yo ni siquiera… Somos muy distintos.


—No tanto. Voy a demostrártelo. Estaciona al lado del ascensor.


Paula se bajó del vehículo con dificultad, pero no se quejó. Seguro que Cenicienta lo pasó muy mal para subirse y bajarse de la carroza, con aquel vestido. Pedro no la condujo al ascensor, sino a la entrada del estacionamiento.


—Vamos a ir a mi casa, pero primero compraremos comida para llevar y cerveza. Y antes de cenar nos bañaremos, lo que creo que te gustará. Una de las tiendas vende trajes de baño. Todo forma parte del trato de ser Cenicienta. O, si lo prefieres, es el pago por haberme tomado de la mano y haberme atormentado con la lectura de la clasificación de plantas.


—Estaba estudiando.


—¡Apenas estaba consciente, por lo que no podía protestar!


—Lo siento, pero intentaba que ambos dejáramos de pensar en la situación en que nos hallábamos. Horrible, por cierto.


—Justamente —dijo él riendo—. Y te enfrentaste a ella de forma magnífica, así que te regalo lo que compres. También puedes bañarte desnuda: No tengo nada que objetar.


O no bañarse, la opción más probable, pensó ella. Pero entraron juntos en la boutique y Paula se dió cuenta inmediatamente de que los precios no estaban a su alcance. ¿Cómo iba a permitirse pagar cientos de dólares por dos trocitos de tela, por no hablar de otros cientos más por el pareo y la falda que los acompañaban? Pedro se dirigió al mostrador y a la sonriente mujer que había tras él.


—Pedro, que placer verte por aquí —dijo la mujer con voz cálida.


—Adriana, te presento a Paula. La he secuestrado esta tarde y necesita un traje de baño.


—Que pagaré yo, diga lo que diga él. Voy a buscar entre las prendas rebajadas.

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