lunes, 8 de septiembre de 2025

Eres Para Mí: Capítulo 9

Ella cavó con más fuerza, para que hubiera menos peso en aquel lado y más sitio cuando entrara. Aunque se suponía que la tienda era para dos, Pedro Alfonso la llenaba casi por completo y era muy probable que los dos tuvieran que refugiarse en ella durante un tiempo.


—¿Sigues sin ver? —le preguntó ella, porque pensaba desnudarse antes de entrar, ya que tenía la ropa llena de polvo y arena.


—Sí.


Cuando ya había metido todo en la tienda, salvo la ropa, rompió la promesa de no decir palabrotas durante un año. Pedro se había quitado el vendaje de la cabeza, se la había estado tocando y luego se había tocado los ojos. Tenía que ser eso, ya que no podían estarle sangrando.


—¿Qué pasa? —preguntó él.


«Que no te dé un ataque de pánico», se dijo ella. Pero estaba aterrorizada. Y se preguntó si él se daba cuenta.


—Nada —intentó que el miedo no se le notara en la voz, sin conseguirlo. ¿Qué desearía ella que le proporcionara un protector al que no veía? Seguridad y normalidad; algo a lo que aferrarse; humanidad—. Nada, salvo que he dejado la ropa en la puerta, por lo que espero que de verdad no me veas, porque me resultaría violento.


—¿Estás desnuda?


—Casi —contestó ella mientras dirigía la linterna hacia él y la encendía. Entonces vió con toda claridad el estado en que se hallaba y se asustó aún más. El color le había desaparecido del rostro; solo había sangre. La pernera izquierda del pantalón estaba empapada en sangre—. Sí, casi desnuda. He traído los analgésicos. Son cápsulas, así que tendrás que tragártelas, pero también he traído agua. ¿Puedes tragar?


Él se lo demostró mientras ella se ponía un vestido de verano.


—Muy bien. Trágate la primera. Tienes que tomarte tres. Y después me ocuparé de tu pierna.


—¿Qué vas a hacerle?


—Algo bueno que te salvará la vida.


—¿Y vas a hacerlo desnuda?


—Me acabo de poner un vestido. Eres de lo que no hay. Estás medio muerto y sigues pensando en lo mismo. Me dejas atónita.


En realidad, Paula no quería analizar su reacción con él. Una mujer, ante un hombre en grave peligro, no debía pensar: «Apuesto lo que sea a que estar piel contra piel contigo tiene que ser una experiencia gloriosa».  Le puso la primera cápsula en los labios, más suaves y cálidos de lo que parecían, lo cual era buena señal, aunque el leve contacto le produjo un cosquilleo de excitación sexual.


—No sigas por ahí —dijo en voz alta.


—¿Qué dices?


—Nada. Tómate la cápsula. No me obligues a hacértela tragar, porque lo haré. ¿Alguna vez le has dado a un gato una pastilla contra las lombrices?


Él rió débilmente y ella le vió los dientes, notó el roce de su lengua en los dedos y la cápsula desapareció.

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