Dejó de dar vueltas y rogó que Pedro se recuperara del todo. Rosa le había dicho que en el último reconocimiento que le habían hecho no habían salido los buenos resultados que él se esperaba. Aunque Paula solo había pasado unas horas con él en Brisbane, se había dado cuenta de que se esforzaba por aparentar que andaba y veía con normalidad y que se había recuperado por completo. Comenzó a colocar las cosas, abrió las ventanas y encendió el sistema de agua caliente. Se duchó con el agua aún fría y se puso unos pantalones, una camiseta y unas sandalias. Después salió y se hizo una foto con la puesta de sol al fondo y una sonrisa de oreja a oreja. Dejándose guiar por el instinto mandó la foto a Pedro, que le envió un mensaje minutos después:
Pedro: ¿Ya te has instalado?
Paula: Bonita casa.
Pedro: ¿No te parece demasiado aislada?
Paula: No.
La soledad era su amiga, y tenía muchas cosas que hacer.
Paula: Gracias por la oportunidad y por creer en mí.
Pedro: De nada.
Paula: Gracias de nuevo.
Al final de la primera quincena en la cabaña, Paula se había hecho miles de kilómetros siguiendo cursos de agua, caminos de ganado y senderos agrestes y llevando un diario de lugares y plantas. Y si había comenzado a soñar despierta con Reid era porque esperaba que un día apareciera, caído del cielo. Como aún no lo había hecho, se estaba poniendo nerviosa. Estacionó delante de la cabaña y vió que la otra estaba ocupada, pues había un camión frente a ella que le resultó conocido. Brenda Starr, ahora lady Alfonso, estaba en el porche y la saludó con la mano. Era una premiada fotógrafa y esposa de Federico Alfonso. Había sido modelo y dueña de la granja Devil Kiss. Entre esta, Jeddah Creek y Cooper Crossing, los Alfonso poseían miles de hectáreas en el suroeste de Queensland, dedicadas al ecoturismo y con pasto restringido para el ganado. La idea era conservarlas desde un punto de vista ecológico. Brenda se volvió hacia la persona que salía en ese momento. No era Federico, su esposo, como esperaba Paula, sino Pedro. Paula se acercó a ellos.
—¡Tengo visita!
—Ya le dije que no andarías lejos —dijo Brenda sonriendo—. Traemos pescado fresco, hortalizas para hacer ensalada y tus galletas preferidas, que te ha hecho Rosa. Iba a quedarme a pasar la noche, pero llevo toda la semana espiando a una familia de martín pescadores y Federico acaba de ver una de las crías. Va a venir a recogerme.
—Lo que pasa es que no soporta pasar la noche sin tí —intervino Pedro.
Llevaba gafas de sol y caminaba con rigidez. No intentó bajar los tres escalones del porche que lo separaban de Paula.
—Sea como sea, Federico va a venir a recogerme en el helicóptero dentro de media hora —afirmó Brfenda alegremente—. Paula, prométeme que no dejarás conducir el camión a Pedro.
—Tiene conducción automática —protestó éste.
—Sí y ya sabemos lo bien que funciona eso por estas tierras.
—Solo necesita un poco de ajuste —contestó Pedro.
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