Sin embargo, no la vieron y estuvieron volando en círculo, mientras ella lanzaba gritos de frustración. Se bajó de la furgoneta y comenzó a agitar las manos. Después agarró un jersey rojo para agitarlo también.
—Hacia el sur, ahora hacia el suroeste. Eso es. Hacia el oeste. ¡He dicho hacia el oeste! Eso es. ¡Sí!
Lo habían visto. Lo habían encontrado. Paula alzó el puño hacia el cielo.
—¡Sí! Deprisa. Los está esperando.
La tensión de las veinticuatro horas anteriores se le vino encima como un camión. Se sentó en el suelo, se cubrió el rostro con las manos y sollozó aliviada, liberándose del miedo de que hiciera lo que hiciera no sería suficiente. Ahora, él recibiría atención médica y ella habría hecho lo suficiente.
Horas después, cuando Paula volvió, solo quedaba la tienda, el saco de dormir y el helicóptero hecho pedazos. Pedro Alfonso, multimillonario herido y piloto de pruebas, ya no estaba.
-Creo que deberías venir. Necesitas trabajar y los Alfonso siempre necesitan personal —Rosa se hallaba empaquetando artículos de limpieza en la encimera de la cocina. Alzó la vista y enarcó una ceja, como si retara a Paula a negarse.
—Me has dicho que las empresas de catering siempre llevan su propio personal —el baile de la granja Jeddah Creek, organizado por Brenda y Federico Alfonso, se celebraba desde hacía doce años—. Y también llevan personal para atender el bar.
—Así es.
—Entonces, ¿Qué voy a hacer yo?
—Me ayudarás con las habitaciones de invitados y a conseguir que los invitados especiales se sientan cómodos. Conoces la distribución de la casa y, sobre todo, Federico y Brenda te conocen y confían en tí.
¿Lo hacían? Paula no había dicho que era ella quien había encontrado y cuidado a Pedro. De eso hacía ya seis meses. Prácticamente, ya era agua pasada. Su intención había sido ponerse en contacto con ellos al volver a la ciudad, pero los días habían ido pasando sin que dijera nada por miedo a que la culparan de no haber hecho más. Y para no tener que explicar a Federico qué hacía ella allí. Pedro no podría identificarla, incluso aunque tuviera un vago recuerdo de ella, así que tal vez pudiera acompañar a Rosa y contemplar el maravilloso espectáculo en aquel opulento entorno.
—¿Quiénes son los invitados especiales?
—No lo sé con certeza. Se guarda el secreto hasta que llegan. El año pasado vinieron unos príncipes europeos. Eran muy educados.
—¿En serio?
—Sí, y una gran dama del teatro inglés. No recuerdo el nombre. Contaba historias muy divertidas.
—¿Cuántas habitaciones se usan para invitados?
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