Era ella. Tenía que serlo. Sus ojos no se lo confirmaban, pero su cuerpo ansiaba el consuelo de su contacto. Era la mujer misteriosa, su ángel de la guarda, al que llevaba meses buscando. La veía constantemente en sueños, y allí estaba, fingiendo que nada de aquello había ocurrido. ¿Por qué no se lo había dicho? Quería saberlo.
—¿Así que te dedicas a coleccionar plantas raras?
Ella lo miró asustada y desafiante a la vez. ¿Acaso creía que iba a hacer algo más que darle las gracias y recompensarla por su valor? Él no estaría allí si no lo hubiera encontrado y cuidado hasta que llegó la ayuda.
—Mi hermano y yo tenemos una empresa que ofrece becas de investigación y alojamiento a quienes quieren estudiar los animales y plantas de esta zona.
—Sí, para gente que tiene un título universitario o un doctorado. Yo ni siquiera tengo un título de formación profesional.
—Todavía no —apuntó él.
Y ella asintió.
—Tienes trabajo en Cairns.
—Es un puesto de ayudante.
—¿No quieres lanzarte a la piscina? —ella vaciló y él se le acercó más—. No te veo bien desde lejos —contempló las largas pestañas de sus expresivos ojos—. Dime si estoy demasiado cerca.
—No —pero se cruzó de brazos.
Él anhelaba tocarla. Si la tocaba, estaría seguro, pero retrocedió.
—En mi opinión, montar tu propia empresa requiere tres cosas. La primera es la convicción absoluta de que puedes hacerlo.
Ella alzó la barbilla y lo miró a los ojos. A pesar de que ella le había dicho que no era guapa, sus ojos, su generosa boca y la proporción de sus rasgos indicaban lo contario.
—La segunda es tener valor para enfrentarte a la adversidad y capacidad de improvisación. ¿Te ha sucedido algo últimamente que demuestre que posees ambas cosas?
—¿Es esto una entrevista de trabajo?
—Y la tercera es que resulta útil tener mucho dinero.
—Gracias por los consejos —dijo ella sonriendo—. Los tendré en cuenta.
—Si no tienes dinero para empezar, hay inversores que, si logras convencerlos, invertirán para hacer realidad tu sueño. Puedes pedirme que te respalde.
—No, no estoy preparada para asumir semejante responsabilidad. Tengo que formarme más, trabajar con buenos cultivadores, que es lo que voy a hacer. Después, puede que tenga esa convicción de la que hablas y que aún no poseo.
—Ya sabes dónde encontrarme. Y si hay algo de lo que quieras hablar este fin de semana, estoy a tu disposición.
—Tengo que trabajar.
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