viernes, 30 de agosto de 2024

Un Trato Arriesgado: Capítulo 10

 –Aquí tienes mi número de teléfono. Envíame un mensaje con tu dirección y te recogeré en tu casa a las nueve y cuarto –dijo. Entonces, frunció el ceño–. ¿Y tu hija? ¿Cuida alguien de ella mientras estás en el trabajo por las noches?


–Por supuesto. No la dejaría sola bajo ningún concepto –replicó ella indignada y dolida por la implicación de que podría ser una madre irresponsable.


Aquella era precisamente la acusación que el abogado de Bruno había lanzado en su contra. Al recordar la batalla sobre la custodia a la que se enfrentaba por su hija, sintió una profunda sensación de miedo. Mientras se bajaba del coche y corría a su furgoneta, pensó que, con cinco millones de libras, podría contratar al mejor abogado para enfrentarse a Bruno. Sin embargo, estaría loca al considerar siquiera la idea.



Pedro estacionó su Lamborghini a la puerta de un bloque de pisos de aspecto muy sombrío. La convicción de que había sido un error pedirle a una mujer que había conocido aquel mismo día que se casara con él se hizo cada vez más fuerte. Recordó a Paula Chaves, que parecía una rata mojada cuando la metió en su coche para refugiarla de la lluvia. El voluminoso delantal le cubría el cuerpo, pero, por lo que él había podido ver, era una mujer muy delgada, sin curvas. Su rostro había quedado parcialmente oculto por la visera de una gorra de béisbol, que le parecía la prenda menos femenina y halagadora que una mujer podía ponerse. En su opinión, las mujeres deberían ser elegantes, decorativas y sexis, pero la escuálida vendedora de bocadillos fallaba en todos los frentes. La ira porque hubiera dañado su adorado Lamborghini se había convertido en impaciencia cuando ella se echó a llorar. Era consciente de cómo las mujeres podían usar esa artimaña cuando les convenía. Sin embargo, al ver cómo Paula se desmoronaba literalmente delante de él, no había podido evitar sentir compasión por ella. Cuando le habló de sus problemas económicos y del miedo que tenía a perder la custodia de su hija, se le ocurrió que ella podría convertirse en la esposa ideal. El dinero que estaba él dispuesto a pagar le cambiaría la vida. Mientras se bajaba del coche y miraba a su alrededor para contemplar aquel peligroso barrio, una jungla de hormigón con las paredes cubiertas de grafitis, pensó que tal vez estaba loco. Vió que una banda de jóvenes de aspecto dudoso miraba fijamente su coche y que lo observaban con sospecha cuando pasó junto a ellos de camino al portal. Estaba seguro de que el de más edad, que llevaba una cadena de oro alrededor del cuello, era un traficante de drogas. Había crecido en un lugar similar en las afueras de Madrid, donde la absoluta pobreza era terreno abonado para la delincuencia y las bandas que mandaban en las calles. Su padre había estado implicado en los bajos fondos y, de niño, había visto cosas que nadie con esa edad debería ver. Apretó la mandíbula mientras tomó el ascensor que lo llevó hasta la undécima planta y avanzó por un estrecho pasillo lleno de basura. Aquel bloque de pisos no era una chabola, pero la sensación de pobreza y privaciones flotaba en el aire junto con el aroma acre de la orina. Aquel no era un buen lugar para criar a una niña. Paula y su pequeña no eran su responsabilidad, pero resultaba difícil no imaginar cómo ella podía rechazar cinco millones de libras y la oportunidad de alejarse para siempre de aquel basurero.

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