viernes, 23 de agosto de 2024

Otra Oportunidad: Capítulo 67

 —No me opongo a ello. Tú y yo somos hijos únicos, así que tal vez Olivia debería tener hermanos.


—A mí me gustaría mucho —dijo Paula.


Planear el futuro la hacía sentir alegre, esperanzada, pero mientras cenaban, charlando sobre unas cosas y otras, sintió que faltaba algo. No sabía por qué sentía esa inquietud o por qué no dejaba de darle vueltas, pero intuía que sería como siempre, que ella diría que le quería y él guardaría silencio. Cuando terminaron el postre, Pedro la tomó por la cintura para sentarla en sus rodillas y buscó sus labios.


—Pedro —susurró ella.


Tenía la intención de decir que lo amaba. No le daba miedo, pero se quedó en silencio, pensando que dar los mismos pasos llevaría siempre al mismo resultado. Algo tenía que cambiar. Algo debía cambiar.


—¿Me quieres, Pedro?


Pedro no había esperado esa pregunta. Se sentía victorioso. La había recuperado. Había quedado claro durante esas semanas. Paula ya no se apartaba de él y era tan feliz como lo había sido al principio. Era suya, la tenía como nunca había tenido a otra persona. A ella le importaba y eso le parecía una victoria. Estaba convencido de que Paula ya no lo odiaba como lo había odiado esa horrible noche. Cuando él había mostrado su peor cara. Pero no había esperado esa pregunta y, como no era capaz de responder, tomó su cara entre las manos y la besó de modo apasionado y fiero porque eso era lo único que tenía sentido. Porque eso le permitía alejarse de tal pregunta. ¿Porque cuántas veces iban a hacer eso? ¿Cuántas veces iba a apartarse de él? ¿Cuántas veces podía él salir huyendo? «No estás huyendo y las palabras no importan». La besó con ferocidad, con toda la pasión que había contenido. Y no era un beso dulce o tierno sino temible porque él era temible. Un tigre amenazando con devorarlos a los dos, pero sobre todo a sí mismo. Sentía un dolor insoportable en el pecho. No quería sentir así, no quería desear así.


—Pedro…


—No digas nada —la interrumpió él, mordiendo sus labios.


Podía ver lágrimas en sus ojos, pero siguió besándola y ella no se apartó. Dejando escapar un gruñido, Pedro mordió su cuello mientras apartaba los tirantes del vestido para desnudar sus pechos.Siempre era así. Inevitable. Oscuro. «¿Es culpa tuya?». Había pensado que el sol había entrado en su alma y así había sido durante unos días, pero siempre estaban esas barreras, esas preguntas a las que no podía responder. Porque no podía. Era imposible. Imposible. De modo que la besó porque eso era lo único que podía hacer, lo único que sabía hacer. Bajó la cabeza y metió un pezón en su boca porque el deseo era un viejo conocido. Sabía cómo saciar el deseo que había entre ellos, pero no sabía cómo responder a su pregunta.

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