viernes, 16 de agosto de 2024

Otra Oportunidad: Capítulo 55

 —Crees que estoy siendo deliberadamente cruel, pero no es así. Soy como me hicieron.


Él lo creía, estaba claro, pero Paula se daba cuenta de que intentaba simplificar todo aquello para justificarse a sí mismo. No sabía por qué necesitaba hacerlo, pero reconocía el engaño porque lo había visto en sí misma.


Pedro la dejó en la puerta de la iglesia, pero había otro coche esperando para llevarla de vuelta a la finca. No volvieron juntos. Él no parecía preocupado por las apariencias. Su relación había aparecido en los medios y habían anunciado la boda, de modo que debía haber fotógrafos por algún lado, aunque ella no los había visto. Paula se preguntó si todo habría sido diferente si no hubiese recuperado la memoria. «Tú sabes que sí. Habrías entrado en una iglesia llena de gente». Sí, él le habría dado la boda de sus sueños. Se habría mostrado solícito, encantador, y habrían tenido una inolvidable noche de bodas. Y deseó en ese momento recuperar la fantasía. Todo sería mucho más fácil. Era la maldita realidad lo que hacía que todo fuese tan difícil y se perdonaba a sí misma por anhelar la fantasía. Sabía por qué lo hacía, pero no podía hacerlo, ya no.  Cenó sola esa noche y al día siguiente salió con la niña al jardín, recordando que su hija era la razón por la que estaba allí. «Pero en algún momento tienes que hacer algo por tí misma». Ese pensamiento la sorprendió. Su madre había sido muy egoísta y había decidido que no se parecería nada a ella. Había creído que no tenía derecho a pensar en sus propios deseos, pero vió entonces con absoluta claridad que eso podría ser tan dañino como ser una madre egoísta. Tenía que saber quién era para educar a su hija. No podía verse a sí misma como un inocente corderito porque no lo era. Era una tigresa, ¿No? Había sobrevivido al abandono de su padre, al egoísmo de su madre, y le había ido bien. Tenía sus problemas, claro, pero al menos los reconocía. Había sobrevivido y le daría a Olivia lo mejor de ella, se encargaría de que supiera desde el principio que era la hija de una tigresa y que ella no iba a ser menos. Que era maravillosa y querida, que merecía el mundo entero. Pero para eso tendría que exigir las cosas que ella quería. Porque sino… Serían lecciones vacías. Si aceptaba sin protestar una farsa de matrimonio, una vida sin amor, si se veía a sí misma como una mujer encadenada, ¿Qué mensaje recibiría su hija? Además, eso solo sería esconderse. Pasar de una fantasía a un martirio. No podía convencerse de que lo odiaba cuando nada era tan claro o tan sencillo cuando se trataba de sus sentimientos por Pedro. Sus sentimientos eran complejos, como lo era él, pero también había cosas buenas. Y entonces tomó una decisión. Besó a su hija en la frente y, después de dejarla en la cuna, salió al pasillo. Habían hecho el amor en París, pero entonces ella no recordaba la verdad. Ahora lo recordaba todo. Recordaba que Pedro le había hecho daño, que la había engañado, pero también recordaba el deseo innegable, la atracción física que había entre ellos. Cómo ella siempre quería más, aunque acabasen de hacer el amor. Cómo él la había transformado, haciendo que olvidase el miedo a sus propios deseos para convertirla en una mujer que los abrazaba.

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