Ciertamente, el día no podía empeorar. Paula arrojó su teléfono sobre el asiento del copiloto de su furgoneta y metió la llave en el contacto. Se dijo que no iba a llorar. Después de perder a sus padres en un accidente de automóvil, que también había terminado con su carrera como bailarina, había decidido que nada podía ser tan terrible como para merecer sus lágrimas. Sin embargo, aquel día había empezado desastrosamente, cuando recibió una carta de un bufete australiano que le informaba que Bruno tenía la intención de pedir la custodia de Sofía. Se le había hecho un nudo de miedo en el estómago. No podía perder a su hija. Sofía era la razón de su vida y, aunque ser madre soltera era una lucha constante, pelearía hasta la extenuación para que su hija siguiera a su lado en vez de marcharse con su padre, un padre que, por cierto, nunca había mostrado interés alguno por ella. Por si esto fuera poco, una conversación telefónica con Melina, su socia, había sido la gota que le había colmado el vaso en aquel día infernal. Su vida parecía estar desmoronándose.
Observó cómo la lluvia caía por el parabrisas y parpadeó para contener las lágrimas. No había razón para seguir sentada allí, en el estacionamiento de las elegantes oficinas del Grupo Alfonso en Canary Wharf. Aún tenía que entregar bocadillos en otras oficinas de la zona. Su negocio, Lunch to go, podría estar enfrentándose a la ruina, pero los clientes habían pagado sus bocadillos y estaban esperando que ella apareciera. Sorbió por la nariz y arrancó el motor. Se puso el cinturón de seguridad y pisó el acelerador de la furgoneta. Sin embargo, en vez de moverse hacia delante lo hizo hacia atrás. Se escuchó un fuerte golpe, seguido por el delicado tintineo del cristal roto cayendo al suelo. Durante un segundo, Paula no pudo comprender lo que había pasado. Sin embargo, cuando miró por el retrovisor, se dio cuenta de que se había equivocado de marcha y se había chocado contra el coche que se encontraba estacionado detrás de ella. No se trataba de un coche cualquiera. Horrorizada, observó el elegante Lamborghini color gris metalizado, uno de los coches más caros. Eso le había dicho Juan, el encargado del estacionamiento, cuando le permitió estacionar su furgoneta en aquel estacionamiento, que estaba reservado exclusivamente para los ejecutivos del Grupo Zolezzi. Su día acababa de empeorar. Vió cómo el conductor del Lamborghini descendía del vehículo y se inclinaba sobre el coche para inspeccionar los daños. Pedro Alfonso, director gerente del Grupo Zolezzi en el Reino Unido, playboy internacional y dios del sexo… Al menos si una se creía las historias sobre su vida amorosa que aparecían con regularidad en la prensa amarilla. Paula sintió que el corazón le golpeaba con fuerza contra las costillas cuando él se irguió y se dirigió hacia ella. Tenía una expresión de furia en su hermoso rostro que hizo que Paula se pusiera en acción. Se desabrochó el cinturón y abrió la puerta.
–¡Idiota! ¿Por qué ha tenido que dar marcha atrás para salir de la plaza de estacionamiento? Si hubiera tenido el sentido común suficiente para mirar por el retrovisor, habría visto que yo estaba estacionado detrás.
La voz de él tenía un marcado acento mediterráneo y un tono enfadado. Sin embargo, a Paula le pareció la voz más sexy que había escuchado nunca. La piel pareció hacerse mucho más receptiva al acercarse al hombre, que era mucho más alto que ella.
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