viernes, 16 de agosto de 2024

Otra Oportunidad: Capítulo 53

Y entonces, mientras caminaba por el pasillo de la iglesia, recordó su primer encuentro. Había ido hacia él en las ruinas de Angkor Wat. Había ido con él a la casa del árbol. Pedro la abrazó y la besó, y ella le había devuelto cada beso con la misma pasión. ¿Correría un cordero hacia el tigre que lo perseguía? No, solo una tigresa haría eso. Solo una tigresa podría enfrentarse a algo tan aterrador. Lo había deseado y lo había tenido. No le había pedido que usase un preservativo. Le había dado igual. Lo deseaba y lo había tenido. Había querido dejar atrás su vida y había permitido que él no compartiese nada de la suya con ella porque no quería salir de esa fantasía. Y cuando él le dijo que no quería tener hijos se le rompió el corazón porque hasta ese momento había querido verlo todo de color de rosa. No por ingenuidad sino porque había sufrido más que suficiente con una madre egoísta y un padre ausente y pensó que aquella era su recompensa. No quería perderlo y, por eso, no había querido reconocer que tal vez no era tan maravilloso como pensaba. No, al principio no le había parecido maravilloso sino peligroso. Quería vivir esa fantasía y lo había convertido en el hombre perfecto.


Ella había roto su propio corazón porque Pedro no era el hombre de sus fantasías. Y nunca le había hecho promesas. Ella había esperado que las hiciera porque, a pesar de lo que la vida había puesto en su camino, seguía siendo optimista. Y se preguntó si… Se preguntó si lo que de verdad había querido durante todo ese tiempo era tener aventuras, pero culpar a otros cuando todo iba mal. Podía estar enfadada con Jimena por la falta de preparación del viaje, pero ella no había hecho nada para solucionarlo. Se había ido a Camboya con su amiga sabiendo que no se podía confiar en ella. Y luego se había ido con Pedro, sin pensar, sin contemplar cómo podía terminar aquello. No todo era culpa de él. No, en realidad no. Habían sido sus propias decisiones. Como había decidido casarse con él, aunque había dicho que lo odiaba. Sí, él la había puesto en una situación muy difícil, pero no estaba forzándola a nada. Estaba en la iglesia porque, en parte, seguía esperando. Porque, se dijese lo que se dijese a sí misma, aún no había perdido la esperanza del todo. De lo que podían tener, de lo que podían ser. Pero tenía que dejar de ser pasiva, tenía que dejar de fantasear. Y no podía verse a sí misma solo como una víctima sino como una activa participante en todo aquello. Si quería algo más de él, tendría que exigirlo. Se había enamorado locamente de él, o más bien del hombre que había inventado. Lo había convertido en lo que ella quería que fuese. Así que tal vez necesitaba saber más cosas sobre él y ver si podía enamorarse del hombre que era en realidad. Le había hecho daño, desde luego, pero cuando despertó del coma no recordaba eso. Lo que había aprendido de aquella experiencia era que se enamoraría de él en cualquier circunstancia. Porque había algo en Pedro que la atraía sin remedio. Podría llamarlo deseo, atracción física, y lo era. Pero no podía ser algo tan limitado. Asombrada, Paula se dió cuenta de su propio poder mientras caminaba por el pasillo de la iglesia, hacia él. Cuando llegó a su lado y él tomó su mano se vió enfrentada con la enormidad de lo que estaba haciendo.

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