miércoles, 28 de agosto de 2024

Un Trato Arriesgado: Capítulo 3

Alfredo Zolezzi solo había tenido una hija, por lo que Pedro, que era el nieto mayor, era el siguiente. Sin embargo, sabía que muchos de los miembros de la junta e incluso muchos de sus parientes no estaban a favor de que un intruso, que era tal y como lo consideraban, llevara las riendas del poder. Las palabras de Alfredo seguían resonándole en el pensamiento. «Si deseas tanto ser mi heredero…». Pedro esbozó una fría sonrisa. No había nada que deseara más que convertirse en el presidente de la empresa familiar. Ser nombrado sucesor de su abuelo era su sueño, su obsesión desde que era un delgaducho niño de doce años que acababa de abandonar la calle para vivir en medio de la inimaginable riqueza que constituía el estilo de vida de su aristocrática familia. Estaba decidido a demostrar que era merecedor de aquel nombramiento. Sus detractores eran muchos y entre ellos se encontraban su propia madre y su segundo esposo. Eduardo Zolezzi era primo segundo de Ana, lo que significaba que su hijo Diego era un Zolezzi  por los cuatro costados. Como ocurría en muchas familias aristocráticas, la sangre de los Zolezzi era muy pura y la mayoría de los parientes de Pedro querían que siguiera siendo así. 


Sin embargo, la industria textil estaba sufriendo cambios muy importantes. Las ventas se realizaban cada vez más por Internet y Pedro comprendía mucho mejor que la mayoría de los miembros de la junta que el grupo Zolezzi debía innovar y utilizar las nuevas tecnologías para seguir siendo líder del mercado. Su abuelo había sido un estupendo presidente, pero se necesitaba sangre nueva para realizar el cambio. «Pero no la sangre de un gitano», le susurró una voz. En el pasado, él había suplicado comida como si fuera un perro abandonado en las calles de su barrio y, como un perro también, había aprendido muy pronto a evitar los puños de su padre. Decidió apartar los oscuros recuerdos de su infancia y centró su pensamiento en las posibles candidatas que su abuelo le había mencionado. Un psicólogo probablemente sugeriría que los problemas que tenía para confiar en las personas tenían su origen en el hecho de que él hubiera sido abandonado por su madre cuando solo tenía siete años. La verdad era que podría perdonarla por haberlo abandonado, pero no por haber dejado atrás a su hermana Luciana, que ni siquiera había cumplido los dos años por aquel entonces. El dolor de Luciana había sido más difícil de soportar para él que la indiferencia de su padre o los golpes que él le propinaba con el cinturón. Su determinación para que la familia Alfonso lo aceptara tenía que ver tanto con él como con su hermana. Por ello, decidió que él sería el presidente del Grupo Zolezzi y, para ello, ofrecería algún incentivo económico a cualquier mujer que estuviera de acuerdo en convertirse en su esposa durante un breve periodo de tiempo. Cuando hubiera conseguido su objetivo no habría razón para seguir con un matrimonio que no deseaba Recogió su maletín y las llaves de su coche y salió del despacho. Su asistente personal levantó la mirada cuando Pedro se detuvo junto a su escritorio.


–Voy a la reunión que tengo a las diez. Volveré sobre mediodía –le dijo–. Si mi abuelo me vuelve a llamar, dile que no estaré disponible en todo el día –añadió mientras se dirigía hacia la puerta–. Ah, Leticia, y deshazte de esos malditos periódicos que hay en mi despacho.

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