miércoles, 14 de agosto de 2024

Otra Oportunidad: Capítulo 48

No se molestó en vestirse. Sencillamente, salió de la habitación y cerró la puerta sin decir una palabra más. Paula se dejó caer al suelo, en silencio. No había nada más que el sonido de la lluvia y su patético llanto para hacerle compañía. Había creído por un momento que era amada, pero había sido un cruel engaño. Y ahora que había recuperado la memoria desearía con toda su alma volver a vivir la mentira. Porque había sido una mentira tan hermosa. «No puedes vivir una mentira». Aquella era la verdad, descarnada y sin retoques ¿Pero qué había conseguido con eso? No había dignidad ni respeto en saber la verdad. Se sentía desolada. «Lo superarás». «Lo has hecho siempre». «Y ahora tienes a Olivia». Esa era la convicción que necesitaba. Era madre y ahora lo recordaba todo. Recordaba el embarazo y cómo esperar la llegada de su hija la había ayudado a superar el desengaño con Pedro. Esperar el nacimiento de su hija la había sostenido en ese momento y la sostendría ahora. Se levantó para ponerse un kimono y salió de la habitación para ir a la de Olivia.


—Yo no seré como mi madre y, pase lo que pase con tu padre, yo te cuidaré —murmuró, mirando a su hija en la cuna. —No dejaré que te conviertas en una persona amargada, triste o solitaria. Serás feliz conmigo, cariño. Yo no voy a ser débil y no voy a perderte. Haré lo que tenga que hacer para protegerte, te lo prometo.


Se dió cuenta entonces de que era Olivia quien la protegía a ella porque le daba un propósito en la vida. Le daba la fuerza que necesitaba para seguir adelante a pesar de tener roto el corazón. Podía estar todo lo furiosa que quisiera y agarrarse a esa furia como si fuera un escudo, pero por mucho que lo despreciase ahora, una vez había amado a Pedro. Era terriblemente doloroso, pero estaba decidida. Haría lo que tuviese que hacer para no separarse de Olivia, aunque muriese en el intento. Y dado que vivía con un tigre, la posibilidad de morir en el intento no era tan lejana. 


Pedro había caído en su propia trampa. Había tejido una telaraña tan engañosa que hasta él mismo había empezado a creerla, a borrar lo que había pasado la noche que Paula le dijo que estaba embarazada. Había empezado a creer en la conexión que había entre ellos, pero era mentira. Una mentira muy astuta, pero una mentira. Y ahora Paula lo odiaba. «Te quiero». «Te odio». Había oído ambas frases en una sola noche y las dos eran ciertas. Y también era cierto que Paula no volvería a dejar que la tocase. Había un extraño eco en su alma que le recordaba el día que su madre murió. Un eco de dolor. Siempre había sentido como si estuviera alejado de sus emociones, examinándolas de lejos, mirándolas con desapasionada distancia. De modo que ese eco de dolor no era un sentimiento devastador o paralizante sino algo que estaba allí, sin más.

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