miércoles, 28 de agosto de 2024

Un Trato Arriesgado: Capítulo 2

 –Una vez más, has traído la vergüenza a la familia y, peor aún, a la empresa –le dijo Alfredo fríamente–. Tu madre me advirtió que habías heredado muchos de los defectos de tu padre. Cuando te saqué de aquella chabola y te traje a la familia, tenía la intención de que me sucedieras como presidente del Grupo Zolezzi. Tú eres mi nieto, después de todo. Sin embargo, hay en tí demasiado de la sangre de tu padre y unir el apellido Zolezzi  al tuyo no cambia quien eres.


Pedro apretó la mandíbula y se dijo que tenía que haberse esperado aquellas palabras. Su padre había sido un traficante de drogas y la relación de su madre con él había sido un acto de rebeldía contra el linaje aristocrático de la familia Zolezzi, que terminó cuando ella huyó de Horacio Alfonso, dejando a Pedro y a su hermana pequeña en un infame barrio de chabolas en las afueras de Madrid.


–Esta situación no puede continuar. He decidido que debes casarte. Y pronto.


Durante un instante, Pedro asumió que había entendido mal a Alfredo.


–Abuelo –dijo en un tono tranquilizador.


–La junta quiere que nombre a Diego como mi sucesor.


Pedro sintió un peso en la boca del estómago.


–¿Serías capaz de poner al frente a un niño? El Grupo Zolezzi es una empresa internacional, con unos ingresos anuales multimillonarios. Diego no sabría ni por dónde empezar.


–Tu hermanastro tiene veinte años y el próximo curso habrá terminado sus estudios en la universidad. Y, lo más importante, es que siempre tiene los pantalones en su sitio.


Pedro sintió cómo el amargor de la bilis le ardía en la garganta.


–¿Es esto idea de mi madre? Ella nunca ha ocultado que cree que su segundo hijo es un verdadero Zolezzi y que debería ser el heredero de la empresa.


–Esto no es idea de nadie. Yo tomo mis propias decisiones –le espetó Alfredo–. Sin embargo, estoy compartiendo contigo las preocupaciones de los miembros de la junta y de los inversores. Tu notoriedad y tus frecuentes apariciones en la prensa amarilla no dan buena imagen de nuestra empresa. Nuestro presidente debe ser un hombre de principios y un defensor de los valores familiares. Estoy dispuesto a darte una oportunidad más, Pedro. Si llevas a tu esposa a la fiesta que celebraré a principios de mayo para celebrar que cumplo ochenta años, yo abandonaré mi puesto de presidente y director ejecutivo de la empresa para nombrarte mi sucesor.


–No tengo deseo alguno de casarme –replicó Pedro. Casi no podía contener su ira.


–En ese caso, nombraré heredero a tu hermanastro ese mismo día.


–¡Dios! Faltan seis semanas para tu cumpleaños. Me será imposible encontrar novia y casarme en tan breve espacio de tiempo.


–Nada es imposible –replicó Alfredo–. A lo largo de los últimos dieciocho meses, se te han presentado varias mujeres de alta cuna y cualquiera de ellas sería adecuada para tí. Si deseas tanto ser mi heredero, me presentarás a tu prometida ese día y tendremos una celebración doble: mi cumpleaños y tu matrimonio.


Alfredo dió por terminada la llamada. Pedro lanzó una maldición y arrojó el teléfono sobre el escritorio. Resultaba tentador pensar que su abuelo había perdido la cabeza, pero Pedro sabía que Alfredo Zolezzi era un astuto hombre de negocios. La presidencia de la empresa se había pasado de una generación a otra, al primogénito, desde que el tatarabuelo de Pedro la creó la hacía ya ciento cincuenta años.

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