lunes, 12 de agosto de 2024

Otra Oportunidad: Capítulo 42

 —Por favor —suplicó Paula. —Por favor.


Cuando por fin se dejó ir, su orgasmo fue casi todo lo que necesitaba. Casi.


—Te toca a tí —dijo ella con voz ronca, mientras desabrochaba los botones de su camisa. —Eres tan hermoso —añadió cuando por fin logró desnudarlo.


Se inclinó hacia delante para besar su torso, sus abdominales… Y él sabía lo que quería, pero no esa noche. No tendría fuerzas para aguantar, de modo que la tumbó sobre la cama y empujó la cabeza de su erección entre sus pliegues, moviendo las caderas adelante y atrás hasta que ella le suplicó de nuevo.


—Por favor.


—¿Por favor qué?


—Te necesito dentro de mí —susurró Paula.


Sujetando sus caderas, Pedro la levantó del colchón y se enterró hasta el fondo. Empezó a moverse mientras sus gritos de placer hacían eco en la habitación, perdiéndose a sí mismo en aquel ritmo endiablado. El ritmo que solo habían encontrado juntos. Solo podía sentir aquel deseo que lo abrumaba, que lo consumía. Era como si fuese su primera vez. La embestía una y otra vez, aplastándose contra su cuerpo hasta que Paula llegó al orgasmo y entonces perdió el control, empujando salvajemente por última vez antes de dejarse ir dentro de ella.


—Paula… —susurró.


Ella acariciaba su pelo como si fuera una bestia a la que debía domesticar. Y quizá lo era.


—Te quiero —musitó. —Pedro, te quiero.


Lo había hecho, pensó él, abrazándola. Había recuperado lo que habían perdido diez meses antes y Paula era suya. Había ganado la guerra contra sí mismo y contra la oscuridad que había en su alma. Era suya. Estaba absolutamente seguro de eso.


Cuando Paula despertó estaba lloviendo. Tenía la cabeza apoyada en el torso de Pedro y podía oír los suaves latidos de su corazón. También podía oír la lluvia golpeando el tejado y los cristales de las ventanas. Y ese ruido creaba un extraño eco dentro de ella, como si fuese importante, como si el ruido de la lluvia significase algo. En silencio, se apartó del calor de su abrazo y se quedó allí un momento, mirándolo. Esa intensidad suya no disminuía cuando estaba dormido. Seguía allí, sin adornos. No había nada que lo suavizase mientras dormía; ni el peligro que irradiaba y que enviaba un escalofrío por su espina dorsal. Había sido un amante romántico, un hombre atento y entregado. No había ninguna razón para sentir miedo. Lo amaba. Y podía entender por qué se había enamorado de él tan rápidamente. Estar con él era algo mágico y era lógico que se hubiese entregado sin pensarlo dos veces.

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