viernes, 16 de agosto de 2024

Otra Oportunidad: Capítulo 54

Iba a convertirse en su mujer y eso no era algo temporal. Si iba a prometer amarlo para siempre, tal vez tendría que luchar para conseguir su amor. Al menos debía intentarlo. Debía intentar ver al hombre que era en realidad y no el hombre que ella quería que fuese. Tal vez, por Olivia, ese esfuerzo merecería la pena. Y por ella también. No lo había tocado desde esa última noche, pero ahora estaba tocando su mano, mirándolo a los ojos.


—¿Prometes amarla y respetarla todos los días de tu vida? — preguntó el sacerdote.


—Lo prometo —dijo él.


Y luego el sacerdote le hizo la misma pregunta a ella. ¿Qué significaban esas promesas? ¿Se había parado Pedro a pensar en ello o solo era parte de su plan para retenerla a su lado? Paula miró sus ojos oscuros, deseando entender qué esperaba Pedro de aquella boda. Quería que Olivia tuviese una madre ¿Pero era solo eso? Lo que estaba descubriendo sobre sí misma era que su infancia, plagada de problemas, la había convertido en la mujer que era y que tal vez no entendía el impacto de esos problemas en su personalidad. Pero podía ver algo de eso en su relación con él. No era tan sencillo como a ella le gustaría. De modo que cuando respondió: «Lo prometo», lo hizo sabiendo que, en realidad, no entendía lo que esa promesa significaría para ellos. Lo hizo sabiendo que tenían un largo camino por delante y que no iba a dejar que él dijese la última palabra sobre aquel matrimonio. Y cuando llegó el momento de besarse, tomó la decisión de hacerlo, de no apartarse. Sus labios se encontraron y el corazón estuvo a punto de escapar de su pecho. Aquella cosa entre ellos siempre había sido tan maravillosa. Esa era la parte más fácil, el deseo, pero ahora experimentaba una profunda sensación de pérdida y dolor. Y de esperanza. Y era la esperanza lo que más dolía. Una esperanza que quería levantar el vuelo, pero temía que pudiera ser parte de su destrucción. El sacerdote los declaró marido y mujer y recorrieron el pasillo de la iglesia de la mano, con las niñeras tras ellos llevando a Olivia. Cuando salieron del santuario, Paula lo miró a los ojos.


—¿Y ahora qué?


—No temas —respondió Pedro. —No tengo intención de exigir una noche de bodas. Eres libre para pasar el resto del día como mejor te parezca.


—Creo que prefiero irme a casa a cuidar de nuestra hija.


—Eres libre de hacer lo que quieras —repitió él.


—¿Ser cruel te hace sentir mejor? —le espetó Paula, airada.


Pedro dejó escapar un suspiro.


—¿Estás intentando vengarte?


—No —respondió ella. —Estoy haciendo una simple pregunta. ¿Ser cruel te hace sentir mejor? ¿Hace que las cosas sean más fáciles para tí?


—No te entiendo.


—Siempre intentamos ponérnoslo fácil, ¿No? A mí, por ejemplo, me gustaba pensar que todo era culpa del destino porque, de ese modo, no tenía que responsabilizarme de mis decisiones. Así que dime, Pedro, ¿Ser cruel te libera de la necesidad de ser mejor?

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