viernes, 30 de agosto de 2024

Un Trato Arriesgado: Capítulo 6

 –Ciertamente no me puedo permitir pagar las reparaciones de su elegante coche. ¿Qué ocurrirá si mi compañía de seguros se niega a correr con los gastos? No puedo pedir un crédito porque ya tengo muchas deudas…


Se encontraba cerca de la histeria.


–¿Me podrían enviar a la cárcel? ¿Y quién cuidaría de mi hija? Si demuestran que soy una mala madre, dejarán que Bruno se lleve a Sofía a  Australia y seguramente no volveré a verla.


Aquel era el mayor de los miedos de Paula. Se cubrió el rostro con las manos.


–Tranquilícese –le ordenó Pedro Alfonso Zolezzi–. Por supuesto que no irá a la cárcel –añadió con impaciencia–. Estoy seguro de que su compañía de seguros correrá con los gastos. Si no fuera así, yo no le pediré dinero.


El alivio que Paula sintió ante aquella aseveración fue temporal. El resto de sus problemas parecían no tener solución y eso hizo que no pudiera parar de llorar. Pedro lanzó una maldición.


–Tenemos que resguardarnos de esta maldita lluvia –musitó mientras le agarraba el brazo y la llevaba hasta su coche. Abrió la puerta del copiloto–. Entre y tómese unos minutos para tranquilizarse.


Instantes después, él se sentó tras el volante y se mesó el cabello con la mano. Entonces, abrió la guantera y le dejó unos cuantos pañuelos de papel en el regazo.


–Ahí tiene. Séquese las lágrimas.


–Gracias.


Paula se secó los ojos y respiró profundamente. Dentro del coche, era muy consciente de la cercanía de Pedro Alfonso Zolezzi.


–Voy a mojarle la tapicería –musitó–. Siento mucho haberle dañado el coche, señor Alfonso Zolezzi.


–Puede llamarme Pedro. Mi apellido es algo complicado, ¿No le parece? –añadió con una cierta nota de amargura en la voz–. ¿Cuál es su nombre?


–Paula Chaves.


Observó el perfil de Pedro y sintió que una oleada de calor le recorría todo el cuerpo, contrarrestando el frío que le estaban produciendo las ropas mojadas. Cuando él la miró, apartó rápidamente los ojos. Estaba tan húmeda y desharrapada, con el rostro empapado y los ojos rojos de tanto llorar, que debía de tener un aspecto horrible.


–Siento haberme enfadado tanto. No quería asustarte ni disgustarte. ¿Y has dicho que tienes una hija?


–Sí. Tiene tres años.


–Dios mío, pero si tú solo debes de tener unos diecinueve años… – susurró escandalizado–. Y deduzco que, dado que no llevas alianza, no estás casada.


–Tengo veinticinco años –le corrigió ella rápidamente–. Y no, no estoy casada. El padre de Sofía no quiso tener nada que ver con nosotras cuando ella nació.


–¿Quién es ese Bruno al que mencionaste antes?


–Es el padre de Sofía. Ahora ha decidido que quiere tener su custodia. Según las leyes australianas, los dos progenitores son responsables de sus hijos, aunque nunca se casaran ni siquiera fueran pareja. Bruno se puede permitir los mejores abogados y, si gana el caso, tiene la intención de llevarse a Sofía a Australia.


Los ojos de Paula volvieron a llenarse de lágrimas.


–Es muy injusto –murmuró–. Bruno solo ha visto a Sofía en una ocasión, cuando ella solo era un bebé. Sin embargo, es mi palabra contra la suya. Sus abogados los están tergiversando todo y están haciendo parecer que yo me negué a que la viera. Yo me traje a Sofía de vuelta a Inglaterra porque Bruno insistió que no quería tener nada que ver con ella.


Paula no entendía por qué le estaba contando a Pedro todo aquello cuando no lo conocía. Estaba segura de que a él no le interesarían sus problemas. Sin embargo, había algo tranquilizador en su tamaño, en su fuerza y en el aire de poder que lo rodeaba. Las palabras le salían de los labios sin que pudiera contenerse.

No hay comentarios:

Publicar un comentario