miércoles, 28 de agosto de 2024

Un Trato Arriesgado: Capítulo 5

Paula medía un metro sesenta y dos, casi la altura mínima para las bailarinas de ballet, y tuvo que levantar la cabeza para poder mirarlo. Él tenía los ojos de un color verde oliva poco frecuente, que brillaban con fuerza sobre su bronceado rostro. Y qué rostro. Ella lo había visto de vez en cuando en las oficinas del Grupo Zolezzi cuando entregaba los bocadillos, pero él ni siquiera la había mirado.


–No soy ninguna idiota –musitó ella, herida por el tono de superioridad con el que él había hablado y también abatida por la reacción de su cuerpo ante aquella demostración de potente masculinidad.


La lluvia estaba aplastándole el negro cabello contra la cabeza, pero nada podía borrar su físico de estrella de cine. Rasgos esculpidos, mejillas afiladas y una fuerte mandíbula hacían que fuera muy guapo. Paula sintió que los pezones se le erguían por debajo del delantal que formaba parte de su uniforme. Él levantó las oscuras cejas, como si se hubiera sorprendido de que ella le hubiera contestado.


–Pues las pruebas sugieren todo lo contrario –le espetó–. Espero que el seguro de su vehículo tenga cobertura para un accidente que se ha producido en un aparcamiento privado. Hay un cartel que afirma sin lugar a dudas que este aparcamiento es para uso exclusivo de los ejecutivos del Grupo Zolezzi. Usted no debería estar aquí y, si su seguro no es válido, puede estar segura de que le enviaré una jugosa factura por el pago de las reparaciones de los daños que le ha causado a mi coche.


Aquellas palabras hicieron que Paula dudara. ¿Y si no le cubría el seguro?


–Lo siento. Como usted ha dicho, ha sido un accidente. No tenía intención de chocarme con su coche –dijo mientras el pánico se apoderaba de ella–. No tengo dinero para pagar los daños.


La lluvia le había empapado totalmente la camisa y el agua le caía por la visera de la gorra. Las dos malas noticias que había recibido aquel día habían sido un mazazo terrible, pero, para empeorar aún más las cosas, el hombre más guapo que había visto en toda su vida la estaba observando como si ella fuera algo desagradable que se le hubiera pegado en la suela del zapato. Una profunda tristeza se apoderó de ella. Las lágrimas que había logrado contener hasta entonces comenzaron a caerle por las mejillas, mezclándose con la lluvia.


–La verdad es que ni siquiera tengo suficiente dinero para comprarle a mi hija un par de zapatos nuevos –susurró entre sollozos.


El día anterior se había sentido muy mal cuando Sofía le había dicho que los zapatos le hacían daño en los dedos. Al recordarlo, sintió un fuerte dolor en el pecho. No podía respirar. Sintió como si la presa que había estado conteniendo sus sentimientos hasta aquel momento hubiera estallado y los hubiera dejado escapar después de tanto tiempo.

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