lunes, 12 de agosto de 2024

Otra Oportunidad: Capítulo 43

Pero era algo más que eso. Pedro había puesto el mundo en sus manos, literalmente, y para una chica de un pueblecito de Georgia eso era más que un sueño. Ella ni siquiera había soñado nunca con aviones privados, Roma, París, vestidos de diseño, peticiones de mano bajo una cascada de fuegos artificiales a la sombra de la torre Eiffel. ¿Cómo no iba a amarlo? Atravesó la habitación y se colocó frente a la puerta del balcón, mirando cómo la lluvia salpicaba los cristales. Y luego, sin saber por qué, abrió la puerta y salió al balcón. Estaba desnuda, pero no sentía frío. Las gotas de agua empezaron a rodar por su piel y, de repente, vió un destello en su mente. Pedro frente a ella en las ruinas de Angkor Wat. Todo en su mundo había cambiado en un momento. Lo sabía porque acababa de recordar. La lluvia. Estaba empapada y sola en las ruinas de Angkor Wat. No, Pedro estaba allí también y se había preguntado si iba a ser su perdición o su salvación, pero había decidido ir con él de todos modos. Entonces no sabía si era un hombre o un monstruo. Las imágenes daban vueltas en su cabeza. La noche que pasaron en la casa del árbol… Sí, era una casa en lo alto de un árbol. Se había entregado a él sin pensarlo dos veces porque no había espacio para pensar. Las manos de Pedro por todo su cuerpo, la boca en su garganta. ¿Usaría los dientes para destruirla o para darle placer? Le había dado placer. Había descubierto tantas cosas sobre sí misma esa noche. Cosas que la habían cambiado por completo. Le asombraba que tantos cambios hubieran tenido lugar en el curso de una sola noche, pero así era.


La lluvia seguía empapándola y las gotas retiraban poco a poco la neblina de su mente. Sentía como si estuviese corriendo por un campo abierto, corriendo hacia algo que la esperaba a lo lejos. La lluvia. La lluvia de nuevo. Corría bajo la lluvia por una calle adoquinada y caía al suelo. ¿Pero qué había pasado antes de eso? Recordaba haberse llevado una mano al vientre, recordaba un hilo de sangre entre sus piernas… Y, tan claramente como si estuviese viviéndolo en ese momento, recordó que las gotas de lluvia golpeaban su cara, mezclándose con las lágrimas. «Voy a perderlo de todas formas. Todo está perdido». Veía el rostro de Pedro, pero su expresión no era tierna sino fiera. Era el tigre oscuro y temible, y no tenía que preguntarse si iba a devorarla porque ya lo había hecho. Todo había muerto en ese momento. Todo lo que había creído sobre sí misma, sobre el presente y sobre el futuro. Todo lo que había esperado, todo lo que había creído sobre él. El hombre del que se había enamorado había desaparecido. Desprovisto de artificio, podía ver la oscuridad que había bajo la máscara, la horrible oscuridad que había intuido durante todo ese tiempo. Solo veía su rostro. Y la sangre. Paula volvió a entrar en la habitación, empapada, temblando. Pedro había despertado y estaba sentado en la cama, desnudo. Pero ella no sentía nada más que un abyecto terror.

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